
Uakari sonríe como un mono, enseñando los dientes. Sin embargo, cuando nadie le mira parece concentrado en sus pensamientos nebulosos. Vive con su padre, ya mayor, tiene dos o tres amigos y no ha estado con una muchacha desde hace seis años, pues teme que si lo hace le absorba el cerebro y le voltee la vida.
Uakari vive dentro de sí mismo, en un lugar del que apenas quiere salir. Trabaja como un pequeño autómata, eficiente y abstraído. Es cordial con sus jefes y sus compañeros de trabajo, que le aprecian desde una distancia amable. Cuando llega el fin de semana hace sus compras en el supermercado, con abundancia de chocolates, galletas y helados y después se cierra en su casa. Entonces es casi feliz, aunque a veces mira por los cristales a los transeúntes y quisiera ser como todos, tener mujer y bebés, pasear charlando animadamente entre ruido y gente. Mientras está en casa apenas escucha a su padre que habla sin parar, acostumbrado a estar solo la mayor parte del tiempo.
Uakari va perdiendo el pelo y su cara se vuelve, año tras año, más sonrosada. Su piel también ha adquirido un tono levemente anaranjado. Tiene una tos convulsiva, que algunos de sus conocidos imitan y propagan para reírse de él.
Uakari cuida su alimentación. Es casi vegetariano, pues no le gusta comer nada que haya tenido ojos y sentimientos. Sin embargo, a veces, siente el impulso irrefrenable de devorar todo lo que se pone ante su vista y puede caber en su estómago. Después se siente tan mal que a veces llega a provocarse el vómito. Más tarde le queda una sensación de ácido en el fondo de la boca, y unos extraños deseos de llorar, de que alguien le acoja en sus brazos y le cuide.
Su cuarto es como un bazar oriental. No gana mucho dinero, pero lo gasta en infinidad de objetos, sobre todo discos, libros, revistas y aparatos electrónicos. Ama la pintura y ha decorado las paredes con reproducciones de Malevich, Kokoschka y August Macke, artistas que casi nadie conoce. De vez en cuando las descuelga y las cambia de lugar, y así le parece que duerme en un sitio distinto.
A Uakari no le gusta viajar. Le produce un extraño desasosiego dejar su casa, su entorno, las personas y las cosas que conoce. Rechaza las escasas invitaciones que tiene para ir unos días a Londres, a París o a algún lugar turístico y soleado. Prefiere la soledad, su entorno lánguido y sombrío, el paisaje gris de su mente.
Uakari no aspira a casi nada. No se considera digno de ser amado por nadie, y por tanto, es muy poco probable que vaya a serlo jamás. Ante sí no ve nada, no se puede imaginar cuál será su futuro. Todo parece darle lo mismo o tal vez prefiera no pensar en algo que le abruma. Mientras tanto, pasa las horas mirando a la calle o tumbado en la cama de su habitación, inmóvil como una figura de hielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario