WILLIAM BRADFORD (Icebergs in the Arctic)
Cualquier agrupación de personas, ya sean amigos, compañeros de trabajo, vecinos o familiares es como un gran bloque de hielo, un iceberg. Lo que queda por encima del agua, lo que aparece a la vista de todos no es sino una pequeña parte de lo que está oculto, de las temibles convulsiones internas, la competitividad y la interacción de sus átomos, los odios y las mentiras acumuladas, las pasiones o los desamores entre sus miembros. Cuanto mayor es la parte sumergida, la zona de hielo que nunca aflora, más se deteriora la comunicación y los grupos funcionan peor. Cuando emerge a la superficie la verdad que permanecía oculta las relaciones son, por el contrario, más auténticas, más reales.
Lo mismo ocurre, tal vez, con las comunidades más grandes, con los barrios, las ciudades, los países o con el mundo entero. Acaso suceda igualmente con los grupos más pequeños, con las parejas, las familias o las uniones transitorias entre cualquier tipo de individuos. El egoísmo personal las convierte en una esfera borrosa, sesgada por los propios deseos, que llevan a su disgregación y su muerte.
Cada individuo es, así mismo, un gran bloque de hielo. Lo que sabemos de nosotros mismos o de lo que nos rodea no es más que una pequeña porción de la realidad. Los demás tal vez pretenden vernos con mayor objetividad. Sin embargo, tampoco perciben más que una pequeña parte de lo que sucede debajo del agua, bajo las colosales masas de hielo ocultas bajo la superficie, detrás de las apariencias y las formas fugaces del mar embravecido, del océano helado que somos.
Cualquier agrupación de personas, ya sean amigos, compañeros de trabajo, vecinos o familiares es como un gran bloque de hielo, un iceberg. Lo que queda por encima del agua, lo que aparece a la vista de todos no es sino una pequeña parte de lo que está oculto, de las temibles convulsiones internas, la competitividad y la interacción de sus átomos, los odios y las mentiras acumuladas, las pasiones o los desamores entre sus miembros. Cuanto mayor es la parte sumergida, la zona de hielo que nunca aflora, más se deteriora la comunicación y los grupos funcionan peor. Cuando emerge a la superficie la verdad que permanecía oculta las relaciones son, por el contrario, más auténticas, más reales.
Lo mismo ocurre, tal vez, con las comunidades más grandes, con los barrios, las ciudades, los países o con el mundo entero. Acaso suceda igualmente con los grupos más pequeños, con las parejas, las familias o las uniones transitorias entre cualquier tipo de individuos. El egoísmo personal las convierte en una esfera borrosa, sesgada por los propios deseos, que llevan a su disgregación y su muerte.
Cada individuo es, así mismo, un gran bloque de hielo. Lo que sabemos de nosotros mismos o de lo que nos rodea no es más que una pequeña porción de la realidad. Los demás tal vez pretenden vernos con mayor objetividad. Sin embargo, tampoco perciben más que una pequeña parte de lo que sucede debajo del agua, bajo las colosales masas de hielo ocultas bajo la superficie, detrás de las apariencias y las formas fugaces del mar embravecido, del océano helado que somos.
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