MAXFIELD PARRISH (The Venetian Night´s Entertainment)
El Club de los Taimados gobierna el mundo desde hace varias generaciones. Han colocado a sus seguidores en puestos de relevancia, en los que tienen poder real y en los que solo ostentan un poder fingido, hasta el punto de que ya no queda un miembro del clan, un hijo, un primo, un hermano, un amigo de un amigo sin cargos de relativa importancia: ministros del gobierno, alcaldes, gerentes de centros de reproducción asistida o de empresas petroleras, directores de teatros y periódicos, encargados de polideportivos, secretarios de asociaciones filantrópicas, revisores de autopistas, diseñadores de jardines abstractos o guardias de prisiones. A su alrededor han ideado un complejo entramado de empresas ficticias, de colaboradores, cómplices y soplones que recogen las rentas sobre las que asientan su poder sombrío.
Los miembros del Club no son de izquierdas ni de derechas, no son conservadores, liberales, socialistas ni comunistas, pero pueden ser todo ello alternativamente si hacia allí se orientan las nuevas corrientes, cambiantes como las mareas, que rigen el mundo. Su único objetivo es estar siempre al mando, en cualquier situación, en dictaduras implacables, en democracias simuladas o, tras unos instantes de zozobra y descontrol, en las revoluciones proletarias. Dominan para ello un amplio repertorio de frases hechas y vocablos domesticados, como equidad, solidaridad, justicia, libertad, fraternidad, democracia o muchos otros, pero no creen en ellos, pues no consideran los votos sino un instrumento más de control, una partida ganada.
Sus integrantes dicen abominar de la violencia, sea cual sea su origen, pero la practican según su conveniencia, colaboran con invasiones de interés, acumulan armas poderosas y las venden sin ningún miramiento a aquellos que solo creen en el valor de la fuerza, a quienes asesinan a sus oponentes o controlan las disidencias a bombazos.
Quienes forman el Club son tan solo una fracción despreciable del conjunto de habitantes del planeta, pero mantienen una influencia formidable sobre las vidas de la mayoría de los seres humanos. Deciden tendencias, consumos y plebiscitos, imponen modas e ideologías que todos asumen como propias. Tarde o temprano, la mayor parte del dinero acaba en sus manos, tras pasar un tiempo infinitesimal en las carteras o las cuentas corrientes de los pobres infelices que no son sus partidarios.
Otros aspiran a sucederles. Son iguales a ellos, miembros de familias opuestas, Capuletos contra Montescos, Jacobinos y Girondinos, Pazzis contra Médicis. Solo desean despojarles de sus puestos para extender así, como un cáncer inexorable, sus ramificaciones por el mundo. Conspiran en las esquinas y en los cafés de diseño, compran y venden influencias, extienden murmuraciones y noticias, negocian y se juramentan, vigilados de cerca por los esbirros del Club, que los persiguen con saña, exhibiendo ante ellos, sus futuros amos, habilidades de perros de presa.
Los miembros del Club no son de izquierdas ni de derechas, no son conservadores, liberales, socialistas ni comunistas, pero pueden ser todo ello alternativamente si hacia allí se orientan las nuevas corrientes, cambiantes como las mareas, que rigen el mundo. Su único objetivo es estar siempre al mando, en cualquier situación, en dictaduras implacables, en democracias simuladas o, tras unos instantes de zozobra y descontrol, en las revoluciones proletarias. Dominan para ello un amplio repertorio de frases hechas y vocablos domesticados, como equidad, solidaridad, justicia, libertad, fraternidad, democracia o muchos otros, pero no creen en ellos, pues no consideran los votos sino un instrumento más de control, una partida ganada.
Sus integrantes dicen abominar de la violencia, sea cual sea su origen, pero la practican según su conveniencia, colaboran con invasiones de interés, acumulan armas poderosas y las venden sin ningún miramiento a aquellos que solo creen en el valor de la fuerza, a quienes asesinan a sus oponentes o controlan las disidencias a bombazos.
Quienes forman el Club son tan solo una fracción despreciable del conjunto de habitantes del planeta, pero mantienen una influencia formidable sobre las vidas de la mayoría de los seres humanos. Deciden tendencias, consumos y plebiscitos, imponen modas e ideologías que todos asumen como propias. Tarde o temprano, la mayor parte del dinero acaba en sus manos, tras pasar un tiempo infinitesimal en las carteras o las cuentas corrientes de los pobres infelices que no son sus partidarios.
Otros aspiran a sucederles. Son iguales a ellos, miembros de familias opuestas, Capuletos contra Montescos, Jacobinos y Girondinos, Pazzis contra Médicis. Solo desean despojarles de sus puestos para extender así, como un cáncer inexorable, sus ramificaciones por el mundo. Conspiran en las esquinas y en los cafés de diseño, compran y venden influencias, extienden murmuraciones y noticias, negocian y se juramentan, vigilados de cerca por los esbirros del Club, que los persiguen con saña, exhibiendo ante ellos, sus futuros amos, habilidades de perros de presa.
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