YOLANDA GIL GRIÑÁN
La noche en que me enamoré por última vez, acompañé a Ciana, una
hermosa muchacha, hasta su casa en la Colina de los Gatos. Estaba tan nervioso
como un niño perdido en el bosque. Las estrellas, a lo lejos, me decían, “adelante,
hacia la suerte o el desastre”.
Hizo té, nos miramos durante largo rato y hablamos de auroras
boreales. A través de los cristales empañados por la bruma veía suaves ojos
amarillos y escuchaba voces maullantes que decían “mírala, te quiere, sus
manos tiemblan de dicha”.
No me casé con aquella muchacha ni tuvimos hijos. Nos dimos mil besos, nos amamos cien veces, acariciamos cada esquina de nuestros cuerpos, con
pasión arrebatada, durante cuatro años.
Conocí después a muchas otras mujeres, pero jamás me enamoré de nuevo. A
veces, cuando paso, camino de otras citas, junto al cruce que lleva a la colina
de los gatos, me imagino a su lado, alborozados y felices, como dos animales
sin rumbo.
3 comentarios:
Hunkigarria, Jose Ramón. No se que parte de tí forma parte de esta historia, quizá haya algo de fantasía y ficción, algo de realidad, o nó, no lo sé, pero tampoco importa. Lo que sé es que me ha gustado, y quería decirtelo, me gusta leer a gente que sabe expresar emociones.
Ondo segi.
Bego.
Hunkigarria, Jose Ramón. No se que parte de tí forma parte de esta historia, quizá haya algo de fantasía y ficción, algo de realidad, o nó, no lo sé, pero tampoco importa. Lo que sé es que me ha gustado, y quería decirtelo, me gusta leer a quien sabe expresar emociones.
Ondo segi.
Bego.
Eskerrik asko, Bego. Es inventada (casi toda). Espero que sigas igual de bien y que nos veamos algún día por Gasteiz o Bilbao. Ondo-ondo ibili
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