miércoles, 19 de noviembre de 2008

SELKRAIG

STUART BUCHANAN (Launch - Maiden Voyage)


Selkraig ha naufragado en la vida. Vive solo en un viejo camión abandonado, en las afueras del Barrio. Su única compañía es un perro pequeño de color de lignito, al que llama Viernes.

Duerme la mayor parte del día y solamente parece regresar a una vida consciente de noche, durante unas pocas horas. Se diría que lleva una existencia de murciélago o de vampiro. Hay, sin duda, quienes piensan que realmente lo es cuando lo ven pasar de madrugada, muy pálido y vestido con un abrigo negro que le llega hasta el suelo. Pero, aunque todos le miren con curiosidad cada vez que se encuentran con él, parece como si Selkraig fuese incapaz de ver a nadie. No parece tener conciencia de que existan otras personas a su alrededor. Si casualmente se cruza con alguien, se encoge sobre sí mismo, como si pretendiera ocultarse dentro de su viejo abrigo. Se diría que en esos momentos siente un temor inmenso, una angustia que le domina por completo. Tal vez piense que está solo en el mundo, y perciba las sombras que le rodean como algo impreciso y peligroso.

La mayor parte de la gente le considera un loco que viste de forma extravagante. Tienen serias dudas de que sea capaz de comunicarse con alguien o de expresarse en algún idioma comprensible. Cuando Selkraig se siente observado se aleja rápidamente hacia la playa, arrastrando su abrigo. Una vez que el peligro ha pasado, se sienta en cuclillas sobre la arena y permanece allí, muy quieto, abrazando a Viernes con gran delicadeza, y contempla el mar durante horas, mientras corren algunas lágrimas por su cara. Aunque es difícil saberlo con certeza, esas lágrimas podrían estar provocadas por un sentimiento de soledad infinita o por una profunda tristeza.

Las autoridades no controlan ninguno de sus movimientos. Hemos comprobado que su nombre no consta en el censo electoral, aunque resulta lógico pensar que fuera inscrito al nacer en algún registro administrativo. Parece que nunca ha sido requerido para obtener sus documentos de identidad o para incorporarse al ejército. Es posible, sin embargo, que Selkraig aparezca en alguna lista de prófugos o que esté considerado por el estado el enemigo público doce mil trescientos catorce.

Selkraig sabe hablar, pero razona como lo haría una ardilla o un mono pequeño, sin que esto pretenda ser un comentario despreciativo o humillante. Se alimenta a escondidas, como ocurre en algunas tribus primitivas, cuyos miembros se avergüenzan de ser observados mientras comen. Sin embargo, no podría describir con certeza cuáles son sus alimentos. Tampoco he hecho ningún esfuerzo para averiguarlo. Tengo mórbidas sospechas que no quisiera ver confirmadas.

Selkraig acostumbra pasear por la playa, de madrugada, cuando todos duermen. Recoge objetos que han sido arrastrados por las mareas o abandonados por los bañistas. Algunas veces enciende un pequeño fuego y se queda mirando al horizonte desde donde tal vez llegó, un día muy lejano, cuando sus compatriotas lo abandonaron aquí, en una tierra extraña. Quizás espera aún que un barco de su país de origen, donde todos son como él, venga pronto a rescatarlo. Es posible que incluso arroje a las olas botellas con mensajes escritos, con mapas o extraños dibujos de líneas que se cruzan formando misteriosos garabatos.

Algunos psiquiatras consideran que la energía sexual es la verdadera raíz de la vida, el motor secreto y cauteloso que se halla en el origen de nuestras neurosis y de la mayor parte de nuestros actos. No sabemos si Selkraig tiene pulsiones sexuales, y cómo se arregla, en ese caso, para descargarlas. La violación de una anciana fue achacada a un extraño vagabundo vestido de negro, lo que me hizo pensar en él fugazmente, pero no existe ningún otro dato que permita implicarlo. Personalmente, me inclino a creer en su inocencia, pues Selkraig parece ignorar que está dotado de sexo.

Yo, que solo le conozco de una manera superficial, pienso, sin embargo, que es un ser inofensivo, apacible y sumiso como un niño o un pequeño animal. Le he visto abrazar a Viernes con infinita dulzura, acariciarlo, jugar con él, revolverle el pelo, besar su hocico y perseguirlo a cuatro patas por la arena. Si alguien se detuviera a observarlo durante esos instantes, llenos de magia y ternura, se daría cuenta de que Selkraig no es más que un niño sin maldad que ocupa un cuerpo equivocado, como hay mujeres que viven dentro de muchachos o espíritus que suplantan las formas de los hombres.

Hace días que Selkraig desapareció. He recorrido varias veces las playas solitarias y el largo malecón del puerto, buscándolo. También me he acercado cautelosamente hasta la vieja camioneta donde tuvo su hogar. La puerta trasera estaba abierta de par en par, y había pequeños cristales esparcidos por el suelo. Puede que alguien le atacase mientras dormía, con la intención de robarle o de burlarse de él o tal vez algún grupo de muchachos, que buscaba un refugio donde fumar a escondidas y mirar revistas de mujeres desnudas asaltase el lugar después de su marcha. Dentro no había nada de valor, salvo un taburete inservible y algunos objetos de madera o de plástico, desfigurados o rotos.

Tengo la extraña certeza de que Selkraig ha muerto. Viernes, sin embargo, sigue aquí, vagabundeando, de madrugada, por las calles desiertas del Barrio. He tratado de llevarlo a mi casa en varias ocasiones, pero no obedece mis órdenes. Se pasa las noches ladrando en dirección al mar, mientras corretea alocadamente por la playa. Quizás Selkraig, su dueño, se haya ahogado o, tal vez, atraídos por la luz de sus hogueras, sus compatriotas, seres idénticos a él, individuos aislados y nocturnos, acaso de la misma estirpe de la que proceden los búhos o los murciélagos, lo hayan encontrado por fin y se lo hayan llevado de vuelta a su país, sea cual sea.

Ayer, el cuerpo muerto de Viernes apareció flotando entre las barcas del puerto. Dos muchachos lo recogieron desde una lancha de remos, utilizando un palo largo terminado en una red, mientras los niños aplaudían desde el muelle. Después, aprovechando que era la noche de San Juan, arrojaron su cuerpo a un gran fuego de muebles desvencijados y ramas secas, en mitad de la calle.

Yo estaba allí, entre ellos, observando el cuerpo menudo de Viernes, que poco a poco se iba consumiendo. Desde que era muy pequeño, esta ha sido para mi la noche más dichosa del año, cuando alrededor del fuego que crece poderosamente sobre los restos de la vida pasada, los niños, iluminados por la magia escondida entre las llamas poderosas, imaginan que vivir es algo apasionante.


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