miércoles, 30 de diciembre de 2009

CÍRCULOS CERRADOS

PAUL KLEE


Cada uno de nosotros vive tan solo una parte infinitesimal de la compleja experiencia del mundo. Nacemos británicos, colombianos, españoles, griegos o iraníes. Somos maestros, ingenieros, obreros de la construcción, escritores, comerciantes, empleados de banco para siempre y nada más.

No podemos acercarnos a la forma de ver la vida de los habitantes de Camboya, Etiopía o Escandinavia, de los manatíes, las gaviotas o las hormigas, de los organismos microscópicos, de las encinas, las orquídeas o las flores de loto.

Nos juntamos en pequeños círculos cerrados, rodeados de gente anónima a la que no conocemos. Solo tratamos con diez, quince o, todo lo más, con cien de nuestros congéneres, y de esas relaciones tan limitadas emergen, sin embargo amistades profundas, odios e intensas pasiones.

Vivimos con una misma mujer o con un mismo hombre durante años, pero el resto de mujeres y hombres nos resultan tan extraños como sombras fugitivas, como espíritus perdidos que, a escondidas, atraviesan la calle.



martes, 22 de diciembre de 2009

EL DURMIENTE

CLAUDIO BRAVO (Alfombra roja)


El Durmiente puede pasar muchos años en estado de letargo, fuera del mundo, como un oso polar, un murciélago o una marmota. Cuando al fin despierta descubre que sus amigos, sus hermanos y conocidos se han casado y pasean carros de niños, que han visitado el Nepal, Groenlandia o las islas Galápagos, que han cambiado de ciudad o de trabajo, que han engordado o adelgazado, que están enfermos o perdieron el pelo.

El Durmiente los mira incrédulo pues le parece haber estado con ellos unos pocos días antes y que eran bien distintos. Él no ha hecho nada en ese tiempo salvo dormir y consumir el azúcar y la grasa que su cuerpo almacenaba. Por eso está tan delgado y fibroso como un muchacho famélico o un acróbata de circo.

Su casa acumula pelusas y polvo. Por los techos, ángulos y esquinas se mueven arañas, caracoles y minúsculos gusanos blancos. El Durmiente, como un alma atormentada por la duda, oscila entre dos caminos, dejarlos vivir a sus anchas, respetando su derecho a la existencia o asesinarlos fríamente con papel de baño o con insecticida.

Dormir, en realidad, le resulta indiferente. Lo que le gusta al Durmiente es soñar con largos viajes, con tener hijos y esposa, con asistir a fiestas, con vivir en otro país o comprarse una casa a crédito. Así, soñando, se adormece de nuevo y va entrando en una plácida hibernación que lentamente le acerca a la muerte.



lunes, 21 de diciembre de 2009

LOS VIEJOS ESPÍRITUS

REMEDIOS VARO (Naturaleza muerta resucitando)


Los viejos espíritus permanecen aún en las casas y calles que ocuparon, paseando sin prisa, asomándose a las puertas de las tiendas y los bares, habitando los cuerpos de los gatos.

Mi padre siega aún la hierba en un campo inclinado, poda sus manzanos o vuelve al caserío cargado con cubos de agua. Cuida las abejas, azuza a las vacas que vuelven caminando perezosamente desde los pastos. Golpea en el espinazo a las culebras, juega con sus perros y se acuna, recién nacido, en los brazos de su madre que parió ocho hijos más, de los que dos nacieron muertos. Aunque nunca los conoció, él, mi padre, los saluda con cariño, como a sangre de su sangre.

Todos, amigos, conocidos, vecinos o hermanos se encuentran de nuevo en sí mismos o en otros que no recuerdan quienes fueron. Se saludan, se ríen, se cuentan historias al oído y bailan juntos en la noche de los vivos y los muertos.



jueves, 17 de diciembre de 2009

EL PENSAMIENTO

GREGORY COLBERT


El pensamiento es un muro cerrado a los otros donde guardamos un mundo secreto. Si cruzamos sus márgenes difusos encontramos deseos que no llegaron a ser, amores que nunca nacieron, caballos heridos, líneas de sangre, caricias y besos.

El pensamiento es un barco enterrado, un pez abisal que vive entre monstruos marinos, en la profundidad oscura del océano, una nave perdida en los límites del universo.

El pensamiento es un colibrí con las alas cortadas, un niño que nació sin sueños.


miércoles, 16 de diciembre de 2009

UNA LUZ EN EL DORMITORIO DE LAS SIRVIENTAS

DIEGO RIVERA


La nueva muchacha de servicio era una india pálida de ojos brillantes, que había llegado de un pueblo del interior. Hablaba mal el español y a veces se le oía atravesar los pasillos murmurando en el antiguo idioma de su raza.

El dueño de la casa, rico y poderoso, iba sin embargo camino de una vejez solitaria. Miraba a la indita llegar e irse, servirle la comida, traerle la ropa bien planchada. Sus antepasados violaban y maltrataban a las indígenas, pero aquellos fueron otros tiempos que no echaba en falta. Además, no sentía ya ninguna inclinación amorosa. Tan solo envidiaba su juventud y su mirada inocente y alegre. Hubiera dado lo que tenía por volver a tener su edad y mirar al mundo con sus ojos intensos, con su pasión contenida.

Él también había sido pobre, casi no tuvo escuela, y hubo también un tiempo en que hablaba otra lengua. Pero después de embarcarse su vida cambió. Sirvió a muchos y después, a fuerza de negocios y violencias, muchos otros fueron sus sirvientes.

La indiecita lo cuidaba. Lo protegía de sus amigos y familiares, que llegaban a la casa sin avisar, como los pájaros de mal agüero, siempre pidiendo. Ella abría una barrera silenciosa, sin muchas palabras, que confundía a las frecuentes visitas.

“Al señor no hay que despertarlo a media tarde, se queda triste si se le despierta”, les decía. O también: “El amo está pensando, luego las ideas se le vuelan y no hay forma de juntarlas de nuevo”.

La muchacha tenía su habitación en su mismo piso, por donde se filtraba la luz hasta altas horas de la noche. Una vez, intrigado, el hombre entró en el cuarto, aprovechando su ausencia. No vio nada extraño. Solo cosas de muchachas y pequeñas figuras indias. Otro día se atrevió a preguntarle lo que hacía por las noches hasta tan tarde. “Hablo con el dios-jaguar” contestó, “él me arregla toditos los problemas. Debería usted rezarle también”.

El señor repasó sus libros de religión indígena. El dios-jaguar aparecía como un joven atlético que cubría su rostro con una extraña máscara. Una noche, incluso trató de hablar con él para contarle sus cuitas, aunque no obtuvo ningún resultado. Tal vez fuera cosa del idioma.

Días después, mientras leía distraídamente el periódico, le pareció notar que la cintura de la muchacha se había ensanchado de un modo notorio. Instintivamente, el hombre pensó en el dios-jaguar que visitaba su cuarto cada noche y sonrió para sí, como quien comparte un secreto con las nubes.