lunes, 3 de junio de 2013

EL ANCIANO PADRE SHI

ZHANG XIAOGANG


El anciano padre Shi dejó de hablar durante varias horas y su mitad izquierda se paralizó. Después de una intervención quirúrgica de madrugada y de varias semanas de reposo, consiguió recuperarse casi por completo, aunque en su cerebro aún permanecían, agazapados, pequeños acúmulos de sangre y diminutas zonas infartadas.

Shi era vendedor de juguetes. A consecuencia de su reciente enfermedad y del auge de los modernos artilugios electrónicos, que hacían casi inexistentes sus ganancias, decidió jubilarse y cerrar su negocio. Vendió en un mercadillo el resto de la mercancía, ya pasada de moda y se fue a vivir con su hija a una nueva construcción que se adentraba en el cielo de la ciudad de Tianjin.

Sin embargo, a pesar de que las secuelas eran casi imperceptibles, la enfermedad había realizado profundos cambios en su interior. Mientras su hija acudía al trabajo como auxiliar de dentista él pasaba las horas a solas, mirando al horizonte de la ciudad desde la ventana, como un monje taoísta o como un lama abstraído en sus propios universos. Otras veces se sentaba en un banco de alguna de las grandes avenidas y observaba a los jóvenes y los adultos que pasaban apresurados, andando, en coches o en bicicletas. Distinguía en ellos manchas de colores brillantes, fogonazos del pasado y del futuro, pensamientos ocultos, nubes de amor y de odio, líneas de polvo estelar que los atravesaban como invisibles colas de cometa.

Un día Shi, sentado sobre la hierba, frente al río Haihe, observó su propio destino. A cámara rápida vislumbró que su mente y su cuerpo lastimados se iban apagando como un rayo de luz y que tras su muerte viajaba a un paraje muy extraño. Allí se sintió feliz, como si su dios oculto, el espíritu que se movía con dificultad por su cuerpo, ya conociera aquel lugar.

Esa misma noche, la policía, alertada por su hija, lo encontró al borde del río, tendido sobre una estera de esparto, sin vida, como si fuera una marioneta sin hilos o un muñeco de madera que deseara que lo acunase en sus brazos una niña de los barrios pobres. 




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