domingo, 31 de mayo de 2009

DJEMBÉ



El jueves pasado asistí a unas jornadas sobre nuevos emprendedores, personas, en su mayoría jóvenes, que quieren montar una empresa. Por la tarde, después de un día repleto de presentaciones e iniciativas diversas, a la vuelta de un descanso, nos encontramos en cada asiento con un tambor africano, un djembé.

Se trataba de otra presentación, muy distinta esta vez. Sewa Beats es también una empresa. Sin embargo, pretende utilizar la percusión africana, su instrumento de trabajo, no tanto como un método para ganar dinero rápido, sino para promover la tolerancia, el entendimiento, la igualdad y la paz entre las personas. Su misión es ensanchar el potencial de los seres humanos, para lo cual trabajan con el lenguaje elemental del ritmo, combinando la percusión africana tradicional con modernas técnicas de enseñanza.

Sus sesiones pretenden estimular tanto el cuerpo como la mente, llevarlos a un mayor nivel de receptividad, hacer que la gente sea consciente de que, a través de sus sentidos, pueden descubrir maneras más efectivas de comunicarse. Además, la empresa recauda fondos para proyectos solidarios en todo el mundo y trabaja con comunidades desfavorecidas, con niños sordos, con refugiados y con presos que pretenden rehabilitarse.

Sewa Beats no busca dar exhibiciones magistrales de músicos expertos en djembé, sino hacer participar a todos los asistentes a sus sesiones, demostrarnos que no somos islas, seres aislados unos de los otros, sino una abigarrada variedad de personas que formamos una sola comunidad.

Después de estar media hora tocando el djembé en compañía de cerca de doscientas personas, me pareció que deberían existir muchas empresas como ésta, que al tiempo que proporcionan un medio de vida a los trabajadores que las integran, nos hacen un poco más felices a todos.



jueves, 28 de mayo de 2009

LA DANZA DEL DIABLO

EDWARD SHERIFF CURTIS (Dancing to Restore an Eclipsed Moon)


De noche, en el poblado acoma, las viviendas de arcilla agrietadas por el viento caliente se dibujan como fantasmas sobre un cerro arenoso. Los guerreros bailan la Danza del Diablo, tratando de ahuyentar o debilitar a los espíritus que amenazan a su pueblo, tan poderosos como las tormentas que cruzan el desierto. Creen que son los demonios del mal quienes envían, con la intención de destruirles, a los hombres que atraviesan sus tierras a caballo, armados con arcabuces y protegidos con armaduras de metales brillantes.

Hijos de pueblos prehistóricos ya olvidados, descendientes de culturas milenarias, viven en la Ciudad del Cielo, el asentamiento humano más antiguo de toda América, construido en un lugar inaccesible para sus enemigos, indios de otras tribus o invasores llegados de los países del sur. Se llaman a sí mismos “acoma”, que en su lengua, el idioma keresan, significa “los habitantes de la roca blanca”.

Los indios confían ciegamente en sus dioses, que les enseñaron las ceremonias sagradas y les proporcionan cada día su sustento. Son espíritus poderosos, que sólo viven cortas temporadas entre ellos y luego desaparecen para volver a su morada habitual, en la Mesa Encantada, un promontorio que se eleva a poco más de cien metros sobre la meseta, y cuyos muros están cubiertos desde tiempos antiguos por figuras chamánicas y pictogramas escritos en la roca, tan misteriosos para el hombre blanco como para los propios indios.

Los españoles, cuatrocientos jinetes, buscan riquezas míticas, ciudades guardadas por muros de oro y minas de plata que nunca se agotan. Para explotarlas cuentan con utilizar la mano de obra gratuita de los indios pueblo, los acoma, hopis, zuni y laguna, habitantes sedentarios de las largas extensiones al norte del Río Grande. Los invasores llevan documentos firmados por la Corona española que certifican que las tierras de los indios les pertenecen. Tras superar con dificultad cumbres nevadas y desiertos, abismos y profundas gargantas, después de haber atravesado cansinamente el Paso del Norte, levantan sus campamentos junto al río Chama, y envían pequeños grupos de exploradores en todas direcciones, buscando un tesoro que no existe.

Los conquistadores llegarán hasta el Gran Cañón, donde los dioses han moldeado la roca durante miles de años, demostrando a los hombres su poder lento y sosegado, emparentado con los huracanes y la lluvia. Desde allí miran las águilas que vuelan sobre el aire vacío y las bandas nómadas que atraviesan, a lo lejos, el fondo del cañón, unidas a la tierra como los rastrojos, los rayos de sol y las tormentas.

Desilusionados por no hallar ningún tesoro, enfermos o terriblemente cansados, los soldados discuten apasionadamente sobre la conveniencia de regresar a sus ciudades del Sur. El jefe de la expedición, Juan de Oñate, casado con la nieta de Hernán Cortés, se muestra brutal con ellos y ajusticia a muchos de los descontentos. Los combatientes acoma los acosan. Emboscan a las tropas, y matan a once soldados.

Oñate se venga de los indios con más brutalidad aún que la que utiliza con sus hombres. Invade con su tropa el poblado acoma y ejecuta sin piedad a quinientos hombres y trescientas mujeres y niños. Los supervivientes son condenados a trabajos forzados y a todos los mayores de veinticinco años se les corta un pie.

Los expedicionarios regresan vencidos. Juan de Oñate emprenderá varias expediciones más para descubrir el legendario tesoro de Quivira, pero siempre volverá con las manos vacías. Mientras tanto, su colonia se irá disgregando. Cuando por fin abandona la búsqueda, resignado, tendrá que afrontar un proceso por los crímenes cometidos durante su gobierno. Es hallado culpable de crueldad, inmoralidad y falsedad de documentos y exiliado de la colonia, confinado y privado de sus títulos.

En los años venideros, el noroeste de México será únicamente un puesto avanzado, rodeado por fieros indios que poco a poco serán domesticados y, sin embargo, abandonados a su suerte.

Siglos después, el mineral de uranio sustituye al oro y nuevos grupos de invasores llegan desde el norte a los poblados donde viven los descendientes de los acoma, en modernos vehículos todo terreno, armados con nuevos documentos que garantizan que esas tierras les pertenecen. No hay guerreros que puedan luchar contra ellos, y aunque el chamán de la tribu hiciera sacrificios para pedir la intervención de los dioses antiguos, encontraría que hace años abandonaron la Mesa Encantada y que nadie conoce su paradero.


martes, 26 de mayo de 2009

EL ENIGMÁTICO

LUCIAN FREUD (Interior in Paddington)


El Enigmático nunca está donde parece. Todos pueden ver su cuerpo casi inmóvil, sus ojos extraviados, la respiración que acompasa su pecho, pero su mente está en otro lugar muy distinto, en un país invisible o acaso en ningún sitio, en mitad de la nada.

El Enigmático parece estar cavilando a todas horas en grandes misterios, en pensamientos urgentes, en ecuaciones imposibles, en nubes de vapor, en cruces de átomos. Sin embargo, la mayor parte de las veces se ausenta de la vida para ocupar un triste espacio incoloro.

Todo está en su cabeza: las estrellas que se mueven como flechas oblicuas por el firmamento estrellado, el lento crecimiento de las camelias, la respiración de los recién nacidos, el maullido de los gatos, el estertor de un antílope atravesado por un disparo.

El Enigmático es un enigma para sí mismo. No comprende quien es, no se ve ni se escucha, no percibe sus necesidades de puro animal o ser humano y se encierra en un vacío obtuso, en un reino mineral, en una existencia de hiedra o de nube.


domingo, 24 de mayo de 2009

AUGURIOS DEL FUEGO



Jacobe aprendió desde muy pequeño a interpretar los augurios del fuego. Nadie le enseñó a hacerlo. Vivía en el campo con sus padres, era hijo único y no tenía amigos. Hablaba con los perros, con los gatos, con las ardillas y las arañas. De noche se quedaba mirando a las llamas de la chimenea de su casa y veía en ellas el pasado y el futuro de sí mismo y de sus conocidos, sin equivocarse nunca. A veces, en un pequeño terreno apartado, inclinado y lleno de imperfecciones que pertenecía a su padre prendía grandes hogueras de ramas secas. Hasta allí acudían los espíritus que duermen en el fuego y al mirarlos Jacobe descubría claramente el camino de su vida y el destino del mundo.

Su fama de augur se fue extendiendo en los años siguientes, y aún dura hasta hoy. Un simple fósforo le ayuda a concentrarse en el extraño poder de las llamas. Jacobe adivina guerras y crisis, desamores y enfermedades. Cuando ejerce esta extraña destreza ante otros no calla nada, accidentes, separaciones, nacimientos, viajes, intervenciones quirúrgicas, pérdidas laborales, amores rotos o recuperados. Algunos, después de acudir donde él regresan llorando a sus casas, otros se sorprenden de descubrir ante sí un destino brillante o se conmocionan al conocer el día de su muerte, que ellos mismos pidieron saber.

Jacobe no cobra nada por ejercer su labor de adivino y profeta. Solo obtiene amistades, comidas frugales, botellas de vino, regalos sin mucho valor, favores personales. Su mayor ganancia, sin embargo, fue conocer a la mujer que hoy vive con él, que desde entonces no asiste jamás a sus rituales de fuego. Cuando llegó a su casa, entristecida por un amor roto, él vio en la pequeña llama de una vela que aquella muchacha, tan hermosa a sus ojos, sería su esposa. Avergonzado, no supo qué decir y dejó que se fuera. Después, arrepentido, corrió tras ella. La encontró en la parada del autobús. Jacobe, bajo la lluvia, le regaló el erizo vacío de un castaño y después se quedó aguardando, con los ojos cerrados, que se cumpliera, una vez más, el milagro que los espíritus del fuego le susurraban al oído.


viernes, 22 de mayo de 2009

LA MARIPOSA NEGRA

SALVADOR DALÍ (Paisaje con mariposas)


El viento penetra tus aristas oscuras, tus cascadas, tus rápidos, tus montañas cubiertas de bruma, el bosque oculto de tus arterias.

Tus labios tiemblan de frío, la fiebre se mueve lentamente por los suburbios de tus ojos.

Intentas mover los dedos lentamente, tu corazón palpita con un leve tic-tac, tu voz emerge de la Vía Láctea, de un planeta que está más allá de la espiral más profunda del cosmos, del caos de las estrellas muertas.

Y tú, criatura del espacio, más preciosa que la cola de un cometa, te posas en mi vientre como una mariposa negra.


jueves, 21 de mayo de 2009

EL PRESTIDIGITADOR

LEONARD EVERETT FISHER (The Juggler)


El Prestidigitador consigue todo lo que se propone. Sus deseos son órdenes para el Universo, que los cumple sin demora. Sin embargo, cuando alcanza al fin sus propósitos le parece que todo aquello que buscaba carece de valor.

No es más listo que ninguno, no es hermoso ni tampoco repulsivo, no ha heredado dinero, tierras o mansiones, no practica las amistades de interés ni recorre los pasillos buscando encuentros forzados con amigos poderosos. Todo lo obtiene con la única fuerza de su pensamiento, de su libre voluntad, con el poder desnudo de sus deseos.

El Prestidigitador halla trabajos maravillosos, pero apenas permanece en ellos por unos meses. Logra considerables sumas de dinero que pierde con inusitada rapidez. Las mujeres más bellas se rinden a sus pies y lo abandonan después, contrariadas. Hace amigos con facilidad pero los pierde velozmente. Siempre se encuentra insatisfecho con su destino. Tal vez ese sea el secreto de la existencia, la insatisfacción como motor del cambio, como impulso de la mejora.

El Prestidigitador traza planes que se hacen realidad a su paso, de un modo inexorable, dejando siempre una huella de amargura, hasta que empieza a elaborar otros nuevos. Quienes vuelven a verlo tras un tiempo se sorprenden de su cambio, y lo observan boquiabiertos, como si fuera un viajero llegado del espacio o una criatura escapada de un mundo mágico. Él, en cambio, piensa que sigue donde siempre estuvo, que no se ha movido ni un paso.

miércoles, 20 de mayo de 2009

UNGARETTI


EDUARDO ÚRCULO (Chinatown)



Hay un poema corto de Giuseppe Ungaretti, casi un haiku por su brevedad, que me gusta mucho. En estos tiempos en que la poesía parece no interesar a nadie, pienso que hay que reivindicar a Tagore, a Walt Whitman, a Constantinos Cavafis, a Cesar Vallejo, a García Lorca, a Arthur Rimbaud, a Vladimir Maiakovsky, a Li Po y a tantos otros. El poema al que me refería se llama “Alegría del naufragio”:



«Vuelve a emprender el viaje

de inmediato,

como un viejo lobo de mar

sobreviviente

tras el naufragio».




martes, 19 de mayo de 2009

PASEOS POR EL FONDO DEL MAR

SALVADOR DALÍ
(Niña levantando la piel del agua para ver un perro dormido a la sombra del mar)


Aprendí a nadar ya muy mayor. Pasé un año de curso en curso, tragando toneladas de agua clorada, practicando el crawl y la braza. Después, cuando ya era capaz de cruzar, respirando por mí mismo, la frontera que separa el agua del aire, me apunté a un curso de buceo. Me gustó tanto la sensación que percibí bajo el agua, como si volviera a flotar en el líquido amniótico de mi madre, que me compré mi propio equipo, y elegí cuidadosamente, año tras año, los destinos de mis vacaciones en función de que me permitieran la posibilidad de realizar paseos por el fondo del mar.

En uno de mis viajes acabé en Cahuita, en el Caribe costarricense. Fui hasta allí con una amiga que ni siquiera sabía nadar, y que se apuntó al viaje a última hora. Yo, por alguna razón, pensaba que estaba enamorada de mí, pero al día siguiente de nuestra llegada conoció a un muchacho negro, atlético y corpulento, del que no se separó durante toda nuestra estancia y que fue vaciando, poco a poco, su reserva de dólares y colones, la moneda local. Mi compañera de viaje apenas dormía en nuestro hotel, así que tenía libre la mayor parte del día y de la noche.

Visité la mayoría de los pueblos y ciudades de la costa caribeña, Limón, Manzanillo o Puerto Viejo. Conocí a muchos extranjeros, la mayoría artistas, que habían decidido instalarse o que estaban pasando una temporada en ellos. Fotografié hermosos pájaros y observé peces y tortugas, sin pensar jamás en atrapar o quitar la vida a ninguno de ellos, pues los considero unos seres misteriosos y a la vez sagrados, dueños de un mundo inaprensible, muy distinto del nuestro, pero igualmente valioso.

Unos días antes del final de las vacaciones conocí a una muchacha argentina que vendía collares en la zona turística de Cahuita. Me sentí tan atraído por ella que la invité a tomar algo esa misma noche. Fuimos inseparables durante tres días. Me contó que vivía en Méjico y que había llegado a esta zona, donde abundaban los turistas, para vender sus propias creaciones manuales. Buceamos juntos, tomamos el sol, comimos, nos emborrachamos, nos besamos y pasamos juntos dos largas noches de un amor intenso, en la que cada pequeña región de su cuerpo se convirtió para mí en un descubrimiento más importante que El Dorado o que un tesoro perdido de los indios que habitaron esta región.

El último día me acompañó, con mi pesada maleta, a la parada de las guaguas. Allí nos despidió a mi amiga, que había aparecido al fin, cansada y un poco aturdida y a mí. Un viejo autobús nos llevó hasta Limón, y allí tomamos otro a San José, que nos dejó en el mismo aeropuerto. Mi amiga casi no habló en todo el viaje. En el aeropuerto me pidió dinero para comprar algo de comer en alguno de los puestos de comida rápida. No tenía más que unos pocos colones, con los que no hubiera llegado muy lejos. La miré mientras comía, absorta. Me pareció que se sentía confundida, tal vez enfadada consigo misma, tal vez nostálgica y enamorada.


domingo, 17 de mayo de 2009

LA MUCHACHA DE LOS OJOS ANARANJADOS

SATURNO BUTTÒ (Senza titolo)


La muchacha de los ojos anaranjados era una esclava de los poderes oscuros. Caminaba por su cuarto con una vela, dormía con una anaconda, dibujaba en sus cuadernos puñales y machetes, clavaba agujas envenenadas en el cuerpo indefenso de las muñecas de su infancia perdida.

De día, después de sus clases de nigromancia, salía a pasear por el Barrio cubano, volteando los ojos al ver a algún muchacho hermoso y amargo con quien deseara dormir abrazada tras unos instantes de placer atormentado. La muchacha utilizaba la fuerza de su mente para conseguir que parase a su lado, preguntando una dirección o pidiéndole fuego, y para que, aunque él tuviera otro destino, lo dejara todo esa tarde por invitarla a un jugo de mango. Después acudían enlazados a su apartamento y hacían el amor como culebras, mientras ella clavaba las uñas en su pecho con gran fuerza, sin que él se atreviera a gritar ni a mirar los objetos que atestiguaban su culto a las sombras o la estela reptante que espiaba sus sueños.

No los hería, no los intimidaba ni utilizaba su sangre o su semen en misas negras. Eran sus dulces amantes por una sola noche, presas que caían en su red y a las que dejaba escapar, asustadas, una vez que se rompía el hechizo. Después, la muchacha de los ojos anaranjados vivía unos días satisfecha y feliz, hablando con espíritus y pronunciando conjuros, hasta que nuevamente comenzaba a añorar un amor distinto al de todos y regresaba a sus paseos inquietantes, a su búsqueda sin fin.


sábado, 16 de mayo de 2009

EL LIBRO EN BLANCO

TAMARA DE LEMPICKA (Key)


El libro de mi vida está en blanco.

Escribo con renglones torcidos, lo emborrono sin cesar, dibujo imágenes que me llevan volando al lugar donde quiero estar y del que huyo.




jueves, 14 de mayo de 2009

TABÚES

REMEDIOS VARO (Presencia inquietante)

Tomamos a broma lo que no nos hiere, lo que nos queda muy lejos, lo que les duele a los otros. Sin embargo, evitamos hablar de aquello que nos es más próximo, lo que nos toca de cerca, lo que no admitimos como un hecho gracioso: las ideas políticas o religiosas, los kilos de más, la caída del pelo, nuestros defectos tan bien guardados, la enfermedad o la muerte.

El sentido del humor de los países del sur se expresa hacia el exterior, hacia los demás. Se ríe de los otros, de las caídas, la estupidez y los defectos ajenos. El humor nórdico, sin embargo, se vuelve sobre sí, se ríe de la propia torpeza, de la ineptitud de uno mismo. Sucede igual, tal vez, con la agresividad o la violencia. El hombre del sur ataca a los otros, asesina, mientras el del norte comete suicidios, arremete contra sí. Pero tal vez haya algunos latinos que nacieron en Groenlandia o esquimales de Granada o de Catania.

Todo tiene un valor limitado: el dinero en exceso, la belleza o la fealdad, el amor, los triunfos efímeros. Todo, tal vez, sea relativo a excepción del hambre, el sufrimiento, la enfermedad o la muerte. Un individuo avezado lo ve todo ajeno a sí, es capaz de reírse de todo y de sentir una compasión inmensa  por cada ser vivo, por él mismo y por todos los otros.

La labor del artista, del pintor, el cineasta, el escritor, el músico o incluso la del científico, es tal vez explorar los tabúes de su época, jugar en el límite de lo incorrecto, en la arista de las costumbres sexuales o las convenciones políticas, quemarse en la hoguera de los preceptos religiosos o judiciales y hacer con ello poesía, arte, teatro, cine. El artista, el científico, debe ser, según esto, un provocador y un suicida, alguien que tal vez acabe su vida en un cruel ostracismo o ante el pelotón de fusilamiento.


martes, 12 de mayo de 2009

NÁUFRAGOS

AURELIANO ARTETA (Los náufragos)


Me reúno con un grupo de conocidos y amigos, casi todos por encima de los 40 años y me parece, de pronto, estar en medio de un grupo de náufragos. Sus caras reflejan, en distinta medida, los estragos de una dura travesía por la vida, con caídas y desilusiones, desastres, pérdidas y desgracias. Algunos sobreviven con cierta gallardía, con elegancia, mientras otros muestran en sus cuerpos marchitos las feroces dentelladas de un pasado implacable.

Pienso entonces que tal vez la vida de todos no sea más que una historia de supervivencia, un juego de naufragios. En ese juego, algunos nacen ya abandonados por el destino, los niños con enfermedades o malformaciones, los indios de las aldeas perdidas de Bolivia, los habitantes pobres de Sudán o los suburbios de Calcuta.

Pero a partir de cierta edad todos nosotros, europeos, asiáticos o africanos, ricos o pobres, inteligentes o estúpidos naufragamos sin remedio, nos hundimos en nuestras propias vidas hasta el definitivo cataclismo de la vejez y la muerte, ese desfiladero sombrío que nos lleva hacia un mundo desconocido. El camino a ese mundo es, tal vez, el trance más importante de nuestras vidas. A él llegamos desarmados y sin fuerzas, exhaustos, derrotados y casi siempre solos.

Miro a mi alrededor y veo niños alegres, muchachos esbeltos y presuntuosos, mujeres que acuden a sus trabajos, hombres con corbata o ancianos que caminan lentamente, escapando del sol. Yo, como Alexander Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe, paseo entre ellos como un muchacho extraviado, como un náufrago.


lunes, 11 de mayo de 2009

EN LA CIUDAD DE AJBAR

LAWRENCE ALMA-TADEMA (Spring)


En la ciudad de Ajbar existe una sola religión con cinco dioses. Ninguno de ellos tiene más poder que cualquiera de los otros. Todos se complementan y conviven, se enemistan, discuten o se aman, como cualquier grupo de amigos o vecinos.

Mut, el dios del amor y la sexualidad, domina el acercamiento sensual, la fusión de los cuerpos. Une las pelvis masculinas y las femeninas, gobierna la fertilidad y teje redes sutiles entre aquellos que se encuentran cercanos. Aproxima y aleja, funde o hiela. Son muchos los que acuden a sus templos a realizar ofrendas para obtener el amor, recuperar el poder sexual, casarse o conseguir descendencia.

Twyn es el dios de la cabeza, que otorga conocimiento y sabiduría y protege de la infelicidad y la desdicha. Solo admite ofrendas espirituales, pensamientos felices, oraciones y palabras recitadas, rechazando, por el contrario, los obsequios de valor. Se le convoca de noche, moviendo alternativamente una antorcha de fuego ante las estrellas mientras se pronuncia, una sola vez, su nombre.

Muram, el dios de las desgracias, atrae los accidentes y las desdichas. Se divierte provocando enfermedades inesperadas, fracasos y desventuras. Es mejor evitarlo, no pensar en él, romper sus figuras, no pronunciar jamás su nombre, pasar de largo por sus templos, dejar que languidezcan sin ramos de flores, sin ofrendas de vino o de comida.

Bikkhu, el Dios del dinero y los bienes terrenales, cuida los tesoros ocultos, las posesiones y las cuentas bancarias. Contar con su favor ayuda para atraer la riqueza, conseguir buenos puestos de trabajo o lograr cualquier recurso material que se desee. Quien honra sus moradas podrá ser infeliz en el amor o sufrir enfermedades, pero siempre dispondrá de una apreciable fortuna.

Arum, por último, es el dios de los muertos. Camina invisible a nuestro lado, aguardando una señal de desmayo, un pensamiento negativo o suicida, para tomarnos en sus brazos, hermosos o grotescos, ricos o pobres, sabios o estúpidos y arrancarnos, con un pequeño soplo, la vida, nuestro bien más preciado.

jueves, 7 de mayo de 2009

EL MEJOR DE LOS MUNDOS POSIBLES

ZHANG XIAOGANG (Big Family)


Cuando lo vi nacer, en la misma sala de partos, supe que aquella diminuta criatura no era hijo mío, que ni siquiera era un ser humano. Era un extraño que se había servido de mi mujer y de mí para llegar a este mundo, desde un lugar espectral, desde el fin de las estrellas.

Me miró, cubierto de meconio, moco y secreciones y en un solo segundo supe que no sería jamás capaz de llegar a quererlo, de entender su corazón o vencer su voluntad.

No se porqué razón escogió este planeta, que no es, tal vez, el peor de los lugares posibles, pero que dista mucho de ser un territorio perfecto, un mundo maravilloso y feliz. Cada año mueren en él millones de niños indefensos, otros millones pasan penurias sin cuento, seres humanos inocentes son asesinados, bombardeados, mutilados por minas, ametrallados, asaltados, amenazados, engañados o vejados de mil maneras.

Aún así, lo crié durante años, contemplándolo con gran prevención. Él también me observaba mientras iba adquiriendo las fuerzas necesarias para llevar a cabo sus planes oscuros, que yo ignoraba. A veces, de madrugaba, me despertaba y lo veía en mi cuarto, mirándome fijamente con sus ojos traslúcidos, con una expresión de otro mundo.

Cuando tuvo 16 años, desapareció sin decir nada. Desde entonces no he tenido noticias de él, no se donde puede estar ni cual puede ser su objetivo en la Tierra. Tal vez un día lo sepa, quizá lo vea en las noticias como responsable de alguna cruel matanza o lo descubra dirigiendo un poderoso país, como un cruel dictador o un demócrata sanguinario.

No se nada de él y me siento aliviado. Sin embargo, a veces echo en falta sus miradas oblicuas, su violencia escondida, sus amenazas sin palabras. Entonces añoro, extrañamente, mi propio miedo.


miércoles, 6 de mayo de 2009

EL TENEBROSO

ÁLVARO REJA (Quijote)

El Tenebroso sigue sus propias leyes. Desprecia las convenciones de la gente corriente, que considera insípidas y sin gracia, se rebela ante los dioses, que le envían tormentas, diluvios y maldiciones, muestra su hostilidad ante los gobernantes del mundo, que cierran a su paso las fronteras y lo persiguen con perros adiestrados.

No tiene cuentas corrientes. Gasta rápidamente o regala el dinero que se detiene en sus manos. Desprecia la amistad de los otros, desprecia el amor como un invento de las novelas, desprecia la inteligencia como una marca de clase dominante, del poder oculto de las sombras.

El Tenebroso vive del intercambio y el trueque, de negocios inverosímiles que jamás contradicen sus principios, si es que los tuvo alguna vez. Cría pequeños animales, repara máquinas y motocicletas, vende panfletos contra el sistema, asesora revoluciones personales, ofrece su amor y sus oídos a cambio de techo y de comida, de pequeños objetos sin precio que para él son de valor incalculable.

No acude a la iglesia, no lee el diario, no ve la televisión, no vota a ningún partido, pues piensa que todos ellos solo buscan eternizar la iniquidad y la pobreza. Pasa su tiempo encerrado en sí mismo o mirando a las flores y a las libélulas, escuchando a los viejos, mirando a los niños como si ellos le señalasen el camino de la turbulencia.

El Tenebroso vive entre tempestades de nieve, entre aguaceros y nubes de niebla. Cuando al fin escampa, algunas noches, se queda atónito observando las estrellas y se adormece con un sueño agitado e intenso, como una criatura de las tinieblas.


martes, 5 de mayo de 2009

EL CURARE

TAMARA DE LEMPICKA (Young Girl with Gloves)

Recibió una amenaza de muerte. Estaba escrita a mano, en letras rojas, sobre un recibo enviado a su nombre hace tiempo por la compañía eléctrica.

Reconoció la letra de inmediato. Era de una mujer con la que convivió unos meses y que lo había abandonado dos años atrás. La última vez que la vio, justo en la habitación donde ahora se encontraba, se pelearon hasta llegar a golpearse, como dos púgiles que trastabillean en un ring. Cayó al suelo y ella lo siguió dando patadas en un costado y en la cara, mientras lo insultaba y lo miraba sollozando. Cuando al fin salió de casa, atormentada, el muchacho, con el cuerpo dolorido, vio desde el balcón a su nuevo amante que la esperaba en un coche con las puertas abiertas.

No había logrado olvidarla en aquel tiempo. Muchas veces había pasado delante de su casa con la esperanza de verla. En una ocasión le dejó una carta en su buzón con una fotografía que había robado el día de su despedida. “Este sobre está impregnado en curare” -escribió en su envés- “quedarás inmovilizada en el momento en que la abras y respires una sola vez. Después morirás con terribles dolores”.

Aquella noche la estuvo esperando hasta la medianoche. Ella estuvo afuera aguardando a que la luz se apagara y con las llaves oxidadas que no había utilizado en dos años entró con cuidado, sujetando firmemente un revólver. Lo halló dormido y se acostó junto a él, desnudándose apresuradamente mientras introducía el cañón en su boca. Hicieron el amor salvajemente, como dos nuevos amantes.

Ella mordía su cuerpo de una forma feroz. Le golpeaba en el pecho con su frente y dibujaba caminos insospechados hacia su sexo con el cañón de su arma. Durmieron abrazados como dos muchachos de las calles, con sus miembros rígidos, congelados por el frío del alba.

Poco antes de amanecer se escuchó una sola detonación. Un disparo le había destrozado la mano derecha. Ella lo vendó apresuradamente, disculpándose, lamiendo la sangre que escapaba a borbotones por los bordes blancos, mientras el hombre gemía en voz muy baja, buscando desesperadamente, con espasmos de dolor, el hueco abierto en su cuerpo.

Lo dejó en un hospital y desapareció por un tiempo. No cogió el teléfono, evitó las calles cercanas a su casa, el gimnasio, los bares comunes. Volvió a encontrarle en unos meses, en una sesión de danza, acompañado por otra muchacha. Los siguió en secreto hasta cerca de su casa, observando sus abrazos y cuando no pudo más, se acercó y sin una palabra, disparó de nuevo entre el espacio que los unía, de donde escaparon, como espíritus malheridos, pequeñísimas gotas de sangre.


lunes, 4 de mayo de 2009

PEQUEÑAS RUTINAS

CLAUDIO BRAVO (Babuchas)


Es muy difícil eliminar una manía, una tendencia, una rutina sin salir del medio que las propicia, de la constelación de los hechos triviales, de las pequeñas raíces que hacen crecer en nosotros.

Sin embargo, cuando algo imprevisto sucede, cuando cambiamos de residencia, cuando iniciamos un viaje o nos abandona la persona que amamos, rompemos los esquemas cerrados del destino. El cuerpo y la mente necesitan adaptarse, y en ese cambio se encuentra nuestra única posibilidad de ser distintos, de aferrarnos de nuevo a la vida. La costumbre es una enemiga mortal de los avances individuales.

Las enfermedades, los tumores, los infartos, las apoplejías tal vez no sean el resultado de la locura transitoria de células desbocadas o salvajes, de microorganismos maléficos, de vasos sanguíneos que se obturan o se abren, sino el desenlace fatal de una galaxia de hábitos inadecuados, de oscuras perversiones, de una profunda inadaptación a la vida, de excesos que sirven para olvidar que no somos los que quisimos ser, de pequeños vicios sin sentido que utilizamos para compensar un destino adverso.

La enfermedad forma parte de un esquema global. No basta con tomar una píldora al día, no basta con acudir a un brujo de moda o cambiar una actitud aislada. Es preciso reordenar nuestro vida y nuestro destino. Esta tarea lleva años, toda una vida o aún más allá.

domingo, 3 de mayo de 2009

LA PRINCESA DRAGÓN

SALVADOR DALÍ

A sus 20 años Juha, la Princesa Dragón, estudiaba Arte en Bayona. Su familia había llegado a Francia procedente del Extremo Oriente hacía más de 30 años. Recorrieron varias ciudades: Lyon, París, Marsella o Pau, siguiendo la errática trayectoria profesional del padre, profesor de artes marciales en gimnasios privados e instructor en academias policiales, hasta instalarse en Biarritz, en una casa no muy lujosa con vistas al mar.

En una fiesta universitaria, la princesa conoció a un muchacho llamado Zev. Nada más verla él reconoció su origen real, que pasaba desapercibido para muchos otros y quedó fascinado. Juha era menuda, delgada y de ojos verdes. En vez de elegantes trajes de seda vestía habitualmente jeans desgastados y una cazadora negra de cuero. Zev había tenido relación con varias chicas, burguesas y proletarias, estudiantes o trabajadoras de supermercados, pero jamás había sentido una atracción tan fuerte como la que notó desde el primer instante hacia esa extraña princesa de incógnito.

Insistió cientos de veces ante ella, no por persistencia, orgullo o deseo de dominación, sino simplemente porque no podía evitarlo. Juha acabó accediendo. Desde su primera cita, Zev vivía en una nube, pero poco a poco se fue acostumbrando a su presencia y la Princesa Dragón le empezó a parecer una persona corriente, que en poco se diferenciaba de las otras chicas con las que había tratado. Así, la relación se malogró en unos años, por su propia desidia.

Hoy, que han pasado ya quince años desde entonces, Juha no vive en un palacio, sino en un apartamento espacioso de cuatro habitaciones. Se casó con un miembro de la nobleza local, y tuvo cuatro vástagos, tres niñas y un niño, de lejanos nombres asiáticos, que si bien parecen chiquillos normales, similares a los demás, esconden sin duda, como Juha, sangre de princesas y príncipes de Oriente.

A veces Zev los ve atravesar los paseos que recorren la pequeña ciudad bordeando el mar Cantábrico. Él los saluda amablemente, con un suave “Bonjour”, pues sabe que ella detesta las reverencias. Juha lo mira a su vez y sonríe, contemplando el paso de la vida por él. Tras estos tímidos encuentros, Zev se queda distraído y melancólico, como un monarca exiliado que hubiera perdido su reino para siempre, y vuelve a casa aturdido, escuchando el monótono rumor de las olas.