La Matadora ejecuta silenciosamente. Su carácter es tímido, concentrado y suave. Parece no querer saber nada del mundo que la rodea, como si su única intención fuese vivir a un lado, sin llamar la atención, sin que nadie se percate de que se encuentra al acecho.
Ocasionalmente se la puede ver con algunos amigos, muchachos o también hombres maduros, que están a su lado durante unos meses y después desaparecen. La Matadora consuma el acto con ellos una o dos veces, y después, como una mantis sin credo, los asfixia o envenena y los devora en secreto. Cuando se levanta por fin el revuelo inevitable niega ante todos haberlos conocido, o asegura no haberlos visto durante meses.
La Matadora busca a sus víctimas en tabernas y bares nocturnos, en la oscuridad de los cines o en los centros comerciales. Llama su atención con sus rasgos atractivos y su mirada inocente, ensayada mil veces ante el espejo, con sus labios subyugantes, con su voz de niña extraviada. Los hombres creen haberla conquistado por sus propios méritos y celebran el hecho a voces con sus amigos. Mientras tanto ella, escondida en las tinieblas, los observa con ojos de iguana, guardando astutamente su lengua bífida.
La Matadora tiene tendencia a ganar peso. Sus costumbres feroces, antropófagas, hacen que acumule grasa sin descanso, por lo cual se somete a serias curas de adelgazamiento, a larguísimas sesiones de gimnasia, a liposucciones y saunas. También ayuna por largas temporadas, meditando en quién es de verdad, en su ser diferente, en el espíritu oscuro que la lleva a cometer sus crímenes.
Sin embargo, al mismo tiempo engorda su cuenta corriente, lo cual no parece inquietarle. Poco antes de matar a sus víctimas, en mitad del acto de amor, les hace firmar un papel de compromiso. Ellos, embelesados por su triunfo aparente, no dudan por un instante. La Matadora, astutamente, no recurre a ese documento hasta que ha pasado un tiempo prudencial y las sospechas se han despejado.
Las múltiples Matadoras que existen en el mundo se respetan entre sí, temerosas, esquivando a las miembros de su raza, venenosas como escorpiones o tarántulas. Solo en casos extremos cruzan sus aguijones y cuchillos, sus lenguas mortíferas, y esta pelea inhumana las lleva a las dos a la muerte, como una torbellino de fuego, como un estallido del alma.
Ocasionalmente se la puede ver con algunos amigos, muchachos o también hombres maduros, que están a su lado durante unos meses y después desaparecen. La Matadora consuma el acto con ellos una o dos veces, y después, como una mantis sin credo, los asfixia o envenena y los devora en secreto. Cuando se levanta por fin el revuelo inevitable niega ante todos haberlos conocido, o asegura no haberlos visto durante meses.
La Matadora busca a sus víctimas en tabernas y bares nocturnos, en la oscuridad de los cines o en los centros comerciales. Llama su atención con sus rasgos atractivos y su mirada inocente, ensayada mil veces ante el espejo, con sus labios subyugantes, con su voz de niña extraviada. Los hombres creen haberla conquistado por sus propios méritos y celebran el hecho a voces con sus amigos. Mientras tanto ella, escondida en las tinieblas, los observa con ojos de iguana, guardando astutamente su lengua bífida.
La Matadora tiene tendencia a ganar peso. Sus costumbres feroces, antropófagas, hacen que acumule grasa sin descanso, por lo cual se somete a serias curas de adelgazamiento, a larguísimas sesiones de gimnasia, a liposucciones y saunas. También ayuna por largas temporadas, meditando en quién es de verdad, en su ser diferente, en el espíritu oscuro que la lleva a cometer sus crímenes.
Sin embargo, al mismo tiempo engorda su cuenta corriente, lo cual no parece inquietarle. Poco antes de matar a sus víctimas, en mitad del acto de amor, les hace firmar un papel de compromiso. Ellos, embelesados por su triunfo aparente, no dudan por un instante. La Matadora, astutamente, no recurre a ese documento hasta que ha pasado un tiempo prudencial y las sospechas se han despejado.
Las múltiples Matadoras que existen en el mundo se respetan entre sí, temerosas, esquivando a las miembros de su raza, venenosas como escorpiones o tarántulas. Solo en casos extremos cruzan sus aguijones y cuchillos, sus lenguas mortíferas, y esta pelea inhumana las lleva a las dos a la muerte, como una torbellino de fuego, como un estallido del alma.
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