CLAUDIO BRAVO (Chilaba azul)
Mamo, el Maestro de Sortilegios, se cree incapaz de lograr el más humilde de sus propósitos. Quiere tener mujer e hijos, como un hombre clásico de años atrás y quiere trabajar en el cine de animación o en la construcción de marionetas, pero está solo y dedica el día y la noche a su empleo en una aburrida caja de aparcamientos.
A veces discute con los clientes que han extraviado un ticket o un recibo o que simplemente no pueden pagar. Algunos de ellos le insultan o le amenazan con temibles venganzas. Mamo toma nota y los deja partir, reteniendo sus datos en la mente, apuntando en su memoria prodigiosa el color de su pelo, la luz de su sonrisa, el rictus de su enfado desmedido.
Aunque no lo parezca, Mamo es un auténtico maestro de sortilegios. Es incapaz de cambiar su vida y sin embargo interviene en la existencia de los otros provocando ráfagas inesperadas de suerte, accidentes, enamoramientos o desgracias. Hace brotar monedas y billetes bancarios en sus bolsillos, pone hombres y mujeres hermosos en sus vidas, obtiene trabajos soñados para los otros, pero su propia desesperanza, su desdicha lo mata.
Muchos se dirigen a él y buscan ser sus amigos, pues saben que eso mudará sus vidas por completo. Acuden a medianoche a su cabina de aparcamiento y aguardan un instante de calma en la tarea para pedir su ayuda. Mamo observa las luces fluorescentes, entrecerrando los ojos, escucha el lejano ruido del tráfico y después se sumerge en sí mismo. Los cambios deseados ocurren durante los días siguientes, sin falta.
Los días pasan. Los años caen sobre él como hojas muertas. Ya de mañana, Mamo regresa a su casa, cabizbajo. Intenta para sí, como ha hecho mil veces, lo mismo que resulta efectivo con los otros. Se sumerge en sí mismo e imagina su vida perfecta. Pero nada cambia. Nadie le aguarda en su piso vacío y las imágenes animadas que recorren su mente se disuelven en el aire de septiembre, como finísimos rayos de luna.
A veces discute con los clientes que han extraviado un ticket o un recibo o que simplemente no pueden pagar. Algunos de ellos le insultan o le amenazan con temibles venganzas. Mamo toma nota y los deja partir, reteniendo sus datos en la mente, apuntando en su memoria prodigiosa el color de su pelo, la luz de su sonrisa, el rictus de su enfado desmedido.
Aunque no lo parezca, Mamo es un auténtico maestro de sortilegios. Es incapaz de cambiar su vida y sin embargo interviene en la existencia de los otros provocando ráfagas inesperadas de suerte, accidentes, enamoramientos o desgracias. Hace brotar monedas y billetes bancarios en sus bolsillos, pone hombres y mujeres hermosos en sus vidas, obtiene trabajos soñados para los otros, pero su propia desesperanza, su desdicha lo mata.
Muchos se dirigen a él y buscan ser sus amigos, pues saben que eso mudará sus vidas por completo. Acuden a medianoche a su cabina de aparcamiento y aguardan un instante de calma en la tarea para pedir su ayuda. Mamo observa las luces fluorescentes, entrecerrando los ojos, escucha el lejano ruido del tráfico y después se sumerge en sí mismo. Los cambios deseados ocurren durante los días siguientes, sin falta.
Los días pasan. Los años caen sobre él como hojas muertas. Ya de mañana, Mamo regresa a su casa, cabizbajo. Intenta para sí, como ha hecho mil veces, lo mismo que resulta efectivo con los otros. Se sumerge en sí mismo e imagina su vida perfecta. Pero nada cambia. Nadie le aguarda en su piso vacío y las imágenes animadas que recorren su mente se disuelven en el aire de septiembre, como finísimos rayos de luna.
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