martes, 2 de abril de 2013

UNA CASA EN LA COLINA DE LOS GATOS


YOLANDA GIL GRIÑÁN


La noche en que me enamoré por última vez, acompañé a Ciana, una hermosa muchacha, hasta su casa en la Colina de los Gatos. Estaba tan nervioso como un niño perdido en el bosque. Las estrellas, a lo lejos, me decían, “adelante, hacia la suerte o el desastre”.

Hizo té, nos miramos durante largo rato y hablamos de auroras boreales. A través de los cristales empañados por la bruma veía suaves ojos amarillos y escuchaba voces maullantes que decían “mírala, te quiere, sus manos tiemblan de dicha”.

No me casé con aquella muchacha ni tuvimos hijos. Nos dimos mil besos, nos amamos cien veces, acariciamos cada esquina de nuestros cuerpos, con pasión arrebatada, durante cuatro años.

Conocí después a muchas otras mujeres, pero jamás me enamoré de nuevo. A veces, cuando paso, camino de otras citas, junto al cruce que lleva a la colina de los gatos, me imagino a su lado, alborozados y felices, como dos animales sin rumbo.


3 comentarios:

bego dijo...

Hunkigarria, Jose Ramón. No se que parte de tí forma parte de esta historia, quizá haya algo de fantasía y ficción, algo de realidad, o nó, no lo sé, pero tampoco importa. Lo que sé es que me ha gustado, y quería decirtelo, me gusta leer a gente que sabe expresar emociones.
Ondo segi.
Bego.

bego dijo...

Hunkigarria, Jose Ramón. No se que parte de tí forma parte de esta historia, quizá haya algo de fantasía y ficción, algo de realidad, o nó, no lo sé, pero tampoco importa. Lo que sé es que me ha gustado, y quería decirtelo, me gusta leer a quien sabe expresar emociones.
Ondo segi.
Bego.

Ramón Guinea dijo...

Eskerrik asko, Bego. Es inventada (casi toda). Espero que sigas igual de bien y que nos veamos algún día por Gasteiz o Bilbao. Ondo-ondo ibili