martes, 28 de julio de 2009

A CADA MOMENTO

STUART BUCHANAN (Causeway)


Hay algo que debe hacerse en cada momento. No es algo aprendido como bueno, enseñado o impuesto por otros. Es lo que debe ser hecho únicamente por y para nosotros, por decisión del misterioso conglomerado que somos, por la asamblea conjunta de todas nuestras células, de nuestros múltiples yos, tras una reunión interminable que solo dura una décima de segundo.

Esta decisión que nuestro cerebro y nuestras vísceras conocen de manera intuitiva, sin embargo, no es solo nuestra, pues en ella participan también la tierra, los árboles y las flores, las rocas, las montañas, el mar violento, las estrellas de quienes somos pedazos desgajados y los viejos espíritus que nos rodean, a una con nuestro corazón temeroso, hoy, en este instante que ahora transcurre.


lunes, 27 de julio de 2009

EL VUELO A FUNCHAL


Funchal (MADEIRA)


Siempre me ha dado miedo volar. En los últimos años, sin embargo, ese temor inquietante se ha ido difuminando, hasta convertirse en un nerviosismo suave y llevadero.

El aeropuerto de Funchal tiene fama de ser muy complicado para los aviones que intentan tomar tierra en él. Está muy cerca del mar y la pequeña pista de aterrizaje termina directamente en el Océano Atlántico. Según se dice solo pueden aterrizar en él los pilotos más expertos. Sin embargo, en el tiempo transcurrido desde su construcción solo se ha producido un grave accidente.

Cuando tomé la decisión de viajar a Madeira no sabía exactamente donde se encontraba. En realidad está más cerca y más al sur de lo que había imaginado. Es curiosa la invisibilidad que tenemos hacia todo lo portugués. Tal vez es por ello que a sus habitantes les gusta que los visitantes intenten expresarse en su idioma y evitan utilizar el castellano. Su país vecino, más fuerte y poderoso, los ha ignorado durante años, como si este país de historia apabullante, blanca, negra y mestiza, potencia mundial en aventureros, exploradores, literatos, músicos y traficantes de esclavos, no existiese.

Me gustan los madeirenses. Es lógico pensar que no serán muy distintos de los vascos, franceses, españoles, franceses o alemanes, que los habrá buenos, malos o regulares, honestos o perversos, fiables o embaucadores. Los que he conocido, sin embargo, me parecen, en general, sencillos y buena gente. Lo mismo sucede con sus mujeres. No son de una belleza exuberante ni deslumbran al primer efecto, pero son lo que son, muchachas mediterráneas y hermosas pertenecientes a una tierra sencilla y antigua, hijas del mar y de las escarpadas montañas.

Pasamos varias noches en São Vicente, muy cerca del mar que rompe con fuerza contra los muros de nuestro hotel. Las primeras noches me cuesta dormir, pensando en intrigas y maniobras que dejé atrás. Sin embargo, el rumor del agua y las tormentas me introducen poco a poco en el mundo de los sueños, abrupto y neblinoso, cálido y cambiante como una isla que está en mitad de la nada.


domingo, 26 de julio de 2009

FOTOGRAFÍAS ANTIGUAS

GEORGE BERNARD SHAW EN MADEIRA


¿Qué nos dicen las fotografías antiguas?. Que salgamos a la calle, que vivamos con avidez, que extraigamos a la vida todo su jugo, ya sea dulce o ácido, que no perdamos el tiempo, que disfrutemos de cada segundo, que entremos una y otra vez en el torbellino de los viajes, de los nuevos amigos, del amor, la alegría o incluso la enemistad, hasta que nuestros cuerpos no sean más que desgastadas imágenes de plata.




En esta antigua fotografía, el escritor irlandés George Bernard Shaw aparece aprendiendo a bailar el tango en los jardines del Reid's Palace Hotel de Funchal, Madeira. Era el año 1925, el mismo en que sería galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

Al llegar a Madeira, Shaw recibió la terrible noticia de que su íntimo amigo William Archer había muerto de cáncer. Unas semanas antes, Archer le había escrito una carta en la que le hablaba de la intervención quirúrgica que debía afrontar.

“Mañana me ingresan en el hospital. Me siento optimista porque pienso que tengo muchas posibilidades de salir adelante. Nunca he dejado de admirarte y agradezco enormemente al Destino haberme permitido ser tu amigo. Siempre tuyo, W. A.”

Shaw se sintió desolado al conocer la noticia y durante las seis semanas que duró su estancia en la isla se dedicó a escribir sin descanso, dejando prácticamente a un lado la vida social. Sin embargo, en cierta ocasión decidió acudir a una clase de tango. Su pareja de baile, con quien aparece en la imagen, fue Miss Hope du Barri.

Al dejar Funchal, Shaw regaló a su instructor de danza la foto firmada con esta inscripción: “Al único hombre que me enseñó algo”.



viernes, 17 de julio de 2009

INICIACIÓN A LA VIDA ASCÉTICA

GRAN CAÑÓN DEL COLORADO


En Cleveland, ciudad situada a orillas del lago Erie, azotada con fuerza inusitada por la reciente crisis inmobiliaria, Julius Hoffman, operario de una empresa de limpieza y reforma de edificios perdió inesperadamente su trabajo. Por aquel entonces Julius pesaba 110 kilos y tenía una tripa prominente, que recordaba a la de una mujer embarazada, debido sin duda a su nula afición por practicar ejercicio y a sus excesos con la comida y la bebida.

Su mujer, Sandra, una hermosa muchacha que, al contrario que Julius, era delgada y de escasa estatura, se pasaba el día sermoneando a su criada hondureña y gastando buena parte del dinero de la pareja en ropa, maquillaje y lencería. Unas semanas después de que su marido fuera despedido lo abandonó de repente, dejando apresuradamente la casa familiar, poco antes de que fuera embargada por impago de la hipoteca. Cuando Julius, a su vez, abandonó la casa, pudo observar que el barrio se estaba convirtiendo en un lugar fantasma, pues eran muchos los que se encontraban en una situación similar a la suya.

Hoffman decidió buscar trabajo en Chicago, pero no encontró una ocupación que le interesase. Después, en una decisión repentina, recordando a los personajes de los libros de Jack Kerouac, sus héroes de juventud, decidió partir hacia California, siguiendo la mítica “Ruta 66”, como hicieron antes Tom Joad, el protagonista de “Las uvas de la Ira” y otros muchos durante la Gran Depresión.

En el camino, Julius contempló violentas tormentas de polvo, visitó poblados indios y criaderos de reptiles. Cerca de Saint Louis fue a ver las cuevas Meramec, donde según decían, se había refugiado Jesse James.

Julius Hoffman atravesó el desierto de Arizona y cuando llegó al Gran Cañón, emocionado, rompió a llorar. Incluso, durante un instante fugaz pensó en arrojarse desde lo alto y acabar con su vida. Le parecía el lugar más hermoso del mundo. Sin embargo, superó la tristeza que lo acompañaba durante los últimos meses como una estela sombría y decidió continuar con su viaje.

Al llegar a California, sin embargo, no fue hacia las playas del sur, sino que se dirigió a una zona boscosa situada al noroeste de San Francisco, donde se instaló en una pequeña casa que alquiló con el escaso dinero de que aún disponía. Tenía en mente iniciar una vida similar a la de Henry David Thoreau, escritor y filósofo que vivió varios años en la naturaleza.

Allí, Julius llevó una vida austera y frugal. Realizaba pequeñas labores de carpintería y mantenimiento de edificios para sus vecinos que le proporcionaban amigos y pequeñas cantidades de dinero. El resto del tiempo lo dedicaba a leer, a escribir y a contemplar la naturaleza.

Su tripa prominente fue desapareciendo poco a poco. Llevaba una alimentación prácticamente vegetariana, hacía ejercicio y meditaba con frecuencia. A veces visitaba a una joven viuda que vivía con sus hijos en una casa cercana. Hablaban del campo, de arte, de filosofía, de viajes, de educación y de los problemas del mundo. De vez en cuando, Julius, se quedaba allí a pasar la noche, abrazado a aquella mujer, como si la vida se redujera a un momento de felicidad pasajera, como si el sexo no fuera más que un abrazo infinito.


lunes, 13 de julio de 2009

HABITACIONES INTERIORES

NORMAN ROCKWELL (Body building)

Al cumplir 40 años Cesare decidió hacer un viaje introspectivo. Fue en avión desde Roma hasta La Habana y una vez allí se dirigió al hotel que había reservado en Cayo Guillermo, un islote de la costa atlántica de Cuba, no muy frecuentado durante aquella época del año.

Allí, entre baños de sol y de mar, hizo una profunda reflexión sobre su vida. Estaba solo la mayor parte del tiempo, si bien visitaba a menudo los bares y los chiringuitos cercanos, terminando casi siempre en la habitación de su hotel con alguna joven muchacha de la zona, después de pagar unos dólares a los guardas de seguridad.

Se daba cuenta de que estaba completamente solo en el mundo, aunque no le faltaban amigos, pero no creía que ninguno de ellos llegase a arriesgar su vida por él, ni tan siquiera a sacrificar una pequeña parte de su comodidad por ayudarle en el caso de que lo necesitase. Aunque tal vez esto fuera extensible a él mismo y a todos los habitantes del planeta, solteros y casados, padres de varios hijos o personas sin descendencia.

Cesare no tenía novia ni mujer. Tampoco tenía claro que las desease. No envidiaba a la mayor parte de sus amigos casados. Por otra parte, su éxito con el sexo femenino era limitado. Algunas mujeres parecían desearlo, otras, en cambio, lo rehuían.

Desnudo ante el espejo, pensó en lo que él ofrecía a los demás. Su piel era blancuzca, tenía algo de tripa y había empezado a perder el pelo. Tampoco se consideraba un amante excepcional. No tenía dudas de que sus conquistas cubanas estaban con él por mero interés. Se analizó en cada momento del día, en cada movimiento. En cada gesto y en cada frase encontró una razón para la exploración de sus espacios interiores, de las puertas que conducían a los rincones ocultos de su cuerpo y sus sentimientos. Decidió ser implacable consigo mismo, fue descubriendo con una pequeña linterna imaginaria sus cuartos más tenebrosos, sus mecanismos oscuros, sus ideas preconcebidas, sus naufragios.

Pensó que no se parecía en casi nada a aquel que había llegado a este mundo, al Cesare niño que correteaba por el barrio del Trastevere, que había perdido su esencia, lo mejor de sí, por el camino. Era distinto y a la vez idéntico a todos, un cúmulo de pensamientos aprendidos aquí y allá, heredados de otros. No era mejor que ninguno. Si alguien hiciera la prueba de preguntar sobre él a diez de sus conocidos estaba seguro de que casi todos contestarían con indiferencia, con vaguedades, sin gran pasión. Del mismo modo, no había nadie en el mudo que significara gran cosa para él.

Hizo un cálculo de los días que le restaban de vida: alrededor de quince mil, en caso de llegar a los ochenta años, y en lo que le gustaría hacer con ellos. Vivir, salir, disfutar, viajar, conocer gente. Pensó en sus cuentas bancarias. Tenía más dinero del que podía gastar, dado que su estilo de vida no era en absoluto ostentoso.

Transcurridos los quince días de sus vacaciones, en el avión de vuelta, Cesare permanecía serio y reflexivo. Había adelgazado varios kilos y estaba muy moreno. También había hecho mucho deporte, sobre todo jogging y natación, que habían tonificado su cuerpo. Algunas muchachas lo miraban con interés, sin que él se percatase.

De repente, después de tantos días de introspección, empezó a sentir un vivo interés por lo que le rodeaba. Pensó que ya se había observado a sí mismo durante un tiempo suficiente y que, en adelante, su preocupación debía ser descubrir el exterior, el mundo que le rodeaba, sus paisajes, sus sonidos, sus objetos, las otras personas. Debía hablar menos y escucharles, observarles y sentir que estaban a su lado, como si él no fuera más que un continente vacío a través del cual cruzaban ráfagas de aire.


jueves, 9 de julio de 2009

JOE EL MISÁNTROPO

ALPHONSE MUCHA (Lorenzaccio)


Joe el Misántropo colecciona amistades. Tal vez esta afición parezca contradictoria con su nombre, pero él sabe muy bien que al igual que es preciso desarrollar la vida interior, hay pocas cosas en el mundo más valiosas que los amigos, y que es necesario recorrer a menudo el camino que lleva a sus casas para que no lo cubra la maleza. Sabe también que hay personas tan valiosas como un cuadro de Van Gogh, una estatua precolombina o un diamante de las minas de Sierra Leona.

Para entrar en su lista de amigos no busca premios de belleza, expertos en arte o en matemáticas, geólogos, ingenieros o dentistas acaudalados. Solo pide una cierta hidalguía de carácter. Ya que sabe muy bien que nadie es bueno o malo por completo, aspira a encontrar personas cooperativas y amables, sin dobleces ni intenciones aviesas.

Joe no se limita a los seres humanos para incrementar su colección, pues considera que el mundo animal o vegetal son otra forma de vida, distinta pero a su vez trascendente. Los objetos, incluso, según él, tienen un espíritu indolente y mudo, que raras veces se muestra. Joe el Misántropo saluda a su chaqueta, a sus zapatos, al exprimidor de zumos o al lavavajillas al inicio y al final del día y los cuida como si fueran plantas exóticas.

La colección de amigos de Joe es muy pequeña, solo consta de cinco o seis ejemplares que revolotean alrededor de su vida, algunos de un valor incalculable para él. Otros se extraviaron de forma inesperada y lamenta su pérdida, pero aspira a recuperarlos de nuevo y a llenar su colección con muchos otros, gente de todo el mundo, africanos, americanos y asiáticos, ricos o pobres sin remedio.

Si alguna cosa desea para cuando le llegue el momento de abandonar este mundo, no son mansiones o riquezas que otros disfrutarán o anhelarán en secreto. El Misántropo quiere ser pobre sin pasar dificultades y estar rodeado de amigos que, en el instante final le dediquen, desde cualquier rincón del mundo, un pensamiento afectuoso, pues es el único tesoro que tal vez le pueda servir de algo en el más allá.



miércoles, 8 de julio de 2009

LA EMPERATRIZ DE LA CALLE DEL LOTO

JEAN JAMSEN (Ballerine jambes croisées)


La Emperatriz de la Calle del Loto lleva una vida sumamente discreta. Va a todas partes caminando, no tiene cochero, guardaespaldas ni mayordomo, y viste con la sencillez de una pensionista pobre o de una marchita empleada de mercería.

Pasea siempre de incógnito para que nadie la reconozca, aunque tal vez el incógnito sea su verdadera naturaleza. Su reino se muestra, como ella, cauteloso y discreto. Al llegar a la Calle del Loto, es difícil que los viajeros perciban que aquel es un territorio distinto, un país independiente, pues nadie les detiene a la entrada o les pide sus visados. Solo pueden ver dibujada en algunas fachadas y cristaleras una flor de loto que identifica la calle como un sello imperial.

La Emperatriz va y vuelve varias veces al día, cargada con la compra, de vuelta del dentista o del podólogo o sale simplemente a pasear, casi siempre sola, juntándose con cualquiera de sus súbditos a quien no le parezca una osadía o una pérdida de tiempo conversar con la realeza. Otras veces, sin embargo, deambula entre otros muchos que no saben que son los ciudadanos de un país desconocido por los geógrafos y los mapas.

La Emperatriz tiene un miedo atroz a las tormentas. Nació en una lejana noche de truenos y relámpagos, según le contaron sus padres, exilados por viejas revoluciones. Está convencida de que una de ellas, igual que la trajo al mundo, también se la llevará.

A sus ochenta años, la Emperatriz de la Calle del Loto piensa que su cuerpo cansado no aguantará mucho más, pues se fatiga mortalmente y su sangre azul se mueve con dificultad por sus piernas. No soporta tampoco la ausencia de su esposo, el antiguo emperador, muerto en un lejano duelo de espadas, y de sus hijos, príncipes y princesas terriblemente ocupados para pasar siquiera un instante a visitarla. Así, entristecida y sola, sin una sola dama de compañía que la consuele, guarda con celo su incógnito y su pena hasta el día en que la tormenta llegue a recogerla.


martes, 7 de julio de 2009

EL QUIETISTA

LINDA BERGKVIST (Golden)



El Quietista detesta los cambios inesperados, los sucesos imprevistos. Quisiera que su vida permaneciese inmutable, le gustaría vivir para siempre en la infancia, no tener que trabajar o tratar con la gente, no acudir a fiestas o a lugares que desconoce, que su mundo se redujera a él, a sus padres y a los amigos de su lejana niñez.

Pero los viejos amigos crecen y se casan o se mudan a otros lugares, los padres envejecen y fallecen de improviso, los juegos infantiles son sustituidos por ocupaciones de adultos, por el golf, el whisky, el tabaco o el flirteo con mujeres.

El Quietista ha sido así desde siempre. Salió del vientre de su madre aferrándose al cordón con sus dos manitas, negándose a respirar por sí mismo, añorando ese cálido parasitismo. Para él, hoy aún, es una terrible tragedia cualquier cambio de trabajo, cualquier viaje inesperado, cualquier modificación de sus hábitos y sus rutinas.

A veces el Quietista sueña en ser como los otros, en conocer muchachas, en viajar a Nueva York, a París, a Calcuta, en deslizarse en el aire o volar sobre las olas, en tener un amigo en cada país del mundo. Sin embargo, al pensarlo, de repente, una extraña tensión bloquea sus músculos y su pecho se olvida de respirar por unos segundos.

Los ordenadores han sido un gran descubrimiento para el Quietista. Sin salir de su casa acude al supermercado, visita países y descarga sus pasiones sexuales, que disimula ante los otros, con amantes virtuales. Corre a toda velocidad de web en web, envía mensajes al espacio vacío, sus palabras recorren los océanos, las altas cordilleras y las mesetas del mundo.

Después, agotado, el Quietista se queda dormido sobre la cama, sin taparse siquiera. Su madre, ya anciana, acude a cubrirlo con una manta de colores vivos y suspira de quererlo tanto, aun siendo así, tan frágil como un animal extraviado, como un niño triste.



domingo, 5 de julio de 2009

NIÑOS

ELENA ODRIOZOLA


Los niños conocen todos los secretos. Su pensamiento difuso dirige los complejos mecanismos de la vida intrauterina, computando lentamente lo aprendido por los seres vivos a lo largo de la historia del mundo y las estrellas.

Cuando atraviesan su umbral, cubiertos de secreciones, los recién nacidos saben ecuaciones, algoritmos, física cuántica. Dominan el lenguaje de los osos polares y las mariposas, de las amebas y las flores, la geografía imprecisa de los astros y los caminos que permiten atravesar agujeros negros con la fuerza del pensamiento.

Los niños proceden, tal vez, del mismo lugar al que nos dirigimos tras la muerte. Dicen que es un lugar muy hermoso al que todos pertenecemos, un mundo misterioso y constante donde todo lo aprendido se olvida y lo olvidado vuelve a recordarse.



miércoles, 1 de julio de 2009

EL BARRIO DE LAS SERPIENTES

EDUARDO ÚRCULO (Chinatown)


Había cortado su pelo al cero y olía a colonia muy cara. Se vistió con un traje blanco y fue hasta el Barrio de las Serpientes, dando tumbos por la calle abarrotada de hombres sin alma.

Había conocido allí a una muchacha que parecía ingrávida en sus brazos y a la que no había querido olvidar desde entonces. Aguardó a verla salir del brazo de un amante fugaz y le dio cien dólares para que subiera a su coche, que hacía un terrible estrépito.

Llegaron hasta el paseo del puerto. Él tomó un sorbo de un licor desconocido antes de entregarle un anillo, sin querer mirarla, mientras contemplaba los pájaros que trazaban líneas rojas en el cielo.

Ella no lo recordaba, pero le gustaron sus labios y dijo que sí sin pensarlo. Aquella tarde no volvieron a sus casas, comieron bocadillos y bebieron agua de las fuentes y cervezas de lata. Después, se tatuaron un corazón con tinta roja para celebrar su compromiso. Por la noche, sin aún haberse besado, a la hora pactada, él la llevó de vuelta al burdel donde al día siguiente lo estaría esperando su figura quebradiza que siempre olía a rosas.