ZHANG XIAOGANG
Un día, Martín el Silencioso decidió no decir nada que no fuera realmente importante. Hasta entonces acostumbraba a hablar mucho, sin ton ni son, o eso le parecía a veces.
Desde aquel instante, Martín apenas abre la boca. Contempla, escucha y analiza, o tal vez solo parece que lo hace. Únicamente habla cuando percibe una irrefrenable fuerza interna que fluye, como una corriente de lava, entre su cerebro y sus labios. Si no siente este oscuro mandato del designio, de la vida subterránea, Martín se queda en silencio y parece que atiende, que observa y que siente.
Martín siempre fue un muchacho serio, aturdido, deslavazado y sin gracia. Ahora, la extraña fuerza que le atraviesa las entrañas se proyecta en su garganta y le impulsa, de tanto en tanto, a hacer chistes, bromas y comentarios alegres.
Los demás, poco acostumbrados a su voz y a sus expresiones de vitalidad desbordante, escuchan con atención cada vez que habla y dibujan leves sonrisas o estallan en sonoras carcajadas. Martín se ha convertido, para sorpresa de todos, en un amigo siempre bienvenido y apreciado.
Muchos lo reclaman en sus fiestas y añoran su presencia. Cuando estas acaban, Martín vuelve solo a su casa entre las pocas personas que aún se mueven por la calle y parece que lo mira todo, que escucha atentamente los ruidos del alba y que siente que la alegría y la calma que se mueven dentro de sí son uno con todo lo que le rodea, como un sauce que ondula sus hojas al viento.
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