domingo, 22 de noviembre de 2009

ZAÏD

GREGORY COLBERT


Zaïd escribía extraños poemas. Por entonces, en Damasco, la ciudad donde vivía, la poesía era un asunto que no parecía interesar a nadie, pero él no reparaba en eso. Las palabras le surgían desde muy adentro, como un torrente caudaloso o como un simún que atravesara el desierto llevándose todo a su paso.

El muchacho arrancaba los poemas de su propio corazón. No sabía escribir de otro modo, sino desnudándose, vaciándose, dejando en ellos una parte de sí. Cada vez que escribía un verso su corazón perdía una diminuta fibra muscular, una gota de sangre, su movimiento sincopado se ralentizaba la diezmillonésima porción de un segundo.

Zaïd escribió un solo libro. Cuando llegó a la última página su corazón se encogió en el pecho y la sangre se fue extendiendo por la cavidad vacía, como un océano de sangre, como un universo roto.


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