martes, 22 de diciembre de 2009

EL DURMIENTE

CLAUDIO BRAVO (Alfombra roja)


El Durmiente puede pasar muchos años en estado de letargo, fuera del mundo, como un oso polar, un murciélago o una marmota. Cuando al fin despierta descubre que sus amigos, sus hermanos y conocidos se han casado y pasean carros de niños, que han visitado el Nepal, Groenlandia o las islas Galápagos, que han cambiado de ciudad o de trabajo, que han engordado o adelgazado, que están enfermos o perdieron el pelo.

El Durmiente los mira incrédulo pues le parece haber estado con ellos unos pocos días antes y que eran bien distintos. Él no ha hecho nada en ese tiempo salvo dormir y consumir el azúcar y la grasa que su cuerpo almacenaba. Por eso está tan delgado y fibroso como un muchacho famélico o un acróbata de circo.

Su casa acumula pelusas y polvo. Por los techos, ángulos y esquinas se mueven arañas, caracoles y minúsculos gusanos blancos. El Durmiente, como un alma atormentada por la duda, oscila entre dos caminos, dejarlos vivir a sus anchas, respetando su derecho a la existencia o asesinarlos fríamente con papel de baño o con insecticida.

Dormir, en realidad, le resulta indiferente. Lo que le gusta al Durmiente es soñar con largos viajes, con tener hijos y esposa, con asistir a fiestas, con vivir en otro país o comprarse una casa a crédito. Así, soñando, se adormece de nuevo y va entrando en una plácida hibernación que lentamente le acerca a la muerte.



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