jueves, 29 de enero de 2009

EL CUARTO MENGUANTE

CLAUDIO BRAVO (Alfombra Roja)

Tuvo un presentimiento y se acercó con una luz en las manos al cuarto en que ella deliraba.

Aún estaba inconsciente y los escalofríos recorrían su cuerpo aletargado como olas gigantescas.

Conocía las terribles alimañas que habitaban sus sueños, lagartos de pupilas verticales, venenos que trazaban surcos negros debajo de sus párpados.

Sentado en cuclillas frente al balcón abierto pasó la noche a su lado, contemplando a través de las finas gotas de lluvia a las prostitutas que buscaban entre cientos de hombres un confidente con la boca marcada por el trueno.


miércoles, 28 de enero de 2009

EL JINETE NOCTURNO

OSWALDO GUAYASAMÍN

No daba señales de vida, sus pies descalzos estaban amoratados, hinchados por los golpes del verdugo.

Tenía las sienes hundidas y aún después lo habían estrangulado. Alguien dijo que tal vez se fingiera muerto para evitar un castigo mayor.

Los centinelas aguardaban afuera, vestidos con trajes blancos, formando triángulos por temor a una emboscada.

Muchachos cómplices vigilaban las calles haciendo señales en cruz sobre los muros, mientras los pájaros volaban alrededor, a ras del suelo, unidos entre sí por relaciones secretas.


sábado, 24 de enero de 2009

LOS MANDARINES

BO XIAO HUAI

En sus años de juventud, los Mandarines enarbolaban flores y banderas rojas. Hoy tienen casas de campo donde cultivan y podan sus rosas con esmero, como maestros del Tao, pero tarde o temprano, todas se mueren en sus manos, como si les transmitieran un flujo perverso. No obstante, les gusta fotografiarse con ellas y sentir las espinas punzantes que penetran su piel suavemente.

Los Mandarines creen ser obreros con corbata, revolucionarios con maletín, peligrosos activistas que asaltan bancos con sus tarjetas de crédito. Cenan en distinguidos restaurantes donde discuten sin parar de cotizaciones de bolsa y estrategias políticas, de coches alemanes y barcos de vela donde vuelan al viento sus corbatas de seda, pues otro fin los mueve, un fin narcisista y ruin que ha dejado a un lado, como un mal inevitable, a los parias del mundo.

Los Mandarines desprecian los libros y el arte, que consideran pasatiempos inútiles. Cuando eran muchachos leían poemas y participaban en happenings, en fiestas de sexo, en algaradas y en marchas callejeras. Hoy miran con desdén a aquellos que, a su edad, enarbolan aún las banderas de antaño, viajando a lugares iniciáticos, ascendiendo montañas, reuniéndose en grupos misteriosos, viviendo al límite, con los ojos llenos de emoción y sabiduría. A menudo, mandan a disolverlos a las fuerzas de policía, o les imputan crímenes imaginarios con llamadas apresuradas a jueces que les deben sus cargos.

El tiempo pasa para los Mandarines como pasa para la gente sin hogar, para los que cuidan enfermos o recogen las basuras, para los niños hambrientos de Sudán, para los nómadas mongoles o los mercaderes que cruzan aún, en largas caravanas, los desiertos del mundo. Tienen todo lo que pueden desear, pero su dinero o su poder no sirven para comprar un segundo de tiempo, una gota de juventud, una pequeña llama de alegría, un miligramo de amor o de vida.

Los Mandarines creen ser felices, y tal vez, después de todo, lo sean. Coleccionan amigos de interés, hijos indolentes, esposas manirrotas y amantes sórdidas. Incuban diabetes, anginas de pecho, arterias obstruidas, apoplejías y cánceres silenciosos, que van abriendo en su interior, día tras día, pequeños surcos oscuros, células y tejidos necróticos, diminutos espacios de muerte.


jueves, 22 de enero de 2009

LA MORDEDURA DE COBRA

SACERDOTE DE LA SERPIENTE (INDIOS HOPI)

Una joven desconocida le regaló una culebra muerta. Horrorizado, la arrojó al fuego hasta ver su esqueleto quemado. Compró tabaco y salió a pasear junto a las fábricas de mariposas, sin poder olvidarse de aquella mujer ni por un solo instante.

Llegó a casa con los ojos de un animal enfermo, se acostó dolorido y triste, como si hubiera sido mordido por una cobra. Cuantos lo vieron supieron al instante que aquella noche iniciaría el viaje más recóndito, la aventura más audaz, que partiría hasta regiones inexploradas donde solo llega la muerte.


sábado, 17 de enero de 2009

CANCIÓN DE LAS MAMBAS

ALEXANDER CALDER (Jardin fleuriste)

Las buenas palabras hieren como el fuego o los labios de las mambas.

Me tumbo boca abajo sobre la tierra, me enredo entre alambradas. Arañado y cubierto de sangre penetro por las rendijas de luz, salto azoteas, atravieso las grietas abiertas en las casas hasta llegar al cobertizo oscuro donde duerme la muchacha a la que siempre amé.

Me mira como si fuera un pájaro. En su respiración del color de las moras crecen madreselvas y amapolas. Tomo sus manos dulcemente, beso su cabellera pálida donde brillan pequeños diamantes, como estrellas lejanas o cuchillos de plata.


lunes, 12 de enero de 2009

EL CLUB DE LOS TAIMADOS

MAXFIELD PARRISH (The Venetian Night´s Entertainment)

El Club de los Taimados gobierna el mundo desde hace varias generaciones. Han colocado a sus seguidores en puestos de relevancia, en los que tienen poder real y en los que solo ostentan un poder fingido, hasta el punto de que ya no queda un miembro del clan, un hijo, un primo, un hermano, un amigo de un amigo sin cargos de relativa importancia: ministros del gobierno, alcaldes, gerentes de centros de reproducción asistida o de empresas petroleras, directores de teatros y periódicos, encargados de polideportivos, secretarios de asociaciones filantrópicas, revisores de autopistas, diseñadores de jardines abstractos o guardias de prisiones. A su alrededor han ideado un complejo entramado de empresas ficticias, de colaboradores, cómplices y soplones que recogen las rentas sobre las que asientan su poder sombrío.

Los miembros del Club no son de izquierdas ni de derechas, no son conservadores, liberales, socialistas ni comunistas, pero pueden ser todo ello alternativamente si hacia allí se orientan las nuevas corrientes, cambiantes como las mareas, que rigen el mundo. Su único objetivo es estar siempre al mando, en cualquier situación, en dictaduras implacables, en democracias simuladas o, tras unos instantes de zozobra y descontrol, en las revoluciones proletarias. Dominan para ello un amplio repertorio de frases hechas y vocablos domesticados, como equidad, solidaridad, justicia, libertad, fraternidad, democracia o muchos otros, pero no creen en ellos, pues no consideran los votos sino un instrumento más de control, una partida ganada.

Sus integrantes dicen abominar de la violencia, sea cual sea su origen, pero la practican según su conveniencia, colaboran con invasiones de interés, acumulan armas poderosas y las venden sin ningún miramiento a aquellos que solo creen en el valor de la fuerza, a quienes asesinan a sus oponentes o controlan las disidencias a bombazos.

Quienes forman el Club son tan solo una fracción despreciable del conjunto de habitantes del planeta, pero mantienen una influencia formidable sobre las vidas de la mayoría de los seres humanos. Deciden tendencias, consumos y plebiscitos, imponen modas e ideologías que todos asumen como propias. Tarde o temprano, la mayor parte del dinero acaba en sus manos, tras pasar un tiempo infinitesimal en las carteras o las cuentas corrientes de los pobres infelices que no son sus partidarios.

Otros aspiran a sucederles. Son iguales a ellos, miembros de familias opuestas, Capuletos contra Montescos, Jacobinos y Girondinos, Pazzis contra Médicis. Solo desean despojarles de sus puestos para extender así, como un cáncer inexorable, sus ramificaciones por el mundo. Conspiran en las esquinas y en los cafés de diseño, compran y venden influencias, extienden murmuraciones y noticias, negocian y se juramentan, vigilados de cerca por los esbirros del Club, que los persiguen con saña, exhibiendo ante ellos, sus futuros amos, habilidades de perros de presa.


domingo, 11 de enero de 2009

FUERZAS MISTERIOSAS

RENÉ MAGRITTE (El cheque en blanco)

La vida y la muerte son dos hechos absolutamente banales para las fuerzas de la naturaleza. Suceden cada día, constantemente, a nuestro alrededor, sin necesidad de la participación humana, sin que biólogos, físicos, médicos o ingenieros intervengan o fabriquen uno de sus prototipos. Nacen y mueren las plantas, los árboles, los insectos, los peces, los anfibios, los seres microscópicos, los pequeños mamíferos, las personas o las estrellas. La vida se replica o desaparece con una facilidad asombrosa, sin que parezca, en su dimensión individual, ser un hecho con demasiada trascendencia para el devenir del Universo. La mayor parte de los seres vivos, con la excepción tal vez de los humanos, lo asumen sin tragedias, como una parte más del ciclo natural, del ir y venir de los vientos de la energía por el mundo. Los individuos de cualquier especie luchan por seguir vivos pero al final se resignan a ser devorados, a la vejez, a la enfermedad o al hambre y se dejan morir, en el bosque, en el desierto o tendidos sobre el hielo, sintiendo el frío intenso que los va cercando.

Las personas, en el ejercicio altivo de su supuesto dominio sobre todo lo que existe a su alrededor, creen ser alumnos aventajados que han superado en poder al Universo, su maestro. Construyen y destruyen, como pequeños diosecillos malcriados. Quitan la vida alegremente y sin necesidad, como dictadores sin piedad que deciden la vida o la muerte de los demás seres. Utilizan a los animales como objetos a su servicio, no como compañeros insondables en su transcurrir ético por el mundo. Matan, pero son incapaces de dar vida a nada. La existencia vuelve a nacer cada día a nuestro lado, como el hecho más trivial. Nacen nuevos niños, crecen las plantas, se extienden las esporas de la vida aquí y allá. Los seres humanos somos muy capaces de matar, pero completamente incompetentes para crear la vida, para llevar a cabo este sencillo paso, omnipresente a nuestro alrededor, tan sencillo de realizar para las fuerzas misteriosas que mueven el mundo.


lunes, 5 de enero de 2009

CANCIÓN DE SALTIMBANQUIS

GEORGES SEURAT (The Circus)

Duermo a la sombra de los barcos, entre muchachos desnudos que se zambullen en el océano, desordenado como un jeroglífico.

El tiempo escribe sus historias en las olas moradas, como en una amatista de mil caras.

Delfines, medusas y sirenas hablan en mi oído con burbujas de lava, dejan arañazos en zigzag sobre mi cuerpo que da vueltas adelante y atrás entre estelas de barcas hundidas.

Iluminado por una extraña luz camino entre las algas, hago equilibrios sobre corales y reverencias a los viejos espíritus del agua que me dieron la vida y que aún circulan, como un plancton invisible, por el flujo oscuro de mi sangre.