domingo, 23 de noviembre de 2008

EL DECIDOR DE VERDADES

CLAUDIO BRAVO

El Decidor de Verdades cree que abrir en par los pensamientos es un privilegio al alcance de pocos. No calla nada, sin importarle ante quien se encuentre, pero nunca habla con ánimo de ofensa o de injuria. Simplemente persigue ser quien es, sin traicionarse a sí mismo. Los demás, sin embargo, renuncian de buen grado a ese privilegio, y practican a cada instante la murmuración y el fingimiento. Cuando ven al Decidor, cambian su rumbo para que no les cuente, el muy insolente, la verdad de su presente ni consiga desvelar lo que ocultan ante todos.

El Decidor de Verdades es también adivino y vidente. Conoce lo que nos va a traer el porvenir porque sabe que el futuro no es más que una extensión del presente. El destino no está escrito, pero lleva un camino que nosotros decidimos a cada instante. Si conociéramos mejor nuestras inercias, nuestras trampas mentales, si analizáramos nuestro viejos estereotipos, arcaicos e inservibles, aún cabría la posibilidad de desgarrar levemente los moldes establecidos, los destinos marcados, de poner los arcanos boca arriba y voltearlos a nuestro antojo.

Los aciertos del Decidor dejan a todos maravillados, aunque él asegura que no tiene ningún don, que únicamente observa y traslada su reflexión a un tiempo que aún no ha llegado. Todo se cumple sin remedio, todo funciona como un reloj de precisión. Casi todos lo rehúyen, pero hay también quienes acuden a él, deseando conocerse en los ojos de otro. El Decidor los observa en silencio, con afecto, y antes de ponerse a hablar, con los ojos entrecerrados, dibuja en el aire hermosos signos que flotan sobre el espacio inmóvil como plumas de quetzal.

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