jueves, 5 de noviembre de 2009

EL PALACIO DEL AZAR

OLIVER FOLLMI


Todos visitamos un día, cuando éramos niños, el Palacio del Azar. Lo mismo da que fuéramos los hijos de un ministro del Gobierno o que creciéramos en un barrio humilde, de chabolas destartaladas. Todos hemos estado allí, todos hemos visto ese lugar, y pasamos el resto de nuestra vida anhelando, sin saberlo, volver a visitarlo.

Cuando acudimos de nuevo en su busca, sin embargo, nos encontramos las puertas cerradas. Ya no somos los chiquillos ingenuos que fuimos, sino una amenaza, un peligro para su supervivencia. Las ballestas y las armas de fuego nos apuntan desde las torres, las almenas y las troneras abiertas en los muros. No sabemos quien se oculta tras ellos, quienes son los soldados que lo protegen ni a quienes guardan en su interior, defendiéndolos de nosotros, pero intuimos que quienesquiera que sean habitan un mundo mágico y que son felices de una forma que ya no está a nuestro alcance.

Tal vez vivan en él aquellos que jugaron con nosotros de niños y se quedaron allí para siempre, atrapados en los engranajes oxidados del tiempo o los que fueron violentados o acribillados a insultos, a golpes, disparos y bombardeos. Para cruzar sus puertas, intuimos, es necesario un pasaporte sin imágenes sonrientes, sin firmas, direcciones o huellas dactilares, un documento de aire y de sol, una sola palabra mágica que nunca supimos o que olvidamos hace tiempo.

Probamos cada día nuevas contraseñas, hacemos piruetas delante de los puentes levadizos o ensayamos caras bondadosas e inocentes, para probar nuestra pureza, pero la puerta permanece cerrada. ¿Se abrirá en par tras la muerte, cuando seamos de nuevo mujeres y hombres libres, niños sin pecado, pequeños duendes desprendidos de la aurora boreal, de la cola de un cometa?.



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