martes, 6 de octubre de 2009

LA MIRADA DEL JAGUAR



Bikku no había visto nunca un jaguar. Mientras recorría la ruta maya con un grupo de viajeros acomodados, les llevaron a un parque de la naturaleza, que en realidad no era más que un zoológico con celdas espaciosas. Todos sus compañeros sacaban fotografías a los guacamayos y a las iguanas, pero él no podía apartar los ojos de un jaguar que había descubierto, tendido sobre el suelo de su estrecha prisión.

El animal parecía dormir. Sin embargo, de repente abrió los ojos y se le quedó mirando muy fijamente. Bikku no pudo aguantar su mirada más allá de unos segundos. Sus ojos le helaron, le traspasaron como si hubiera rasgado con sus colmillos o sus garras los músculos de su cara.

Bikku estaba atravesando unos días melancólicos. Había conocido a una chica de Barcelona, que ahora veía a unos pasos observando a un grupo de pelícanos, y se sentía enormemente atraído por ella. La mujer estaba recién separada y apenas hablaba con él, que tenía la sensación de que lo rehuía constantemente.

Al atardecer, sin ganas de bañarse con todos en la piscina de su resort, Bikku se fue a pasear por la orilla del Mar Caribe. Estaba oscureciendo. Entonces recordó que alguien le había dicho que, de vez en cuando, se veían jaguares por aquellos caminos, ya que llegaban hasta el borde del mar en busca de alguna presa desprevenida. Los hoteles estaban muy cerca, por lo que la presencia del temible animal le parecía científicamente imposible, aunque la caída de la noche siempre le había provocado una sensación de inseguridad y miedo a las tinieblas que poco a poco iban recuperando su poder sobre el mundo. Bikku, atemorizado, volvió a paso muy rápido, mirando hacia todas partes.

Al sentirse a salvo tras la barrera de entrada al recinto, sin embargo, Bikku sintió que una extraña fortaleza crecía en su interior. Se sentía tan valiente y poderoso como un jaguar, capaz de cualquier cosa, y se acercó a la mujer decididamente. Ella, sin embargo, le contestó con una frase de compromiso y se alejó hacia el resto del grupo, como un vanidoso quetzal.


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