En su pequeño pueblo del Trópico, que visitan con frecuencia el ejército y la guerrilla dejando a su paso un rastro de sangre, Mapiro, niño y pobre además de indio, habita en un mundo mágico.
Su vida en el poblado, en su tribu, está rodeada de objetos misteriosos y pequeños animales furtivos, sapos, colibríes y lagartos, cacerolas de barro, raíces narcóticas, balas abandonadas por la guerrilla, gorras de béisbol y extraños amuletos.
Mapiro bebe la savia de una misteriosa raíz que crece en la selva. Al instante frutos, objetos y pequeños insectos se reúnen a su alrededor como si estuvieran imantados por una extraña fuerza. Él los posee, los mueve a voluntad, hasta que, unas horas después, desaparece el efecto del brebaje.
Mapiro concentra su poder en salvar el poblado del hambre. Gracias a él crece el maíz en los campos yermos, los ríos cambian de curso y nubes de tormentas descargan sus aguaceros.
En el pueblo lo aprecian y lo odian. Hay quien corre sus cuentos, verdad o mentira adaptada por distintas voces, por las aldeas limítrofes, hasta que alcanzan lugares más grandes, oídos que no desean indios felices o clarividentes.
Cuando mandan a los guardias a buscarlo, Mapiro, oculto por sus extrañas artes, pasa inadvertido para ellos. Los soldados golpean a sus amigos y tirotean a uno de ellos. Es un niño del pueblo que cae al suelo desangrándose, agarrándose el vientre con fuerza.
Mapiro, en su escondite, llora amargamente, sintiendo que la bala le pertenece. Por eso, a una orden de su pensamiento el proyectil abandona el cuerpo del muchacho y se clava con fuerza en su propio pecho, que se ofrece a la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario