
Puso el cañón en su pecho, mientras él lo miraba sin apenas respirar. Lo mató allí mismo y dejó su cuerpo bajo un paraguas negro. Pequeños pájaros rojos trazaban piruetas al ras de sus ojos abiertos.
Volvió a su choza vacilando con pasos de funámbula y se tendió en un jergón esperando la llegada del sueño, con los ojos clavados en los signos indescifrables del cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario