JEAN JAMSEN (Ballerine jambes croisées)
Pasea siempre de incógnito para que nadie la reconozca, aunque tal vez el incógnito sea su verdadera naturaleza. Su reino se muestra, como ella, cauteloso y discreto. Al llegar a la Calle del Loto, es difícil que los viajeros perciban que aquel es un territorio distinto, un país independiente, pues nadie les detiene a la entrada o les pide sus visados. Solo pueden ver dibujada en algunas fachadas y cristaleras una flor de loto que identifica la calle como un sello imperial.
La Emperatriz va y vuelve varias veces al día, cargada con la compra, de vuelta del dentista o del podólogo o sale simplemente a pasear, casi siempre sola, juntándose con cualquiera de sus súbditos a quien no le parezca una osadía o una pérdida de tiempo conversar con la realeza. Otras veces, sin embargo, deambula entre otros muchos que no saben que son los ciudadanos de un país desconocido por los geógrafos y los mapas.
La Emperatriz tiene un miedo atroz a las tormentas. Nació en una lejana noche de truenos y relámpagos, según le contaron sus padres, exilados por viejas revoluciones. Está convencida de que una de ellas, igual que la trajo al mundo, también se la llevará.
A sus ochenta años, la Emperatriz de la Calle del Loto piensa que su cuerpo cansado no aguantará mucho más, pues se fatiga mortalmente y su sangre azul se mueve con dificultad por sus piernas. No soporta tampoco la ausencia de su esposo, el antiguo emperador, muerto en un lejano duelo de espadas, y de sus hijos, príncipes y princesas terriblemente ocupados para pasar siquiera un instante a visitarla. Así, entristecida y sola, sin una sola dama de compañía que la consuele, guarda con celo su incógnito y su pena hasta el día en que la tormenta llegue a recogerla.
La Emperatriz de la Calle del Loto lleva una vida sumamente discreta. Va a todas partes caminando, no tiene cochero, guardaespaldas ni mayordomo, y viste con la sencillez de una pensionista pobre o de una marchita empleada de mercería.
Pasea siempre de incógnito para que nadie la reconozca, aunque tal vez el incógnito sea su verdadera naturaleza. Su reino se muestra, como ella, cauteloso y discreto. Al llegar a la Calle del Loto, es difícil que los viajeros perciban que aquel es un territorio distinto, un país independiente, pues nadie les detiene a la entrada o les pide sus visados. Solo pueden ver dibujada en algunas fachadas y cristaleras una flor de loto que identifica la calle como un sello imperial.
La Emperatriz va y vuelve varias veces al día, cargada con la compra, de vuelta del dentista o del podólogo o sale simplemente a pasear, casi siempre sola, juntándose con cualquiera de sus súbditos a quien no le parezca una osadía o una pérdida de tiempo conversar con la realeza. Otras veces, sin embargo, deambula entre otros muchos que no saben que son los ciudadanos de un país desconocido por los geógrafos y los mapas.
La Emperatriz tiene un miedo atroz a las tormentas. Nació en una lejana noche de truenos y relámpagos, según le contaron sus padres, exilados por viejas revoluciones. Está convencida de que una de ellas, igual que la trajo al mundo, también se la llevará.
A sus ochenta años, la Emperatriz de la Calle del Loto piensa que su cuerpo cansado no aguantará mucho más, pues se fatiga mortalmente y su sangre azul se mueve con dificultad por sus piernas. No soporta tampoco la ausencia de su esposo, el antiguo emperador, muerto en un lejano duelo de espadas, y de sus hijos, príncipes y princesas terriblemente ocupados para pasar siquiera un instante a visitarla. Así, entristecida y sola, sin una sola dama de compañía que la consuele, guarda con celo su incógnito y su pena hasta el día en que la tormenta llegue a recogerla.
2 comentarios:
Yo también conozco a esa Emperatriz. Es la misma que, semana tras semana, día tras día, rememora tiempos pasados y los cuenta, como perlas de un bello collar, a los pocos que la visitan.
El la escucha en silencio, con admiración y, por qué no decirlo, con dolor. El sabe de su tristeza pero sabe también que su sola presencia es un abrazo para ella, la Emperatriz de la Calle del Loto.
Un beso, precioso relato.
Es cierto, Cristina. Creo que la conoces. Es la misma que dices.
Un beso
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