domingo, 4 de abril de 2010

EL ROJO ES UN COLOR MALIGNO

LAWRENCE ALMA-TADEMA (A Coign of Vantage)


Aquel verano, Ariel Kitsu viajó a la isla de Creta con un animado grupo de senderistas. Atravesaron el Mediterráneo de madrugada, sobrevolando las costas de Sicilia, dibujadas al borde del mar por pequeños puntos de luz que recordaban a grupos de luciérnagas.

Llegaron al aeropuerto de Heraklion a las cuatro de la mañana, sin apenas dormir. Allí tuvieron que aguardar al autobús que les iba a llevar a su hotel, en Hania, a 130 kilómetros de distancia. A su lado, durante el largo trayecto, un niño de meses lloraba delante de sus padres, que sonreían imperturbables, como si fuera algo sin la menor importancia.

Hania fue el cuartel general del grupo. Cuando los excursionistas regresaban de sus salidas a las cumbres donde nació Zeus y a las profundas gargantas que llegaban hasta el mar, salían a pasear por la hermosa ciudad, llena de paseos maravillosos, de diques de estilo veneciano y alegres mercados al borde del mar.

En una callejuela de esa localidad Ariel entró en una tienda de ropa. Quería llevar un regalo a la mujer con quien vivía, que adoraba el color rojo. Allí había camisas y vestidos con líneas o motivos rojos, pero siempre se encontraba unido a otros colores, generalmente blanco, azul o verde. Ariel Kitsu preguntó a la dependienta, de rasgos árabes, si no tenía nada que fuera completamente rojo. La mujer le dijo que no, pues según ella se trataba de un color maligno, que siempre había que acompañar con otros que contrarrestaran su poder maléfico.

Al final, Ariel compró una camisa de finas líneas rojas y blancas, que le pareció muy bonita. Al llegar a casa, de vuelta del viaje, se la dio a su mujer y le contó lo que había dicho la dependienta. Ella se rió y fue a probársela.

Cuando Ariel Kitsu la vio con ella, le pareció que estaba increíblemente guapa. Se quedó un rato mirándola y después se aproximó y empezó a acariciarla y a besarla por todo el cuerpo, demorándose largo rato en lugares imprevistos, a los que tal vez nunca había prestado suficiente atención, en los hombros, en los brazos, en el vientre. Durmieron abrazados, como dos amantes que acabaran de conocerse.

Por la mañana, Ariel se despertó y vio a la mujer desnuda. La cubrió con la camisa, que estaba sobre el suelo, algo arrugada, y se quedó allí, mirándola durante varios minutos, como si fuera una antigua diosa cretense que estuviera de visita en su habitación.




2 comentarios:

Pepe Ventureira dijo...

Hola Ramón...magnífico tu blog, por sus relatos tan personales, y llenos de sutilezas.
Este en concreto, me gusta porque te hace viajar y conocer.
Bravo por tu rojo...estupendo color lleno de vitalidad.

Un abrazo

Ramón Guinea dijo...

Gracias, Pepe. Me encanta recibir mensajes como el tuyo. Un abrazo desde el País Vasco