miércoles, 3 de noviembre de 2010

LA HABITACIÓN DE LA TORTUGA

HENRI MATISSE (Blue Nude)


Como hizo muchos años atrás Siddartha Gautama, el Buda, que permaneció inmóvil en la posición del loto hasta alcanzar la iluminación, James Kahani, un muchacho de los suburbios de Nairobi, decidió no salir de su cuarto hasta resolver el mar de dudas que amenazaba con ahogar definitivamente su vida. Después de su encierro, cuando supiera exactamente lo que quería, saldría al mundo y marcharía siempre en línea recta, sin desviarse un milímetro, hacia sus múltiples destinos.

James se secuestró a sí mismo. No dio explicaciones en el trabajo ni llamó a su novia Eliza o a sus padres. Tampoco quiso responder al teléfono durante cerca de un mes. Apenas comió en el transcurso de esas semanas. Su escasa barba creció y el polvo fue acumulándose en la que él pasó a llamar la Habitación de la Tortuga, por lo mucho que tardó en llegar la iluminación hasta su interior desordenado. James, sin embargo, apenas podía permanecer más de diez minutos seguidos en la posición del loto y la iba alternando con la postura yóguica del Sirshasana y otras menos ortodoxas que improvisaba tumbado en el sofá, en un grueso cojín sobre el suelo o sentado sobre una dura silla de madera.

James Kahani salió, por fin, tras la fumata blanca que puso fin a su encierro, dispuesto a aplicar de inmediato las conclusiones de su cónclave. Sabía exactamente lo que pretendía del mundo, lo que quería hacer antes de desaparecer de él para siempre. Quería dedicarse a tocar la trompeta, su verdadera pasión, casarse con una mujer blanca y tener una niña rubia de ojos grandes y asombrados. También quería viajar al Polo Norte o a Alaska y ver el hielo y la nieve. En cuanto a los bienes materiales, solo buscaba tener el dinero suficiente para comprar discos de jazz o música tribal, pañales y partituras. No pretendía nada más, en eso se resumían sus propósitos, sin duda sorprendentes por su pobreza a los ojos de nuestra sociedad, esclava del dinero, el consumo y el éxito.

En los años siguientes James anduvo adelante y atrás, caminó en líneas oblicuas, zigzagueó y fue a menudo marcha atrás. Tocó en bodas, en celebraciones étnicas y en bandas de jazz, ganó muy poco dinero y tras abandonar a Eliza, oscura, dulce y hermosa, al día siguiente de salir de su encierro, se casó con una mulata gorda, fea y dominante, teñida de rubia, con la que trajo al mundo dos varones, inequívocamente negros.

A los 56 años, James Kahani, grueso a su vez, sintió nuevamente la llamada de su ser interior y volvió a encerrarse en la Habitación de la Tortuga. Sin embargo, no pudo siquiera aproximarse a la posición del loto y tras unos minutos acudió pesadamente a la llamada seductora de un lejano partido de basket donde jugaba un equipo de muchachos americanos altos, negros y veloces, en cuya camiseta amarilla podía leerse una palabra inquietante: “Turtles”, las tortugas.