REMEDIOS VARO (Mimetismo)
Decidir supone renunciar a una parte de lo que somos. Elegir entre varias opciones es exterminar el resto de los futuros posibles, asesinar nuestros otros yos, para que solo sobreviva uno. Elegir unos estudios, una profesión, un empleo y no otro, un lugar de residencia, una pareja, un destino de vacaciones, supone desertar, en muchos casos para siempre, de todos los demás por los que podíamos haber optado en su lugar.
Escoger unos estudios o un trabajo determina nuestras vidas. Si somos geógrafos o electricistas no seremos ingenieros, médicos o abogados, trabajadores industriales, auxiliares sanitarios, actores o traficantes de droga. Al decidir, renunciamos a todas las demás profesiones que pudiéramos haber deseado incluir en nuestra experiencia, maquinista de tren, empleado de un supermercado, piloto de aeroplanos, guía turístico, policía, escritor, maestro, odontólogo o jardinero.
Elegir a un hombre o una mujer que comparta nuestra vida conlleva renunciar a entrecruzarnos con otros seres distintos, a tener unos hijos diferentes a los nuestros o a disfrutar de una noche de amor con otros hombres o mujeres que nos hubieran hecho temblar de excitación, languidecer de deseo.
Optar por un lugar de vacaciones supone conocer gentes y lugares que de otro modo jamás ocuparían un lugar en nuestras vidas, y renunciar a otros lugares, a otras personas o compañeros de viaje que eligieron un destino diferente, y que pudieron voltear por completo nuestro futuro de haberlos conocido. Esas experiencias provocan afectos y enemistades, odios y amores que moldean nuestras vidas, mientras otras nunca crecen, como semillas que se echaron a perder o embriones muertos.
Residir en una ciudad determinada, en un barrio, en un edificio concreto nos obliga a desechar la experiencia inimaginable de vivir en otros lugares, en París, en Amberes, en las islas Reunión, en Salvador de Bahía, en Guayaquil, en Berlín o en barrios distintos de nuestras ciudades, de conocer en ellos a otros seres que nos completen, que nos hagan avanzar unos pasos en el camino que nos devolverá, un día, a las estrellas.
La inercia nos lleva a ser previsibles, a seguir los caminos trazados por los que nos antecedieron, a aferrarnos a la seguridad de lo que ya conocemos, a nuestros esquemas inamovibles. Elegir lo nuevo, lo distinto, sin embargo, es un salto mortal hacia el futuro, pero es, así mismo, una posibilidad de hundirse. Un conocimiento casual, un trabajo inesperado, un giro del destino modifica nuestras vidas por completo, ¿o tal vez no existen las casualidades?.
Ante el dilema de la elección solo existe un camino, que es perseguir nuestros sueños. Buscar a nuestro hombre o mujer perfecto, nuestro viaje soñado, nuestro empleo ideal, descubrir el lugar donde queremos vivir por encima de todo y poner los medios para hacer real lo imposible.
Escoger unos estudios o un trabajo determina nuestras vidas. Si somos geógrafos o electricistas no seremos ingenieros, médicos o abogados, trabajadores industriales, auxiliares sanitarios, actores o traficantes de droga. Al decidir, renunciamos a todas las demás profesiones que pudiéramos haber deseado incluir en nuestra experiencia, maquinista de tren, empleado de un supermercado, piloto de aeroplanos, guía turístico, policía, escritor, maestro, odontólogo o jardinero.
Elegir a un hombre o una mujer que comparta nuestra vida conlleva renunciar a entrecruzarnos con otros seres distintos, a tener unos hijos diferentes a los nuestros o a disfrutar de una noche de amor con otros hombres o mujeres que nos hubieran hecho temblar de excitación, languidecer de deseo.
Optar por un lugar de vacaciones supone conocer gentes y lugares que de otro modo jamás ocuparían un lugar en nuestras vidas, y renunciar a otros lugares, a otras personas o compañeros de viaje que eligieron un destino diferente, y que pudieron voltear por completo nuestro futuro de haberlos conocido. Esas experiencias provocan afectos y enemistades, odios y amores que moldean nuestras vidas, mientras otras nunca crecen, como semillas que se echaron a perder o embriones muertos.
Residir en una ciudad determinada, en un barrio, en un edificio concreto nos obliga a desechar la experiencia inimaginable de vivir en otros lugares, en París, en Amberes, en las islas Reunión, en Salvador de Bahía, en Guayaquil, en Berlín o en barrios distintos de nuestras ciudades, de conocer en ellos a otros seres que nos completen, que nos hagan avanzar unos pasos en el camino que nos devolverá, un día, a las estrellas.
La inercia nos lleva a ser previsibles, a seguir los caminos trazados por los que nos antecedieron, a aferrarnos a la seguridad de lo que ya conocemos, a nuestros esquemas inamovibles. Elegir lo nuevo, lo distinto, sin embargo, es un salto mortal hacia el futuro, pero es, así mismo, una posibilidad de hundirse. Un conocimiento casual, un trabajo inesperado, un giro del destino modifica nuestras vidas por completo, ¿o tal vez no existen las casualidades?.
Ante el dilema de la elección solo existe un camino, que es perseguir nuestros sueños. Buscar a nuestro hombre o mujer perfecto, nuestro viaje soñado, nuestro empleo ideal, descubrir el lugar donde queremos vivir por encima de todo y poner los medios para hacer real lo imposible.
2 comentarios:
Así debería ser, seguir nuestros sueños, pero hay tantas circunstancias por medio...
Saludos.
A.
Sí, creo que es más fácil decirlo que hacerlo.
Un saludo desde Bilbao
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