sábado, 25 de abril de 2009

JUAN MARSÉ



No he leído nunca a Juan Marsé. Tengo la sensación de que debe ser un buen escritor y un buen tipo, llano y sincero, aunque no creo que me interesen demasiado sus historias, sin duda atractivas y bien escritas, pues pienso que sus preocupaciones, el franquismo y la postguerra, entre otras, no son las mías, aunque esto posiblemente no sea más que un prejuicio, como tantas veces sucede.

Por otra parte, tengo la impresión de que es un escritor cercano al Partido Socialista y de que esa es una de las razones por las que se le ha dado el Premio Cervantes. Los partidos políticos en el poder, ya sean conservadores o progresistas, nacionalistas periféricos o españolistas tenaces, tienen la costumbre de apoyar a sus propios intelectuales, escritores, pintores, escultores o cineastas o de fabricarlos para sus propios fines. Hasta ese punto la política penetra en todas las facetas de nuestra vida, incluso en las que deberían estar más alejadas de ella. Aunque esto puede no ser más que otro estereotipo.

Al verlo en la entrega de premios me dio la sensación de que Marsé, encantado con su galardón, era sin embargo un animal domesticado, un jilguero veterano que se mueve lentamente dentro de una jaula dorada. Tal vez fuera un radical peligroso durante el franquismo, pero hoy, desde mi punto de vista tal vez desenfocado, no es más que un débil cachorro de tigre amansado para aquellos que le otorgan un premio políticamente correcto.

Eché en falta en la ceremonia cualquier pequeña rebeldía, no llevar chaqué, vestir vaqueros, llevar el pelo un poco largo o alborotado, un color disonante, una pequeña protesta aunque fuera solo estética, o tal vez un discurso valiente y no una serie de frases hechas supuestamente incisivas pero perfectamente digeribles por las personalidades presentes, el rey Juan Carlos, Rodríguez Zapatero, Esperanza Aguirre, y un interminable etcétera de personajes de primera fila con sueldos exorbitantes y variados grados de responsabilidad en las miserias de España y del mundo. Esto es lo mínimo que algunos esperamos de un escritor, de un artista, ser la conciencia de los que a diario se olvidan de que la tienen, desvelar sus contradicciones, mostrar a quienes representan y fabrican cada día un mundo injusto una realidad diferente del revuelo de los trajes de noche, los hoteles de cinco estrellas, las recepciones y las cenas de lujo.


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