THE JUNGLE BOOK
El pequeño poblado se había empobrecido tanto a consecuencia de la guerra que ambos bandos habían perdido mucho de su interés por Nadalu. A veces sucedían emboscadas aisladas y de tiempo en tiempo los proyectiles y las minas olvidadas explotaban matando o hiriendo gravemente a algunos caminantes inocentes que se aventuraban por las carreteras de tierra amarillenta. En el pueblo abundaba la gente que como Lee andaba con muletas al haberle sido arrancada una pierna por algún proyectil olvidado.
Su padre había estudiado en la capital y después de haberse casado y tenido un hijo había desaparecido del pueblo para marchar con la guerrilla. Le había puesto su nombre en homenaje al presunto autor de la muerte de John Kennedy. En la ciudad se había vuelto marxista y había estudiado con pasión las ideas de Malcolm X sobre la raza negra. Le hablaba a su hijo de África y del orgullo de ser negro. Hacía más de tres años que Lee no veía a su padre. Había muchas posibilidades de que estuviera muerto.
Cuando el enorme elefante azul apareció caminando silenciosamente por las calles de Nadalu, eran más de las cuatro de la madrugada. Solo había una persona despierta en todo el poblado. Lee Oswald, un muchacho negro de 14 años, había visto cosas que harían estremecerse de pánico a cualquiera de los turistas europeos que buscan emociones fuertes viajando en sus todo-terrenos a través de África. Había visto morir de hambre a decenas de niños esqueléticos, con sus tripas hinchadas, había contemplado como los soldados fusilaban a hombres y mujeres sospechosos de colaborar con la guerrilla, se había sobresaltado por las noches con el ruido de los morteros y las ráfagas de ametralladora. Su propio padre había desparecido sin avisar a nadie para unirse a los milicianos que luchaban en la selva, y no sabía nada de él desde hace años. Pero nunca había visto un elefante.
El pequeño poblado se había empobrecido tanto a consecuencia de la guerra que ambos bandos habían perdido mucho de su interés por Nadalu. A veces sucedían emboscadas aisladas y de tiempo en tiempo los proyectiles y las minas olvidadas explotaban matando o hiriendo gravemente a algunos caminantes inocentes que se aventuraban por las carreteras de tierra amarillenta. En el pueblo abundaba la gente que como Lee andaba con muletas al haberle sido arrancada una pierna por algún proyectil olvidado.
Su padre había estudiado en la capital y después de haberse casado y tenido un hijo había desaparecido del pueblo para marchar con la guerrilla. Le había puesto su nombre en homenaje al presunto autor de la muerte de John Kennedy. En la ciudad se había vuelto marxista y había estudiado con pasión las ideas de Malcolm X sobre la raza negra. Le hablaba a su hijo de África y del orgullo de ser negro. Hacía más de tres años que Lee no veía a su padre. Había muchas posibilidades de que estuviera muerto.
Lee miró inmóvil al elefante que se movía entre las casas en sombra. Tal vez se hubiera extraviado de los grandes grupos que, según le contaba su padre cuando era pequeño, emigraban hacia el sur en busca del agua de los deltas, perseguidos por leones hambrientos que atacaban a sus crías. Lee Oswald lo siguió, moviéndose con dificultad a causa de sus muletas. Cuando al fin el animal desapareció esfumándose en la jungla, Lee sintió una gran tristeza, como si acabara de despertar de un sueño mágico.
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