lunes, 25 de enero de 2010

EL DESEO DE VER



El deseo de no ver enferma los ojos. El deseo de inmovilidad paraliza los músculos. El deseo de no ser amado engendra un odio feroz a sí mismo, cría diminutos insectos que devoran el tiempo que está por venir.

El deseo de ver agudiza la vista. El deseo de saltar, de subir volando hace que nos crezcan pequeñas alas, bombea con fuerza la sangre del corazón, multiplica las células rápidas de los músculos, desarrolla nuestra capacidad de flotar, de entender el lenguaje de las águilas.

El deseo moviliza la naturaleza. Nuestras órdenes se convierten en ondas sutiles que surgen de los espacios oscuros de nuestra mente y atraviesan el Universo, brillantes como rayos de luz, resplandecientes como colas de cometa.



miércoles, 20 de enero de 2010

LOS SERES DOBLES

GEORG BASELITZ (Great Friends)


Podemos demostrar, sin género de duda, la existencia de seres o personajes dobles. Hemos estudiado algunos casos en profundidad y nos han llegado noticias de otros muchos más.

Los Seres Dobles viven de ordinario a muchos kilómetros de distancia, por lo general en continentes distintos. Es bastante habitual que uno de ellos habite en las antípodas del otro. Nunca llegan a conocerse, pues cuando uno está dormido el otro se mantiene en estado de vigilia. Esta puede ser la razón por la cual ha sido un enigma su existencia hasta el día de hoy, en que se han popularizado los viajes de larga distancia y las aventuras por tierras remotas.

A menudo se confunde a los Seres Dobles con los Seres Complementarios o los Seres Idénticos o se los considera distintas ramas de una misma familia. Es posible que todos tengamos un solo ser que nos complete, al igual que es muy posible que tengamos un doble, idéntico a nosotros, que constituye nuestra mitad indivisible. Sin embargo, a pesar de que muy pocas veces una persona llega a encontrar a su complemento humano, a la luz de nuestras investigaciones, entendemos que la vieja idea del amor perfecto, de que solo existe un ser que nos complementa en todo el planeta, se puede contemplar como una hipótesis cierta.

Una larga enfermedad de un Doble provoca un deficiente estado de salud, prácticamente simétrico, en el ser que lo completa. Por otra parte, la muerte de los Seres Dobles sucede a la vez, ni un minuto antes ni uno después. Esto permite comprender muchas defunciones sorprendentes, sucedidas durante la vigilia, sin ninguna causa que las explique, o durante las horas de sueño. Así, si nuestro doble sufre un accidente moriremos junto a él, sin que nadie sea capaz de aclarar las causas. En estos casos, la parada cardiaca como explicación del deceso inesperado es un recurso muy socorrido por los médicos, incapaces de encontrar una razón científica.

Los Seres Dobles se reencuentran más allá de la muerte. Son un solo espíritu de la naturaleza, indivisible, aunque el destino los coloque en cuerpos separados por miles de kilómetros. Una vez juntos, en la Tierra Sin Mal, no recuerdan jamás su vida distanciada ni pueden imaginar un instante más feliz, una unión más perfecta.



miércoles, 6 de enero de 2010

LA LIBERACIÓN

VÍCTOR BRAUNER (Jacqueline au Grand Voyage)


Una triste tarde de invierno, mientras la nieve caía mansamente sobre su ciudad, Janus, deprimido y gris como el día, se dedicó a revisar sus extractos bancarios. Tenía un total de 182.313 euros entre varias cuentas, pertenecientes a tres entidades distintas.

Apuntó el dato cuidadosamente en un papel e hizo un repaso del resto de sus posesiones: dos pisos, uno en la ciudad y otro en la costa, ambos ya pagados y un coche sueco de gran cilindrada que sus vecinos miraban con envidia.

Su vida social, sin embargo, no era nada destacable. Estaba separado y hacía mucho tiempo que no había quedado con una mujer. Apenas veía a su único hijo, de quince años, que vivía con la que había sido su esposa a más de cien kilómetros de distancia. El muchacho ya no le llamaba con la ansiedad de otro tiempo, y por lo que sabía, había dejado los estudios y tenía una relación complicada con su madre.

Janus tenía un grupo de amigos, todos ellos bien situados socialmente aunque demasiado convencionales para su gusto. Hablar solamente de fútbol, objetos de marca, mujeres o política se le hacía a veces tedioso. A menudo pensaba que, a pesar de su dinero, todos ellos, al igual que él, llevaban una vida vacía que, al menos en su caso, no satisfacía sus deseos.

Volvió a repasar sus cuentas corrientes. Tenía más dinero del que había imaginado. Pensó que, sin embargo, la verdadera fortuna tal vez no consistiera en poseer varias casas o grandes sumas en el banco, sino en acumular experiencias, viajes, amantes, abrazos, momentos de éxtasis o incluso desengaños, dolores o tristezas pasajeras, atravesar la vida como un cometa en llamas, hasta el instante final. ¿Eran más afortunados él o sus amigos que alguien que se dedicase a viajar sin dinero a lo largo del mundo o que durmiera cada noche en los suburbios con la mujer que amaba?. Tenía la sensación de que no era así y de que la vida se le escapaba entre los dedos dedicado a cosas insignificantes.“La muerte está siempre a la vuelta de la esquina. Nada de lo que poseo me acompañará en ese viaje”, pensó abatido.

Afuera seguía nevando. Janus buscó tres monedas idénticas y sacó su ejemplar del Libro de las Mutaciones, el I Ching, que había robado de joven, cuando era un estudiante sin recursos, en unos grandes almacenes. Tras arrojar seis veces las monedas obtuvo un doble trigrama, que después consultó en el libro. Era el número 40, denominado Hsieh, la Liberación. Leyó su dictamen:


La Liberación. Es propicio el Sudoeste.
Si ya no queda nada a donde uno debiera ir,
Es venturoso el regreso.
Si todavía hay algo a donde uno debiera ir,
Entonces es venturosa la prontitud



Tenía ante sí una semana de vacaciones. Precisamente había pensado en irse unos días, solo, a Lisboa, en un viaje organizado, mezclarse con la gente y dejar que pasasen cosas, que la vida fuera encajando sus piezas.

Entró en la página web de una agencia de viajes y miró salidas a Lisboa. Había una oferta para dos días después, con plazas libres, pero el precio le hizo retraerse. “Por eso tengo tanto dinero en el banco”, pensó para sí, “no hago otra cosa más que ahorrar, acumular más y más dinero”. Ahuyentó sus pensamientos ruines y, sin pensar, anotó en el formulario electrónico de la agencia su número de tarjeta. Después, pulsó el botón para enviar los datos e imprimió el resguardo. Sin querer pensar, comenzó, animado, a hacer su maleta, como un viajero que parte en busca de sí mismo.



viernes, 1 de enero de 2010

EL BARRIO DE LA PAGODA BLANCA

SACHIN MANAWARIA (Pagoda)


Un solo día después de haber nacido en la maternidad del hospital, Hong llegó, en su canastilla de mimbre, al Barrio de la Pagoda Blanca, donde transcurriría toda su vida. Los vecinos acudieron a recibir a la recién nacida y le hicieron pequeñas ofrendas: ropas de bebé, juguetes de vivos colores y misteriosos objetos mágicos que atraían la suerte.

La suerte, sin embargo, llegaba y se iba con demasiada rapidez. La niña pasó, junto a sus padres y hermanos, tiempos de escasez junto a otros de relativa abundancia. Tuvo pequeños accidentes y días felices que apenas recordaría después. Hong era muy inquieta. Conocía todos los rincones del Barrio, que desembocaban inevitablemente en su brillante pagoda, el centro de referencia de las miradas extraviadas.

En el Barrio bullía una vida impetuosa. Niños, adolescentes, hombres y mujeres adultos o ancianos convivían, aportando su mundo diminuto, que sin embargo era trascendental para cada uno de ellos. Policías, tenderos, conductores, agricultores, albañiles, amas de casa se entrecruzaban formando pequeñas uniones inestables que duraban solo segundos. Los soldados y los espías lo observaban todo, como si temieran una revuelta.

Hong no era guapa ni fea. Tuvo algunos pretendientes y entre ellos eligió al único que la hacía reír y le besaba con pasión en el envés de los brazos y en la nuca. Dormía acurrucada junto a él, enroscada como una serpiente, y de esa unión infinita nacieron cuatro niños que fueron descubriendo el mundo sin que éste, sin embargo, les prestara demasiada atención.

Cuando su hombre enfermó gravemente, Hong, educada en la falta de creencias, empezó a acudir cada día a la Pagoda Blanca. Solo recordaba a medias una letanía que había oído musitar a sus abuelos, casi en secreto. Extrañados por verla allí, los viejos dioses de su pueblo, a veces crueles y otras más proclives a la generosidad, la miraban desde su lugar en los altos pedestales, o tal vez desde su lejano hogar en el firmamento.

De tanto escucharla, al final se apiadaron de ella y consintieron en que el hombre saliera con vida y pudiera regresar al trabajo de la colectividad. El precio que exigieron, sin embargo, fue atroz. Una tarde, en la pagoda blanca, reclamaron a Hong su deuda. La mujer apareció tendida sobre el suelo, exánime, ahogada por una repentina hemorragia. Se la llevaron apresuradamente al hospital y fue allí donde abandonó este mundo, en el mismo lugar donde había llegado a él, para ocupar un lugar en las nubes.