viernes, 24 de octubre de 2008

EL CALLEJÓN DE LAS PIRÁMIDES (IV)

Zhang Xiaogang (Untitled)

Aladino, como puede que hayamos dicho ya cien o trescientas veces, no salía de casa porque tenía un pequeño agujero por donde a veces la sangre andaba libremente, de un lado a otro de su corazón. Ya estaba un poco harto de sus juguetes y de los regalos que le hacían para que olvidase su encierro. Estaba aburrido ya de su telescopio, de jugar con el cachorro de puma que le trajo su padre desde Bolivia, de escribir mensajes al ordenador y hablar por teléfono con sus amigos, de saltar sobre la cama o de jugar con la emisora de radio. Le hubiese gustado recorrer el Callejón de las Pirámides con Laetizia y descubrir todos los lugares de los que le había oído hablar, quedarse mirando a los echadores de fuego, robar tebeos, bañarse desnudo en el mar, bucear entre las tortugas y las mantarrayas, ver pasar los rebaños de cebras, comer patatas fritas con sus amigos y sentarse al borde del puerto para ver los barcos, con la boca sucia de helado. Aladino a veces se aburría tanto como una ostra o como un mejillón. Pero entonces pensaba en la vida de las ovejas y las vacas, en las ocas o en los pollos que viven en jaulas hasta que un día los convierten en comida, y con estas comparaciones se sentía un poco más feliz.

Unos días después fue su cumpleaños. Esta vez sus padres le hicieron un regalo estupendo, ¡una cría de caimán!. Le habían atado las mandíbulas con una goma muy fuerte, para que no hiciera daño a nadie, y lo habían encerrado en el cuarto de baño. A Dino le encantó su regalo. Además, ese día conoció mucha gente y lo pasó tan bien que pensó que no había nada más importante en el mundo que tener amigos.

Laetizia invitó a la fiesta de cumpleaños a unos cuantos niños del Callejón y a algunos adultos que eran como niños. Se juntaron casi veinte personas en la habitación de Aladino, unos sentados en la cama y otros moviéndose por la casa, mientras contemplaban con extrañeza los cuadros y las máscaras, que a su vez los miraban a ellos desde un mundo desconocido. Algunos incluso se atrevían a jugar con el caimán, y le daban de comer en su mano, después de liberar sus mandíbulas con mucho cuidado. Otros, sin embargo, se mantenían lejos de él, por si las moscas.

Dino conoció a Dikdik, y a otros amigos de Laetizia, como Havasupai, que era un niño esquimal, alto como una jirafa y con los ojos rasgados, y a Hoa Lu, una chica tan guapa que llegaba a parecer un poco fea, y que no dejaba de mirar a Aladino sonriendo, como si fuera boba. También había una niña más gordita, de la que no recordaba su nombre, y que según Laetizia era capaz de volverse invisible. Dino le estuvo mirando de reojo, todo el rato, para ver si desaparecía de repente. Entonces se le ocurrió organizar un campeonato de invisibilidad ente ella y Dikdik. La chica estuvo de acuerdo pero mientras Dikdik se volvía del color de la alfombra, que tenía unos dibujos muy complicados, nadie volvió a ver a la niña. Puede que de verdad se hubiera vuelto invisible, y que les estuviera mirando desde cualquier sitio del cuarto sin que ellos la vieran. Pero también podía haberse marchado, porque nadie se había tropezado con ella, a pesar de que en la habitación casi no hubiera sitio para moverse. Así que Aladino no fue capaz de decir quién había sido el ganador del campeonato.

(...)

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