martes, 30 de junio de 2009

VISITAS DE MADRUGADA

OLIVIER FÖLLMI


En cierta ocasión, mientras pasaba la noche en un caserío de Araotz, el pueblo donde nació Lope de Agirre, apodado el Loco, el Peregrino y el Tirano, me desperté sobresaltado. A mi lado, en la cama, había una chica, que también estaba en la casa y a la que había conocida la noche anterior. Me asusté y entonces ella me dijo: “¿no quieres que me quede?”. “No, quiero dormir” le contesté malhumorado. Me pregunto cómo hubiera actuado si en lugar de ser poco agraciada físicamente, hubiera sido una mujer guapa e irresistible.

Aquello fue un hecho excepcional, que jamás me había vuelto a suceder, como dicen que pasa con algunas oportunidades, que si no las aprovechas no se presentan nunca más. Sin embargo, a veces los hechos mágicos ocurren cuando menos los esperamos.

Acabo de llegar, cargado con mi maleta, de un viaje a Senegal. Iba sin ninguna ilusión, sin expectativas. Tenía ganas de hacer algo distinto con mis vacaciones. Sin embargo, no fui yo a ese viaje, sino que el viaje vino a mí, como sucede tantas veces. Acudí a una agencia especializada en recorridos de aventura y me apunté, por eliminación, a ese destino, cogiendo una habitación individual.

No me costó mucho entrar en el grupo. Éramos varios los que viajábamos solos. Entre ellos, Irene, una chica de Madrid, siete u ocho años más joven que yo. Poco a poco la relación entre nosotros se fue estrechando. Habían pasado tres o cuatro días y notaba que Irene, que hasta entonces parecía no haberse percatado de mi existencia, había empezado a mirarme con un interés especial.

Una noche salí a sentarme en una hamaca, junto a la piscina del hotel. Tenía la lejana esperanza de verla, por una de esas extrañas conexiones de tiempos, pensamientos y espacios y en efecto, unos minutos después apareció. Se sentó a mi lado y después de hablar un rato del calor asfixiante y de los lugares donde habíamos estado durante el día, en un largo silencio lleno de promesas pensé en besarla, pero no me atreví. Entonces noté que era ella quien me cogía la mano y se la llevaba a los labios.

Entró tras de mí en el cuarto, sin necesidad de que yo la invitase. Nos besamos, nos llenamos de caricias, enlazamos nuestros brazos, nuestras piernas, nuestras pelvis, nuestros cuerpos ansiosos de encontrarse. Después nos quedamos dormidos. De madrugada, me desperté, sobresaltado, tal vez por la costumbre de dormir solo y noté su hermoso cuerpo que seguía a mi lado. Tenía sueño y quería seguir durmiendo pero también quería permanecer así para siempre, abrazado a su pecho de agua salada, a su cuerpo de aire.


lunes, 29 de junio de 2009

ZEN

CLOSE-UP OF NOVICE BUDDHIST MONK


“Hay un modo zen para todas las cosas” dice un libro sobre budismo que estoy leyendo. “Hay un modo adecuado, desde el punto de vista del zen, de caminar por la calle, de ir en metro, de besar o abrazar a un amante, de lavarse los dientes o leer un libro. Hay también un modo zen de viajar, de contemplar una noche estrellada, de ser ciego o sordo, de pilotar un avión, de reír, de bailar o cantar, de estar enfermo o incluso de nacer o morir”.

Hay cosas del budismo que me resultan antipáticas, las frases hechas, los gongs, las túnicas, sobre todo cuando las visten occidentales que parecen asistentes a una fiesta de disfraces místicos. Hay otras cosas, sin embargo, que me encantan, el respeto a todos los seres vivos, la idea de que uno no tiene que confiar en maestros ni en gurús, de que “uno mismo es su único maestro”. También me gustan los koanes y los haikus, pequeña frases y poemas cargados de resonancias, de ecos de la vida real, del universo profundo.

Desconozco cual es el modo de zen de escribir un blog, de tomar el sol, de estudiar un máster, de viajar, de beber una cerveza, de observar a la gente, aunque supongo que tiene que ver mucho más con vivir cada instante con plenitud que con llevar una túnica negra, con saber que uno es una parte infinitesimal de un todo y que no somos diferentes de nadie, que somos idénticos a las personas con quienes nos cruzamos a cada instante o a las hormigas que trepan por mis plantas.

Un profesor que tuve decía que uno siempre tiene que estar dispuesto a hacer el ridículo con clase, con estilo. Seguramente esta frase no tiene nada que ver con la doctrina del zen, pero a mí me parece que, de un modo u otro, en el extraño mundo de las casualidades invisibles existe un lazo oculto que las une.

¿Hay, tal vez, un modo zen de fracasar, de naufragar en la vida, de hacer el ridículo?.


miércoles, 24 de junio de 2009

LA CIUDAD DE LA MUERTE



Su padre le había contado que los fénecs dormían por el día, y que a veces excavaban sus madrigueras, que rellenaban con plumas y pedacitos de piel, cerca de las jaimas donde viven los habitantes del desierto o de las casas de sus poblados. Antes de quedarse dormido, a Salek le parecía escucharlos escarbando la tierra, hasta hundirse en ella completamente y se imaginaba que un pequeño zorro aparecía a su lado y empezaba a olisquearle y a lamer su cara. Sin embargo, no les tenía ningún miedo. Sabía que solo se alimentaban de lagartos, de pájaros, de escorpiones y culebras. A veces, el muchacho dejaba fuera de la vieja casa donde vivían un recipiente con algún pequeño reptil que había encontrado muerto sobre la arena, para que los fénecs no pasaran hambre si esa noche no encontraban qué comer.

La guerra había atravesado el desierto con una crueldad insaciable, devorando pueblos enteros, llevándose a los hombres y a los muchachos, provocando el éxodo de las familias y las tribus. Los aviones pasaban a escasa altura sobre el cielo de Shara, vigilando los movimientos de las caravanas y arrojando, de tanto en tanto, bombas y proyectiles. Los gobiernos enviaban soldados y camiones repletos de armamento a las tierras donde las tribus nómadas habían vivido durante siglos, limitando sus movimientos y los de sus rebaños. Los ritmos de vida de los habitantes del desierto, que se habían mantenido inalterables durante miles de años, cambiaron por completo.

El padre de Salek había colaborado durante años con la guerrilla. Resultó herido en una emboscada, pero consiguió huir, regresando, tras un tiempo en la clandestinidad, a la vida nómada de sus antepasados. Después de su detención fue enviado a una prisión del norte, acusado de formar parte de los grupos secretos de los habitantes del desierto.

Al principio les mandaba desde allí cartas muy breves, de apenas unas líneas. La madre enseñaba a leer a su hijo con ellas, y después las repasaba para sí, muy lentamente, con lágrimas en los ojos, hasta desgastar el papel. Le hablaba al muchacho del hermoso lugar donde estaba su padre, un lugar que ella había inventado, y que no existía en el mundo real. Sabía que su marido estaba encerrado en una celda estrecha, sin ventanas, y que tan solo un tenue hilo de luz entraba por un agujero abierto en el techo, iluminando un pequeño espacio de claridad que cambiaba de lugar según la hora del día. De noche todo quedaba a oscuras, y los presos dormían abrazados para no morir de frío. Los compañeros que de tiempo en tiempo eran liberados le traían noticias de un mundo inhóspito y cruel, junto con breves cartas escondidas entre sus ropas, escritas con palabras borrosas y vacilantes, en las que se percibía un dolor oscuro y una amarga tristeza.

Acostumbrado a la vida del desierto, el padre de Salek pudo aguantar mejor que otros el terrible calor de los días y el frío implacable de las noches de la prisión, situada en mitad de una tierra vacía. Después fue enviado, junto con algunos de sus compañeros, a un lejano penal, un lugar feroz de castigo para los presos más peligrosos, los asesinos y los militantes subversivos.

Después de unos meses, únicamente seguían con vida la mitad de los prisioneros que habían sido enviados a aquel terrible lugar. Era tal su dureza que los propios carceleros le llamaban “la ciudad de la muerte”. Había presos que caminaban a cuatro patas, como perros, mientras otros se arrastraban sobre el suelo, igual que lagartos o serpientes, o no se levantaban jamás de su rincón en el suelo, como si solo esperasen el final de sus días.



martes, 23 de junio de 2009

LOS FÉNECS



Desde que era muy pequeño, su padre le contaba viejas historias del desierto. Entre todas ellas, las preferidas de Salek eran aquellas que hablaban de los fénecs, los pequeños zorros que vivían escondidos entre las dunas, con las orejas puntiagudas y el pelaje del mismo color que la arena. Muchas noches, acurrucado al lado de su madre sobre una estera de lana, dentro de su jaima de nómadas, el muchacho se dormía escuchando estas historias, y luego soñaba con ellos.

Por aquel tiempo, en una pequeña población situada al borde del desierto, unos soldados detuvieron a su padre, y se lo llevaron con ellos, atado, entre golpes e insultos. Entonces, Salek, que aún era muy pequeño y su madre se fueron a vivir a Shara, un pueblo fantasma, antiguo oasis en las rutas de la venta de esclavos.

Las lagunas y acequias que atraían hasta Shara a los viajeros del desierto eran ahora pantanos de aguas insalubres, llenos de mosquitos que transmitían la malaria, una enfermedad temida por todos. En la mayoría de las casas, abandonadas por sus antiguos habitantes, solamente vivían pequeños animales nocturnos, murciélagos, escorpiones o serpientes. El resto de las escasas construcciones del poblado, las chozas y los rediles que aún quedaban en pie estaban ocupados por los exiliados del desierto y sus rebaños, por ancianos recolectores de dátiles, por prófugos y bandidos.

Salek subía cada día hasta lo más alto del poblado para ver pasar a lo lejos las caravanas de sal. Las largas hileras de camellos atravesaban el desierto en varias direcciones, sobre las dunas enrojecidas por el óxido de hierro, y regresaban por el mismo camino, varias semanas después. A veces los viajeros y los comerciantes que formaban las caravanas se acercaban hasta Shara para intercambiar alimentos, ropas y otros productos con los habitantes del poblado fantasma. El niño los miraba acercarse con los ojos muy abiertos, fascinado por estar tan cerca de ellos. Las mujeres iban cubiertas con túnicas y velos, mientras que los hombres, temerosos de ser atacados por los bandidos que, según habían oído contar, se refugiaban en Shara, mostraban de forma ostentosa sus cuchillos y revólveres bajo la ropa.

Cerca del poblado se erguían unas lomas rocosas, erosionadas durante miles de años por el viento y por antiguas lluvias, ya olvidadas. En su interior la tierra roja escondía cuevas profundas e intrincadas, cuyas paredes estaban cubiertas con dibujos de primitivas civilizaciones. Los muchachos de Shara iban a menudo hasta allí y se quedaban observando, a la luz del sol, las grandes figuras de animales que sus antepasados habían esculpido sobre las rocas exteriores. Después penetraban en las grutas con un haz de luz y veían, recortándose sobre los muros irregulares, las gacelas, los búfalos, los leopardos y las leonas al acecho, las cebras o las jirafas, animales que habían vivido en aquellos parajes durante los lejanos tiempos en que estuvieron cubiertos de campos y bosques extensos, y atravesados por ríos que los hacían fértiles. Salek, bajo la débil luz de su antorcha, buscó dibujos de zorros, pero no vio ninguno.


domingo, 21 de junio de 2009

LOS SERES IDÉNTICOS

ZHANG XIAOGANG (Bloodline)


El curioso hallazgo que a continuación se describe no fue el resultado de metódicas investigaciones científicas, sino de una afortunada casualidad, como tantas veces sucede. Daniel Oxum era el modesto empleado de un almacén de calzado que, debido a la feroz competencia de las grandes superficies, había visto disminuir velozmente su actividad y caminaba a paso seguro hacia la quiebra. Llevado por el tedio insoportable de pasar largas horas aguardando a sus escasos clientes, sin apenas nada que hacer, Oxum se había convertido en un gran aficionado a la lectura. Entre todos los géneros conocidos, sus preferidos eran, sin duda, los libros de historia. Así, un día, mientras hojeaba un antiguo volumen de fotografías sobre la Guerra Civil en el frente de Aragón, Daniel encontró una cara que creyó reconocer.

La persona del retrato se parecía extraordinariamente a uno de los raros visitantes del almacén, dueño de modesta zapatería en el extrarradio. Sorprendido, en la primera ocasión que tuvo, Oxum utilizó una excusa banal para preguntarle dónde había nacido y si tenía familia en Aragón. El hombre le contestó con una sonrisa que todos sus antepasados, sus padres y los padres de sus padres, y así hasta donde llegaba su conocimiento, habían nacido en Inoso, una aldea del País Vasco, o en sus alrededores, y que había estado una sola vez en su vida en Zaragoza, por unas pocas horas, durante el viaje de su luna de miel, de camino hacia un pequeño pueblo de la Costa Brava.

Hablaron también de la guerra. Su padre, según recordaba el visitante del almacén, había tomado parte en ella como soldado, pero no en Aragón, sino en los montes de Álava y Vizcaya, al principio en los alrededores de Orduña y en el frente de Villarreal y más tarde en las cercanías de Bilbao, arrastrándose por los oscuros túneles del Cinturón de Hierro, en la cima del monte Ganguren. Después de la derrota fue detenido, y tras ser juzgado sumariamente, como militante de Acción Nacionalista Vasca, pasó varios años en un penal de Castilla.

Cuando el hombre se fue, Daniel Oxum volvió a consultar, con gran interés, la antigua fotografía. El parecido con la persona con la que había estado hablando unos minutos antes era asombroso. Ambos tenían, incluso, un lunar en el mismo lado de la cara, a la derecha de la nariz. Su cuero cabelludo presentaba, en ambos casos, incipientes entradas, tan parecidas como dos calcos. Evidentemente, la edad no se podía corresponder de ninguna de las maneras, y menos aún teniendo en cuenta que la imagen del libro correspondía al momento inmediatamente anterior a la muerte de un campesino falangista, fusilado contra el muro de la iglesia de un pueblo de Teruel donde se había instalado el comunismo libertario.

Pasaron muchos años antes de que Daniel Oxum recordase de nuevo aquella primera experiencia con los seres idénticos, tal como él mismo pasó a denominarlos en varias notas manuscritas que han llegado hasta nosotros. Algunos días después de la muerte de su padre, Daniel dedicó unas horas a hacer limpieza del caserío donde había vivido sus primeros años, al que acudía cada vez con mayor frecuencia, como quien vuelve al útero materno, para ir aproximándose poco a poco al lugar del que procede, al aire, al cosmos, a la nada. Allí, mientras hojeaba viejos papeles, carpetas des-gastadas y carnets descoloridos de principios de siglo, encontró la fotografía de un alegre día de fiesta. Podía tratarse de un bautizo, una boda o cualquier otra celebración religiosa de importancia. Después de la ceremonia, los vecinos acostumbraban a congregarse a la salida de la pequeña iglesia del pueblo, como recordaba haber visto hacer Oxum cientos de veces durante los años de su niñez. De repente, sin embargo, mirando aquella antigua fotografía, Daniel sintió un ahogo repentino, como si hubiera sufrido un súbito ataque de asma, una conmoción del sistema vegetativo o una alucinación inesperada.

Entre todas aquellas personas de principios de siglo, la mayoría desconocidas, que aparecían en las imágenes gastadas de bromuro de plata, vio a su propia hija, que acababa de cumplir doce años, o a una niña que se le parecía de forma extraordinaria. Cuando volvió a su casa, ya de noche, Oxum pasó un buen rato observando a la muchacha, mientras ella cenaba lentamente a su lado o veía la televisión, devolviéndole de tanto en tanto miradas sorprendidas.

Al día siguiente, Daniel fue a preguntar a su madre, ya muy mayor, sobre la fotografía. Pasaron la tarde hablando de aquellos tiempos lejanos, alrededor de 1930, y a Oxum le pareció que estaba descubriendo por primera vez un mundo maravilloso que no había sido capaz de ver hasta entonces. Tenía a su lado a un ser vivo con un bagaje extraordinario de experiencias, con infinidad de recuerdos e historias que contar, con puntos de vista propios y originales, ante los que siempre había estado sordo y ciego. En el transcurso de esa conversación, ella le dijo que la niña de la foto era la hermana menor de su padre, es decir, una tía abuela del propio Daniel, que había muerto hacía quince o veinte años. A pesar del tiempo transcurrido, Oxum recordó haber asistido al funeral, una tarde lluviosa de finales de otoño.


Daniel Oxum pasó largos años buscando nuevos seres idénticos, al principio en su propio lugar de residencia y más adelante en las regiones limítrofes. A medida que iba progresando en su labor investigadora, tomó la decisión de publicar algunos anuncios en la prensa, con el único fin de llegar a conocer todos aquellos casos similares de los que pudiera tenerse noticia. Con el tiempo, Oxum logró registrar algunos hechos muy parecidos a los descritos por él incluso en parajes remotos de América del Sur y en lejanas islas de Oceanía, lugares cuya misma existencia le había sido hasta entonces completamente desconocida. La mayoría de los casos recogidos a lo largo de sus años de investigación aparecen documentados por medio de fotografías o de cintas videográficas. Otras veces, en cambio, son simples recortes de prensa, cartas o notas manuscritas.

Todos los datos mencionados le sirven a Daniel Oxum para extraer algunas conclusiones. Hace notar, por ejemplo, que los seres idénticos aparecen con frecuencia dentro de un mismo grupo familiar, si bien en estos casos es habitual que exista entre ellos un intervalo de tiempo superior a noventa o cien años, como si la propia naturaleza quisiera establecer un límite temporal o una especie de trampa para que estos seres no puedan llegar a reconocerse en sus clónicos. Sin embargo, en la mayoría de los casos estudiados por Oxum no existe ningún parentesco entre las personas idénticas. No ha sido factible investigar, obviamente, la posible repetición, de un modo reiterado, de hombres y mujeres exactos a lo largo de los siglos. Si esto fuera así, personas idénticas a las actuales habrían vivido en épocas muy alejadas en el tiempo, tales como el Renacimiento, la América precolombina o la Edad del Bronce.

Otras veces, de forma sorprendente, estos hechos suceden en lugares muy alejados entre sí, incluso en continentes distintos y afectan a seres que, casi con absoluta seguridad, nunca se encontrarán. Sobre la posibilidad de que dos seres idénticos lleguen a conocerse, no existe ningún dato que nos permita confirmar que esto haya sucedido en alguna ocasión. Sí existe constancia, sin embargo, de varios casos de parejas idénticas a otras que han existido al mismo tiempo o con posterioridad en diferentes lugares del mundo, salvando de una manera sorprendente las características raciales que distinguen a los diferentes pueblos y culturas. Así mismo, se encuentra registrado, con fotografías que así lo atestiguan, el caso, quizá excepcional, de una familia húngara cuyo parecido físico con otra finlandesa formada por el mismo número de miembros es realmente asombroso.

Daniel Oxum esboza una hipótesis, esto es, que todos nosotros somos seres idénticos a otros que habitaron la tierra con anterioridad, y a muchos más que nos sucederán, hasta la destrucción del mundo. Nuestros brazos y nuestros rostros son iguales a los de aquellas personas que construyeron las pirámides, de la misma manera que la libélula que muere aplastada por un golpe de nuestra mano es idéntica a otros millones de libélulas que han volado y que volarán nuevamente a nuestro alrededor, y que los rasgos de nuestra cara enamoran a seres que tal vez se han enamorado ya de nosotros cientos o miles de veces. De acuerdo con esto, quizá podamos afirmar que todos los seres humanos no son sino pequeñas variaciones de sí mismos, y las fronteras del yo una mera superstición.


Hace solo unos meses, alguien que conocía sus extrañas teorías invitó a Daniel Oxum a dar una charla sobre los seres idénticos en la asociación de jubilados de su localidad. Al final de la misma, una anciana practicante de yoga le preguntó si creía en la reencarnación. Nuestro investigador balbuceó algunas palabras de respuesta, para salir del paso, y finalmente dejó la pregunta sin contestar. Jamás se le había pasado una cuestión así por la cabeza. Al salir del local, y tras participar en una alegre tertulia de café junto a los organizadores del evento, acompañada por unas copas de aguardiente de hierbas, se dirigió a unos grandes almacenes, que estaban a punto de cerrar, y compró un libro sobre el tema. Por la noche, ya en su cama, comenzó a leerlo, pero se quedó completamente dormido cuando apenas había pasado la vista sobre un par de hojas. Entonces, por primera vez en su vida, tal vez por la influencia sutil de las bebidas espiritosas, Daniel vislumbró entre la niebla de su cerebro adormecido a un ser idéntico a él, que le hablaba al oído en el lenguaje de los sueños.


sábado, 20 de junio de 2009

POEMA HOMICIDA

LINDA BERGKVIST (Gone)


Deja que mi mano te estrangule como un pañuelo o una culebra y caigas al suelo lentamente como las líneas de un dibujo roto.

Permite que las hojas secas te cubran, que crezcan sobre ti campanillas azules, tallos de maíz, que los escarabajos caminen por tus manos y descubran los niños piedras de amatista en las cuencas de tus ojos.

Nadie te hará ningún daño, un lagarto tendrá a tu lado su hogar sombrío.

Simula que estás muerto, deja que tu pensamiento se desvanezca, que los pequeños juncos se enreden en tu pelo, que los búhos te consideren uno más entre ellos, que un meteorito explote sobre ti y caigan en tu cara, como un granizo muy fino, fragmentos de cielo.


jueves, 18 de junio de 2009

SARTRE, UN ANCIANO MAOÍSTA

JEAN-PAUL SARTRE

Al final de su vida, Jean Paul Sartre, un viejo ciego y tambaleante, vendía el periódico maoísta “La causa del pueblo” por las calles de París.

Sartre, Premio Nobel de Literatura que rechazó ir a recoger su premio, vivió rodeado de mujeres. Sin embargo, a esa edad avanzada ya no era el polígamo confeso que llenaba su vida con lo que él llamaba amores contingentes. Al no poder ver, la comida se le caía de la boca y algunas admiradoras lo contemplaban horrorizadas, sin poder soportar esta terrible visión de su maestro. Además, Sartre continuaba bebiendo en abundancia. En cierta ocasión, una amiga lo encontró tirado sobre la alfombra de su habitación, con una terrible resaca.

Jean-Paul Sartre decía que prefería a las mujeres antes que a los hombres porque estos le parecían cómicos, incluso ridículos. Las mujeres, en cambio, tenían una sensibilidad más desarrollada y sus conversaciones fluían de un modo natural. Los excesos con el alcohol, el tabaco y las drogas tales como coridrina o mezcalina, tuvieron sus consecuencias: pérdidas de equilibrio, mala circulación de la sangre y dolores atroces en las piernas. “La muerte no me da ningún miedo” –decía- “me parece un hecho absolutamente normal”.

Desde la terraza del café La Coupole, próximo a su apartamento, los garçons inclinaban sus cabezas ante el torpe hombrecito, tímido y tembloroso, vestido como un jubilado maoísta, que durante los últimos años se prodigaba con ellos en propinas y visitas. Se trataba de Jean Paul Sartre, una de las más altas expresiones de la inteligencia y el pensamiento del siglo XX.



miércoles, 17 de junio de 2009

CONSTELACIONES FAMILIARES



Jumjo se lleva mal con toda su familia. Ni siquiera se habla con sus hermanos, a los que considera culpables de una larga lista de delitos a los que, desgraciadamente, no hace referencia el Código Penal. Tal vez por esta razón desprecia la idea de unir su vida a la de nadie, no tiene ningún trato con mujeres y abomina de los niños.

Levemente preocupado por este asunto, que le hace vivir un tanto aislado del mundo, acude a un terapeuta. Éste le sugiere construir su árbol familiar y remontarse a través de sus raíces, ramas y bifurcaciones hasta un tiempo pasado. En un primer momento solo debe incluir en él a aquellos miembros a los que considera una buena influencia en su vida. Luego, Jumjo elabora también el árbol de los proscritos.

Acude varios días a la consulta, cada vez más interesado y dibuja, con exactitud y precisión, nombres y conexiones. Pone al lado de cada miembro de su familia uno o más símbolos, positivos o negativos, interrogaciones, dibujos, puñales, calaveras o sonrisas. Se divierte mucho con el juego y cuando regresa a su casa piensa en nuevas ramas que añadir a su árbol.

Desde entonces suceden cosas maravillosas. El extraño experimento saca a la luz todo lo que estaba oculto, aflorando la raíz de sus disputas. Misteriosamente, la actitud de sus familiares, que nada saben de su terapia, ha cambiado. Mantiene con ellos conversaciones distendidas. Le felicitan en su cumpleaños, le invitan a una fiesta. El alma familiar revive como una hermoso rododendro que hubiera resistido los hielos del invierno.

Jumjo ha dejado la terapia, pero sigue dibujando cada día su árbol, indagando en su alma familiar. Traza abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, consulta archivos, pregunta aquí y allá. Un día, de repente, siente el vivo deseo de continuar este árbol hacia el futuro. Esboza una pequeña rama que emerge hacia la parte superior del papel, buscando el porvenir, y pronuncia en viva voz su deseo al universo, como un mantra.


martes, 16 de junio de 2009

LA RAÍZ DEL GINGKO

ERIKA YAMASHIRO (Sound of Ground)


Jizō nunca se casó, pero vivió feliz toda su vida con Daniele, el hombre al que conoció, mientras se debatía en terribles dudas sobre su destino, en el pueblo de Isumi, junto a la costa del Pacífico. Daniele había nacido en Savona, en el norte de Italia, y era actor y director de teatro, titulado en lenguas asiáticas y practicante de zen. En Italia había sido discípulo de la escuela de actores de Vittorio Gassman, por quien sentía una gran admiración. Jizō y Daniele vivieron largas temporadas en ambos países. Su casa de Savona era lujosa, una herencia de su abuelo, un industrial de éxito, y estaba en las afueras de la ciudad, al borde del mar Mediterráneo. El hogar de Tokio, por el contrario, era la vieja casa de la infancia de Jizō, pobre y deteriorada.

En ambos lugares la pareja recibía la visita de muchos amigos: lingüistas, literatos, actores, practicantes de yoga o zen, viejos taoístas, fotógrafos, pintores o viajeros. En ese ambiente irreal, lejos del mundo del dinero, los negocios y las posesiones materiales creció el hijo de ambos, Kizuki, rodeado en Italia de lujos invisibles, y de muchachos de clase media, hijos de obreros, en Japón.

Jizō no renunció a cultivar sus raíces, su propio mundo. El pequeño Kizuki le proporcionaba cada día una relación directa con la vida y las obligaciones cotidianas. Mantuvo, además, fecundas amistades y viajó por su cuenta, sola o en compañía de otras amigas. Estuvo en África, en Brasil y en Finlandia. En uno de sus viajes, incluso, creyó enamorarse de otra persona, pero la ilusión pasó muy pronto, como una tormenta en el mar.

Después, Jizō se dedicó a cumplir uno de sus grandes deseos, escribir cuentos infantiles y novelas de misterio. El protagonista de todas ellas, Kare, un detective japonés, descubre el submundo de Tokio, poblado de presencias misteriosas, de entes invisibles que ejercen una influencia cierta en las vidas de sus habitantes, gente que no aparece en los noticiarios ni en las revistas de aparatos electrónicos. El policía trata de aclarar crímenes inexplicables, secuestros o robos, y se encuentra una y otra vez con los antiguos espíritus nipones que luchan por sobrevivir, que participan en complots, en luchas políticas contra el nuevo mundo que los va arrinconando. También pueblan las páginas de sus libros grupos organizados que defienden el antiguo Japón heroico, la potencia anterior a la guerra, y que claman venganza por las bombas atómicas, muchachos suicidas que dan su vida por un pasado que jamás conocieron, soldados perdidos que regresan muchos años después a un país que no reconocen. Hay también hombres ocultos en casas de bambú que visten túnicas de samurai, que rechazan los productos extranjeros y dominan las artes guerreras del kendo y el jiu-jitsu.

El primer libro de Jizō tuvo un gran éxito. Sin embargo, poco antes de publicar el segundo, que ya estaba en la imprenta, feliz con su relación familiar y habiendo alcanzado el reconocimiento público por su obra, sufrió un ataque al corazón mientras hacía deporte en el parque Shiba-Koen. Mientras una ambulancia la transportaba al hospital, en una gran pantalla situada en un cruce de calles tuvo una última visión, el rostro alegre de un viejo espíritu nipón que le daba la bienvenida a un nuevo mundo, el mundo de las personas que se fueron, de los viejos espíritus minerales y vegetales, de las flores marchitas de gingko.



lunes, 15 de junio de 2009

JIZŌ

JIA LU (Lotus Bearer)


Cuando llegó el momento de casarse Jizō, una alegre muchacha que vivía en los suburbios de Tokio, tenía nueve pretendientes. Todos la cortejaban, le enviaban ramos de narcisos y crisantemos y le dedicaban canciones. Parecía existir entre todos ellos una competición por alcanzar su corazón, aunque tal vez no fuera más que una simple cuestión de orgullo. Ella, sin embargo, no entendía este interés. Se creía sosa y fea, carente de gracia y con el cuerpo de una lagartija o una zarigüeya.

Jizō estaba aturdida y no sabía a cuál de sus aspirantes elegir, o si por el contrario, debía aguardar aún más, hasta que llegase el verdadero hombre perfecto, su alma gemela, que la quisiese y la cuidase, que le permitiera ser ella misma y crecer hacia el aire libre y hacia su propio interior, como las hojas y las raíces del gingko. Su vida futura dependía en gran medida de esta elección. Quería ser madre, tener un niño y criarlo como a un príncipe pobre, como a un emir de los arrabales, como a un samurái de los barrios destartalados. Para eso necesitaba una pareja que estuviera a su lado y le ayudara a educar a su hijo.

Jizō se fue con una amiga de vacaciones a un pueblo costero, deseando meditar en sus opciones. Todos los candidatos protestaron por su repentina ausencia, excepto uno de ellos, que la animó, manifestando al mismo tiempo su pena. Era, sin embargo el menos agraciado entre todos y, por lo que había podido averiguar, el más aficionado a las mujeres y a la vida de taberna.

En el pueblo los días pasaban en largos paseos al borde del mar, sesiones de gimnasia, baños, silencios y sonrisas. Su amiga, callada pero al mismo tiempo cálida y cercana no le preguntaba nada sobre su dilema, que conocía a la perfección, y Jizō, poco a poco iba madurando una respuesta.

Durante sus paseos conoció a un hombre extranjero, que se alojaba en un hotel cercano. Hablaba un japonés casi perfecto, algo que resultaba sorprendente. Jizō congenió con él y le explicó su dilema. Él le dijo que escuchara a su corazón. “Pero –replicó ella- el corazón es difícil de entender. Es voluble y a menudo muda de piel”. Cuando intentaba explorar sus sentimientos, la muchacha parecía inclinarse por el último candidato, aquel que no había puesto objeciones a su partida. Sin embargo, el extranjero, en sus paseos con ambas amigas, fue pasando a ocupar, poco a poco, un lugar en sus pensamientos.

El extranjero volvió a Tokio poco antes que ellas, pues deseaba asistir a un seminario budista y a unas representaciones de Teatro Nō, para hacer un reportaje sobre este tipo de arte teatral, influenciado por el budismo. Cuando la muchacha volvió a su vez, los candidatos reanudaron su asedio. Unos se presentaron en su casa, otros la llamaron por teléfono o le enviaron misivas perfumadas. Alguno la invitó a una excursión a las laderas del Fujiyama, con otro distinto acudió a una casa de té; uno más, serio y formal, la llevó a una ceremonia sintoísta. Jizō fue descartando, uno tras otro a esos candidatos, haciendo caso a sus sentimientos.

El pretendiente aficionado a la vida alegre la llevó a cenar a un restaurante occidental. Después fueron a bailar a un club moderno. Jizō se divirtió muchísimo aquella noche. Quedó varias veces más con él y sintió que al fin podía haber encontrado a su hombre ideal. Reía y bailaba, se sentía segura y protegida. No obstante, acordándose del extranjero, antes de dar el sí, acudió, con su amiga, a una sesión de Teatro Nō.

Jizō se preguntaba donde estaría aquel hombre que conoció en el pueblo costero. Miró a su alrededor, pero no lo vio. La obra trataba sobre una mujer con varios pretendientes. Sin embargo, todos los actores eran hombres, incluso quien hacía el papel de la protagonista lo era, si bien cubría su rostro con una máscara tallada en madera, de una extraordinaria belleza. Los actores hacían movimientos de mimo y leves acrobacias, acompañados por tambores y flautas. Sus movimientos eran suaves y contenidos.

Jizō se sintió identificada con la obra, muy relacionada con su dilema, o eso le pareció a la muchacha. Uno de los personajes, de apariencia extranjera, parecía amar en secreto a la heroína de la representación. De pronto su pulso se alteró al ver a aquel que buscaba en una de las primeras filas, totalmente concentrado en la obra. Entonces Jizō vio pasar el futuro antes sus ojos al lado de aquel hombre que miraba fascinado a los actores de y le pareció que no podía aguardarle un destino más hermoso.



domingo, 14 de junio de 2009

UN HÉROE DE LA AVIACIÓN REPUBLICANA


El capitán Felipe del Río fue el ídolo de los chavales vascos durante la Guerra Civil. Al oír las sirenas, la población acudía apresuradamente a los refugios, aterrorizada por el poder destructivo de los bombarderos alemanes e italianos. En varias ocasiones, sin embargo, Del Río puso en fuga a la aviación enemiga. Durante el transcurso de la guerra, habían llegado al frente del norte quince aviones Policarpov para colaborar en la defensa del territorio fiel a la República. El personal al cargo de ellos era soviético, pero el grupo se completó con cuatro pilotos de la zona amenazada, que formaron la denominada “Escuadrilla Vasca”. Con la marcha de los aviadores rusos al frente de Madrid, esta fuerza aérea quedaría al mando del jovencísimo Felipe, de poco más de veinte años de edad.

En la ofensiva sobre Vitoria, en la que se desarrollaron fuertes combates aéreos, Felipe del Río inauguró su lista de victorias aéreas, derribando un Heinkel alemán. Una semana más tarde logró abatir otro avión del mismo tipo. Su tercera victoria la alcanzó en Otxandiano sobre un trimotor Fokker.

Ya eran seis los aviones derribados por él, cuando el 22 de abril, en un desigual combate sobre el cielo de Bilbao de su escuadrilla contra bimotores Heinkel escoltados por monoplanos Messerschmitt, su avión fue abatido sobre el puerto de la ciudad. Felipe del Río murió al estrellarse contra el suelo. La versión oficial afirma que fue alcanzado por el fuego de los modernos bombarderos de la Legión Cóndor, pero algunos testigos aseguran que fue derribado, por error, por las defensas antiaéreas del un destructor republicano. El héroe de la aviación solo tenía 25 años.


jueves, 11 de junio de 2009

POEMA DEL CALEIDOSCOPIO

JOHN WILLIAM WATERHOUSE (Destiny)

Recoge su pelo en la nuca con una trenza y sale a pasear por los muelles en sombra, iluminada por el resplandor de los ojos de buey, por los puntos de luz de las claraboyas, que se encienden y se apagan como disparos intermitentes o señales de un alfabeto secreto.

Cuando regresa a su hogar, de madrugada, empapada por el agua de mar, solloza ante un espejo, evitando respirar, se sienta a beber un licor de moras y golpea suavemente su pecho recorrido por líneas violetas, por rastros de besos, con el puño cerrado, con la empuñadura de un cuchillo.


martes, 9 de junio de 2009

EL BARRIO DE LA VÍBORA

EDUARDO ÚRCULO (Skyline, la gran tentación)


En el Barrio de la Víbora suceden hechos inverosímiles: encuentros inesperados, enamoramientos repentinos, hechizos, algaradas, ganancias súbitas, apariciones mágicas, caídas de pequeños meteoritos, visitas de seres del futuro o de animales misteriosos.

Quien pregunte en cualquier rincón de la ciudad por La Víbora, solo obtendrá respuestas difusas. Todos afirmarán conocer su existencia y dirán haber estado allí en alguna ocasión, pero le dirigirán a sitios diversos, separados por varios kilómetros y por un laberinto de calles enfrentadas entre sí. Una línea de metro conduce hasta el Barrio. La estación parece cambiar de forma y color cada día, con el sol o la lluvia. Sin embargo, tiene salida a un lugar siempre idéntico, a una pequeña plaza llena de vegetación exuberante, de pájaros tropicales, de animación y de vida.

Cuando alguien se extravía, quien lo busca acude al Barrio antes que a la policía, recorre sus plazas, se pierde en sus calles, observando a la gente, esperando verlo aparecer en cualquier instante. Muchas veces descubre al ser que desapareció sin dejar rastro charlando animadamente en un rincón o contemplando a los guacamayos que vuelan en el aire cálido y denso.

El personaje más conocido del Barrio es Moisés el Misterioso. Muchos lo conocen solo por su apodo. El Misterioso posee dones inquietantes: es capaz de volverse invisible y de comunicarse sin palabras. En el preciso instante en que piensas en él aparece a tu lado de repente, riendo y vuelve a desvanecerse enseguida, sin que nadie conozca adónde pudo marcharse. Moisés es el amigo perfecto, que siempre acude a la llamada de los pensamientos, que se adelanta a las necesidades, a los momentos críticos.

Nadie conoce el origen del nombre del Barrio. Se dice que hace muchos años aparecieron allí nidos de serpientes venenosas, que atacaban con saña a quienes se instalaron en ese lugar, donde hasta entonces solo vivían las víboras. Otros, al contrario, asocian el nombre con una extraña mujer, la Víbora, que según se dice vivió en el Barrio un tiempo atrás. Tuvo infinidad de amantes, príncipes, banqueros, ricos comerciantes que acudían a su casa cargados de flores, pero también la pretendieron aventureros, artistas sin éxito y algún galán desharrapado, que, si hemos de hacer caso a las conjeturas, fue su favorito, su único amor. La Víbora, de repente, desapareció, sola, con un niño en sus entrañas, hacia un destino incierto. Todos los hombres de sociedad la olvidaron con rapidez, pero su nombre quedó para siempre, tatuado en los muros, en los bancos de los parques, en la corteza de los árboles, por un vagabundo huidizo que enloqueció de nostalgia.


lunes, 8 de junio de 2009

EL MARCADOR

RENÉ MAGRITTE (The Lovers)

El Marcador deja una señal indeleble por donde pasa. Las muchachas jamás lo olvidan, los amigos lo echan en falta muchos años después, los cafés que visitaba desfallecen tras su partida y solo unos pocos acuden a recordarlo en charlas desvanecidas.

Sus novias y amantes no retornan a sus pasos de amor durante años, esperando su vuelta. Aún después de casarse dejarían hijos y maridos por una noche a su lado, por juntarse con él a cientos de kilómetros de distancia. Si tienen niños con otros les ponen su nombre, y se imaginan que son sus hijos, aunque el tiempo transcurrido lo haga un hecho inverosímil.

Mientras tanto, en una ciudad lejana, el Marcador rumia en secreto su vida desgraciada. Sus bromas divierten a todos excepto a él, sus frases le parecen insípidas y repetidas, las mujeres que han ocupado su vida le han dejado ahíto para siempre. No queda nadie a su lado que lo consuele, pues él mismo esquiva su compañía y solo recuerda, con dolor, la marca imborrable, la quemadura violenta que una mujer dejó, años atrás, en el lugar indefinido donde flota el alma, como la alargada pluma de un ave del paraíso.


domingo, 7 de junio de 2009

LUGARES QUE VISITAN LOS APARECIDOS

REMEDIOS VARO (Aurora)


La distancia que separa la vida y la muerte es muy corta. Un accidente repentino, un avión que se precipita en el mar, una arteria que se obstruye o se abre de improviso nos hacen cruzar, en unos segundos, el umbral.

La distancia entre los vivos y los muertos es una membrana muy fina. Las almas supervivientes no se queman en el infierno, ni entonan salmos ante Dios. Permanecen en los mismos lugares donde vivieron, manifestándose sutilmente, están aquí mientras nosotros aún las recordamos y desaparecen cuando ya no ocupan un lugar en nuestra memoria. Entonces, ya olvidadas, se marchan a recorrer mundos distintos de los que nada sabían hasta entonces.

Los aparecidos tienen sus lugares predilectos. No les gusta estar solos. Se reúnen en las plazas, en los bares atestados, en las oficinas públicas, en las salas de espera de las estaciones de tren y los aeropuertos. Tratan de advertir a los pasajeros en riesgo, reducen la velocidad de los convoyes o desvían las tormentas eléctricas del trayecto de las aeronaves.

Tienen una extraña preferencia por los cuartos de baño. Allí nos observan mientras nos duchamos y nos lavamos los dientes, mientras nos afeitamos o pasamos el cepillo despreocupadamente por nuestro cabello.

Los aparecidos no buscan oscuras venganzas. Tampoco desean asustarnos o llevarnos a su mundo. Al contrario, cuando nos ven deprimidos o tristes se acercan a nosotros dulcemente y nos soplan al oído recuerdos e imágenes de una vida alegre, de una larga existencia, plena de amor, venturosa y feliz.



jueves, 4 de junio de 2009

POEMA MAU-MAU

BALTHUS (La partie de cartes)


Los niños del suburbio duermen apretando sus pistolas al corazón, mientras sueñan con jaguares, con riñas de gallos, con reyertas de cuchillos.

En sus cuartos cerrados que huelen a ropa sucia, a perfumes indios y a tabaco, pintan su rostro con hollín, se colocan antifaces y conversan entre sí en un idioma extraño.

Sus madres reciben cien dólares de tiempo en tiempo junto a un corazón dibujado en un billete de metro, por cuyas estaciones los persiguen incansables los fantasmas de dos extraños a quienes dispararon en los ojos.


martes, 2 de junio de 2009

SHIBAN

HUMBERTO VIÑAS (La sin magia de la caricia)


La vida de Shiban cambió por completo al descubrir que era capaz de leer el pensamiento de la gente. “No es algo tan difícil desvelar lo que piensan los demás” -afirmaba-."Solo se necesita dejar de ser uno mismo, disolverse en la nada y despertar después en el otro”.

Mediante el uso de sus extrañas técnicas, Shiban consiguió ir penetrando poco a poco en el interior de algunas personas. Al principio solo lo lograba con las más indefensas, cuyas barreras se desmoronaban sin esfuerzo, permitiéndole intoducirse en sus mentes, grises y apagadas unas veces y en otras ocasiones, por el contrario, un mundo feliz de colores brillantes. Una vez en su interior, el muchacho era capaz de predecir sus gestos, de anticipar sus pasos, de adivinar sus pensamientos.

De ese modo, Shiban consiguió identificar las razones ocultas que movían a las personas, sus pulsiones, sus secretos, lo que sentían o pensaban de verdad mientras estaban en silencio o pronunciaban frases contradictorias. Esto le permitió aproximarse a su propia felicidad, pues logró identificar con precisión, tras palabras o saludos farsantes, a quienes le apreciaban o le detestaban. También obtuvo el amor, al descubrir que una hermosa muchacha le deseaba en secreto.

Un paso aún más trascendental, que le hizo romper a llorar, emocionado, fue penetrar en el ser profundo de los animales y las plantas. Descubrió que no eran tan distintos a nosotros, que presentían con dolor y tristeza su sacrificio, y que merecían, como compañeros de nuestra vida en la Tierra, dueños de una existencia inhóspita y misteriosa, un gran respeto. Desde entonces, como los devotos jainistas de la India, Shiban miraba fijamente al suelo a cada paso que daba, para no lastimar a ningún ser vivo.

Al atardecer, de regreso a su casa, Shiban preparaba la cena y se desvanecía en el sofá, cansado de la extenuante labor del día. Después, salía a su terraza y dejaba vagar su espíritu, disolviéndose en la noche estrellada, en las veloces moléculas del aire caliente, entre las partículas cósmicas que proseguían su viaje interminable.



lunes, 1 de junio de 2009

SIMETRÍAS

JOSH GEORGE

Cada día que toma el metro, Trukel practica un juego que él mismo ha inventado. Mira a todas las personas que están a su alrededor, empezando por los zapatos y va subiendo muy lentamente hasta llegar a sus caras. Observa que, en cada ser humano, todo sigue una extraña simetría, el calzado, los pantalones o los vestidos, el cinturón, la camisa, los jerseys, las chaquetas, los pendientes, pañuelos y collares, los rasgos del rostro y la forma del pelo.

No se trata de que las prendas combinen o se correspondan estéticamente. Trukel piensa que el ser interior de cada uno se manifiesta de múltiples modos. Son muy pocas las veces en que se sorprende al ver una falta de concordancia entre las ropas, las formas del cuerpo y los rasgos de la cara. En estas raras ocasiones, él mismo se queda perplejo y le parece que está ante un ser distinto, hecho de múltiples jirones, una persona que aúna en su interior a muchas personas diferentes.

Para acabar su juego, Trukel se mira a sí mismo, comenzando por los pies, al igual que hace con los demás. Encuentra también una extraña simetría en todo lo que viste y en lo que es, pero le parece estar mirando a otra persona, a un desconocido del que conoce muy poco, y que en cualquier momento podría levantarse y echar a andar, alejándose de sí mismo.