lunes, 25 de enero de 2010

EL DESEO DE VER



El deseo de no ver enferma los ojos. El deseo de inmovilidad paraliza los músculos. El deseo de no ser amado engendra un odio feroz a sí mismo, cría diminutos insectos que devoran el tiempo que está por venir.

El deseo de ver agudiza la vista. El deseo de saltar, de subir volando hace que nos crezcan pequeñas alas, bombea con fuerza la sangre del corazón, multiplica las células rápidas de los músculos, desarrolla nuestra capacidad de flotar, de entender el lenguaje de las águilas.

El deseo moviliza la naturaleza. Nuestras órdenes se convierten en ondas sutiles que surgen de los espacios oscuros de nuestra mente y atraviesan el Universo, brillantes como rayos de luz, resplandecientes como colas de cometa.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

totalmente de acuerdo

Ramón Guinea dijo...

Hola, Miss. Gracias por tu comentario y un saludo,