GUSTAV KLIMT (El abrazo)
Hace poco leí un libro extraño. Lo encontré por
azar, una tarde de frío y lluvia. No era, como podría pensarse, una novela
sobre sucesos paranormales, sino un folleto de filosofía oriental al que llegué,
tal vez, buscando alguna frase que iluminara el camino de mi vida.
El autor no tenía un nombre hindú o japonés, sino
vasco. Solo recuerdo su apellido, Jauregizar, es decir, palacio viejo en euskera.
No se si habría pasado una corta temporada en Goa, en Kathmandu o en algún otro
lugar remoto de Asia o si, por el contrario, se dedicaba a filosofar en un
cuarto diminuto de Bilbao, Vitoria o Donostia, en tardes como aquella, de frío
y de lluvia.
Jauregizar hablaba de que estamos
rodeados de espíritus vegetales, minerales, animales o humanos y que nosotros
no somos sino unos más entre ellos. Recomendaba una práctica curiosa, abrazar a
otro espíritu como un camino de perfeccionamiento y fusión con el universo. No
se refería a utilizar
sesiones de ocultismo para hacerles venir desde el más allá y unirse
imaginariamente con sus cuerpos sutiles, traslúcidos como el aire, sino a abrazar
a los espíritus que dan la vida a los seres que nos rodean.
Aunque aparentemente el texto no tenía ninguna implicación sexual al leerlo sentí una extraña pulsión erótica. Esa noche me
costó dormirme. De madrugada me desperté varias veces. imaginándome abrazado al
espíritu que animaba el hermoso cuerpo de Susana, una compañera de trabajo.
Al día siguiente, sábado, fui solo a la montaña.
Cuando subía recordé de repente lo que había leído el día anterior y me acerqué
hasta un viejo castaño. Me abracé a él durante unos segundos, con gran
temor a ser visto y ser considerado un lunático. Por extraño que parezca,
justo antes de deshacer nuestro abrazo sentí el extraño latido de su savia que me
rozaba como un latigazo de luz cósmica.
El resto de seres vivos de aquel entorno, lagartos,
mariposas, erizos, espinos o escaramujos no resultaban apropiados para ser abrazados y dejé escapar sus espíritus misteriosos sin acercarme a ellos con nada más que
una mirada amistosa.
El lunes, de vuelta al trabajo, no me atreví a
mirar a Susana, avergonzado sin ningún motivo. Sin embargo, a media mañana
ella misma nos comunicó que había aprobado un difícil examen de francés y que
había traído una caja de bombones para celebrarlo. Uno por uno todos los
compañeros la felicitamos con un beso en la mejilla y un tímido abrazo. Cuando
llegó mi turno, al rozar su cara percibí que durante una fracción de
segundo, por un efecto maravilloso, profundo y sutil como un invisible aleteo, nuestros espíritus se encontraban en el mismo centro del universo.
3 comentarios:
Esta noche una amiga me ha invitado a saltar la hoguera de San Juan. Venga, hazlo por los espíritus, me ha dicho. Yo le he contestado que no creo en los espíritus, y no he saltado. Si llegas a estar por allí, quizá me hubieses convencido.
Segi Ondo
Egun on, Bego. No es más que un cuentito pero me ha gustado mucho tu comentario sobre la noche de San Juan, para mi la más bonita del año. Ondo ibili eta musu bat
Epa, Jose Ramón.Yo también lo creo, realmente es una noche mágica. Desde pequeña la recuerdo como una noche hechizada, y aún hoy me lo sigue pareciendo (aunque ya no me atreva a saltar la hoguera)
Tenemos un café pendiente.
Me sigue gustando lo que escribes.
Publicar un comentario