El Quietista detesta los cambios inesperados, los sucesos imprevistos. Quisiera que su vida permaneciese inmutable, le gustaría vivir para siempre en la infancia, no tener que trabajar o tratar con la gente, no acudir a fiestas o a lugares que desconoce, que su mundo se redujera a él, a sus padres y a los amigos de su lejana niñez.
Pero los viejos amigos crecen y se casan o se mudan a otros lugares, los padres envejecen y fallecen de improviso, los juegos infantiles son sustituidos por ocupaciones de adultos, por el golf, el whisky, el tabaco o el flirteo con mujeres.
El Quietista ha sido así desde siempre. Salió del vientre de su madre aferrándose al cordón con sus dos manitas, negándose a respirar por sí mismo, añorando ese cálido parasitismo. Para él, hoy aún, es una terrible tragedia cualquier cambio de trabajo, cualquier viaje inesperado, cualquier modificación de sus hábitos y sus rutinas.
A veces el Quietista sueña en ser como los otros, en conocer muchachas, en viajar a Nueva York, a París, a Calcuta, en deslizarse en el aire o volar sobre las olas, en tener un amigo en cada país del mundo. Sin embargo, al pensarlo, de repente, una extraña tensión bloquea sus músculos y su pecho se olvida de respirar por unos segundos.
Los ordenadores han sido un gran descubrimiento para el Quietista. Sin salir de su casa acude al supermercado, visita países y descarga sus pasiones sexuales, que disimula ante los otros, con amantes virtuales. Corre a toda velocidad de web en web, envía mensajes al espacio vacío, sus palabras recorren los océanos, las altas cordilleras y las mesetas del mundo.
Después, agotado, el Quietista se queda dormido sobre la cama, sin taparse siquiera. Su madre, ya anciana, acude a cubrirlo con una manta de colores vivos y suspira de quererlo tanto, aun siendo así, tan frágil como un animal extraviado, como un niño triste.
Pero los viejos amigos crecen y se casan o se mudan a otros lugares, los padres envejecen y fallecen de improviso, los juegos infantiles son sustituidos por ocupaciones de adultos, por el golf, el whisky, el tabaco o el flirteo con mujeres.
El Quietista ha sido así desde siempre. Salió del vientre de su madre aferrándose al cordón con sus dos manitas, negándose a respirar por sí mismo, añorando ese cálido parasitismo. Para él, hoy aún, es una terrible tragedia cualquier cambio de trabajo, cualquier viaje inesperado, cualquier modificación de sus hábitos y sus rutinas.
A veces el Quietista sueña en ser como los otros, en conocer muchachas, en viajar a Nueva York, a París, a Calcuta, en deslizarse en el aire o volar sobre las olas, en tener un amigo en cada país del mundo. Sin embargo, al pensarlo, de repente, una extraña tensión bloquea sus músculos y su pecho se olvida de respirar por unos segundos.
Los ordenadores han sido un gran descubrimiento para el Quietista. Sin salir de su casa acude al supermercado, visita países y descarga sus pasiones sexuales, que disimula ante los otros, con amantes virtuales. Corre a toda velocidad de web en web, envía mensajes al espacio vacío, sus palabras recorren los océanos, las altas cordilleras y las mesetas del mundo.
Después, agotado, el Quietista se queda dormido sobre la cama, sin taparse siquiera. Su madre, ya anciana, acude a cubrirlo con una manta de colores vivos y suspira de quererlo tanto, aun siendo así, tan frágil como un animal extraviado, como un niño triste.
3 comentarios:
Hermoso relato.
Lo describes tan bien que parece que haya espiado la vida de tu Quietista desde un rincón de su alma.
No es difícil entenderle. El otro día, hablando sobre este tema, me dijeron que eso es signo de inseguridad. Puede que sí pero quien no quiere preservar su mundo?.
Un beso, feliz miércoles.
Hola Cristina. Yo creo que todos somos un poco de todo, inseguros y valientes, alegres y tristes, graciosos y aburridos a la vez. Me alegro de que hayas vuelto a escribir y a publicar tus fotos. Por cierto, me encanta recibir tus mensajes.
Hola, Arturo, sabía de ti por la página de Cristina y me alegro mucho de verte por aquí. Espero que sigamos en contacto.
Un abrazo a los dos
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