martes, 7 de junio de 2011

MARTÍN, EL SILENCIOSO




ZHANG XIAOGANG



Un día, Martín el Silencioso decidió no decir nada que no fuera realmente importante. Hasta entonces acostumbraba a hablar mucho, sin ton ni son, o eso le parecía a veces.

Desde aquel instante, Martín apenas abre la boca. Contempla, escucha y analiza, o tal vez solo parece que lo hace. Únicamente habla cuando percibe una irrefrenable fuerza interna que fluye, como una corriente de lava, entre su cerebro y sus labios. Si no siente este oscuro mandato del designio, de la vida subterránea, Martín se queda en silencio y parece que atiende, que observa y que siente.

Martín siempre fue un muchacho serio, aturdido, deslavazado y sin gracia. Ahora, la extraña fuerza que le atraviesa las entrañas se proyecta en su garganta y le impulsa, de tanto en tanto, a hacer chistes, bromas y comentarios alegres.

Los demás, poco acostumbrados a su voz y a sus expresiones de vitalidad desbordante, escuchan con atención cada vez que habla y dibujan leves sonrisas o estallan en sonoras carcajadas. Martín se ha convertido, para sorpresa de todos, en un amigo siempre bienvenido y apreciado.

Muchos lo reclaman en sus fiestas y añoran su presencia. Cuando estas acaban, Martín vuelve solo a su casa entre las pocas personas que aún se mueven por la calle y parece que lo mira todo, que escucha atentamente los ruidos del alba y que siente que la alegría y la calma que se mueven dentro de sí son uno con todo lo que le rodea, como un sauce que ondula sus hojas al viento.




viernes, 13 de mayo de 2011

ALADINO MIRA EN SILENCIO UN ZAFIRO EN SU MANO

OLIVER FÖLLMI


Aladino mira en silencio un zafiro en su mano.

Los barcos que transportan la seda se refugian en el puerto, acechados por la tormenta.

En su cuarto en tinieblas, Aladino prende un cabo de luz y mira a su esposa que duerme. El nudo de sus sueños tiembla en el aire como las cuerdas de un laúd, como las hojas secas que caen de los árboles.

Se perfuma, recorta sus cabellos. Después sale a la calle a cumplir sus deseos. Bebe, ríe y maldice. Gasta el dinero sin pensarlo, compra bellos ropajes, obsequios y joyas. Sin embargo, a cada vuelta del camino percibe desde el fondo de su pecho el recuerdo de sus muertos.

Sabe que un día perderá su secreto, pero no se entristece. Los tesoros del mundo no son mas que pequeñas luciérnagas que ciegan los ojos, pulsos de luz en la nada.



viernes, 11 de febrero de 2011

GUARDA TU CORAZÓN INOCENTE

IMAN MALEKI


Jalid pasó la noche en un calabozo. Tuvo sueños extraños en los que hablaba con ladrones y prostitutas. Se despertó más allá de la medianoche y en la pared de su celda halló una extraña inscripción: “guarda tu corazón inocente”, decía el reflejo de la luna en el muro.

Al día siguiente no era más que una sombra de sí, durante aquellas horas habían caído todas sus máscaras.

Lo liberaron por la mañana, cuando no aguardaba ya nada. Al cruzar el umbral, una alegría fugaz penetró furtivamente en su espíritu: allí lo esperaba, oculta tras un velo, una mujer a la que hace tiempo quiso olvidar.

Le preguntó si lo habían torturado. Él respondió con amargura. Comieron juntos en su casa, como marido y mujer, escuchando la radio. Las noticias hablaban de revueltas y disparos, de algaradas cubiertas en sangre.

Se echó en la cama y abrió un viejo libro de versos. Un poeta que había muerto muchos siglos atrás le hablaba desde el pasado: “no te entristezcas sin razones, entrégate al destino, retrasa la muerte cuando puedas, vives bajo un influjo mágico”.

Se prometieron para toda la vida. Después, al tiempo que anochecía, recitaron el Corán en voz muy baja, mientras descubrían entrecortadamente sus rostros. En las calles se juntaban muchachos armados alrededor de las llamas dispersas, como si fueran las hogueras de una fiesta.