jueves, 28 de octubre de 2010

DESPEJAR ECUACIONES

TETSUDA ISHIDA

Despejo ecuaciones sin resolver, logaritmos y símbolos misteriosos, intersecciones complejas, sumas y restas que nunca dan un número exacto.

Algunas ocupan los espacios vacíos de mi cuerpo y mi mente hace años, tal vez desde el instante en que asomé a este mundo: el amor, el rencor, los hijos, los amigos, el temor a mi mismo y a los demás. Otras son disyuntivas muy recientes con ángulos desconocidos y trigonometrías variables: cómo actuar ante los nuevos retos, ante los compañeros dispersos, ante esta muchacha que cruza en mi vida.

Hago una lista de todas ellas, las dibujo con trazos que yo, inexperto por igual en la vida y las matemáticas, nunca pude aprender. Pienso en ellas, respiro en su interior, buceo entre sus duras aristas, las abrazo y las beso y veo cómo algunas se disuelven por sí solas. Otras, sin embargo, permanecen allí, inmutables al paso del tiempo.

Tal vez se resuelvan con los años, sin esfuerzo o tal vez me acompañen aún, algún día, en mi viaje a las estrellas.



domingo, 24 de octubre de 2010

BARCELONA

YANG QIAN (Hotel Room)


No creo que el nacionalismo se cure viajando. La prueba de ello son todos los políticos y grandes hombres de negocios norteamericanos, franceses, españoles, británicos, rusos, saudíes, israelitas, que se dedican a recorrer el mundo utilizando dinero público o privado, sin modificar un milímetro sus convicciones patrióticas.

Lo que tal vez se cure viajando, al menos en ciertos casos, es el egocentrismo, el hecho de considerarse uno mismo el centro del mundo, un ser especial y único, la razón alrededor del cual giran el sol, los planetas y todas las estrellas.

Estuve el pasado fin de semana en Barcelona. Hace ocho o días años que no visitaba la ciudad. Entonces me había propuesto volver al menos una vez al año, pero, como sucede a menudo, había incumplido ese deseo.

La ciudad estaba llena de gente: turistas italianos, alemanes, asiáticos, sudamericanos. Un maremágnum de personas de razas y edades diversas inundaba las calles, el puerto, el paseo marítimo, las ramblas, los hoteles, las bocas de metro, las estaciones de tren. Al ver esa ingente cantidad de personas, pensé que la vida individual apenas tiene algún valor en este mundo, sino para unos pocos allegados que tal vez también, una vez que lo abandonemos, se olvidarán rápìdamente de nosotros. Es curioso, estos pensamientos no me parecían en absoluto deprimentes o sombríos. Me gustaba sentirme miembro de una masa, de un ejército de turistas, de un desfile de hormigas consumidoras que caminan apresuradas de aquí para allá.

Ya de regreso me he vuelto a hacer, nuevamente, el propósito de volver a Barcelona el año que viene. ¿Lo haré?. No lo se, la vida, da lo mismo si nos dejamos arrastrar por ella o si tratamos de oponernos a sus extraños designios, nos conduce allá donde quiere, a sus propios puertos, calles y ciudades, mezclándonos una y otra vez con seres desconocidos que pasan a nuestro lado, intermitentes como estrellas fugaces o resplandecientes e intensos como soles permanentes.