No se sienta nunca a salvo. Si no se ha levantado el viento a su alrededor en los últimos años, eso no significa nada. La naturaleza y el destino juegan con los seres humanos como nosotros lo hacemos con las hormigas o las hojas secas.
Desarrolle su instinto animal. Los animales presienten el peligro. Conviértase en una mangosta, en un gato, en una vaca, en una serpiente de coral, mire al mundo con los ojos de una cebra o un jaguar. Aprenderá a presentir los terremotos, las lluvias torrenciales, los tsunamis y los huracanes con horas de adelanto, lo cual le permitirá resguardarse y proteger a los suyos, confundiendo a voluntad, si así lo desea, a sus enemigos.
Escuche al viento. Tal vez no consiga oír nada, tal vez en realidad no le diga gran cosa, pero quizás, desde las células más recónditas del cerebro, que aún no han sido descubiertas por ningún anatomista, le llegue un extraño mensaje que puede que confunda con el llanto apagado de un recién nacido o con el eco de una música lejana.
Un último consejo: por si acaso, aprenda a flotar en el aire. Practique en sus ratos libres. Déjese llevar por las ráfagas de viento, le encantarán los remolinos, llegará a adorar las ventiscas. Escogerá para sus vacaciones las rutas de los tifones, las tempestades y las borrascas. Tal vez entonces descubra que todos somos uno: hombres y mujeres, niños o ancianos, mamíferos y flores, morsas, manatíes y salmones, que todos podemos planear en el viento como las gaviotas, como los estorninos o las grullas o que somos, simplemente, aire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario