SANTIAGO BOTERO (Untitled)
Antes de ello, Hebb desarrolló la primera teoría comprensible sobre el modo en que algunos fenómenos psicológicos, como las emociones o los pensamientos, son producidos por nuestro cerebro. Su principal aporte en este campo se relaciona con la formación de ensambles, conjunciones o asambleas de neuronas que trabajan en común, potenciándose entre sí. Hebb comprobó que el cerebro elabora sus recuerdos intensificando los apareamientos de neuronas que disparan de forma concurrente.
Pero Donald Hebb es más conocido como el pionero en el estudio de los efectos del aislamiento, la privación sensorial y la alteración de los ciclos de sueño. Al ver los peligrosos efectos de sus experimentos, Hebb decidió abandonar las investigaciones. Algunos de sus colegas, por el contrario, no pusieron reparos en continuar con ellas. Entre estos se encontraba el psiquiatra Ewen Cameron, que consideraba que la destrucción de la mente era “el paso previo para la curación” de los enemigos políticos.
La CIA se había convertido en maestra e instigadora de los regímenes dictatoriales latinoamericanos. Como resultado de esas investigaciones se elaboró el manual Kubark, que era estudiado por los aprendices de torturadores. Estas experiencias, posteriormente, fueron la base para la redacción de los manuales de tortura de la CIA, utilizados con profusión en Afganistán, en Irak y en Guantánamo. Los prisioneros portan anteojos negros y audífonos que no dejan pasar el sonido y son colocados en prolongado aislamiento, alterándose sus ciclos de sueño. La privación sensorial desemboca, en pocos días, en una extrema ansiedad, en alucinaciones, pensamientos extraños, depresión y comportamiento antisocial, así como en una terrorífica angustia.
Estas técnicas se complementan con un estudio detallado del miedo y las debilidades de cada prisionero. Se le hace permanecer de pie o colgado del techo, sin permitir que duerma. Se le desnuda y aisla, se ponen ratas y cucarachas en su celda y se le asusta con perros, se le da comida podrida, incluso animales muertos, se le arroja agua fría a la cara y se cambia constantemente la temperatura de su entorno. En esta situación, no es de extrañar que sean muchos los que confiesen crímenes que, tal vez, nunca cometieron.
Donald Hebb quería ser novelista, pero acabó por convertirse en el padre de los nuevos sistemas de tortura.
Antes de ello, Hebb desarrolló la primera teoría comprensible sobre el modo en que algunos fenómenos psicológicos, como las emociones o los pensamientos, son producidos por nuestro cerebro. Su principal aporte en este campo se relaciona con la formación de ensambles, conjunciones o asambleas de neuronas que trabajan en común, potenciándose entre sí. Hebb comprobó que el cerebro elabora sus recuerdos intensificando los apareamientos de neuronas que disparan de forma concurrente.
Pero Donald Hebb es más conocido como el pionero en el estudio de los efectos del aislamiento, la privación sensorial y la alteración de los ciclos de sueño. Al ver los peligrosos efectos de sus experimentos, Hebb decidió abandonar las investigaciones. Algunos de sus colegas, por el contrario, no pusieron reparos en continuar con ellas. Entre estos se encontraba el psiquiatra Ewen Cameron, que consideraba que la destrucción de la mente era “el paso previo para la curación” de los enemigos políticos.
La CIA se había convertido en maestra e instigadora de los regímenes dictatoriales latinoamericanos. Como resultado de esas investigaciones se elaboró el manual Kubark, que era estudiado por los aprendices de torturadores. Estas experiencias, posteriormente, fueron la base para la redacción de los manuales de tortura de la CIA, utilizados con profusión en Afganistán, en Irak y en Guantánamo. Los prisioneros portan anteojos negros y audífonos que no dejan pasar el sonido y son colocados en prolongado aislamiento, alterándose sus ciclos de sueño. La privación sensorial desemboca, en pocos días, en una extrema ansiedad, en alucinaciones, pensamientos extraños, depresión y comportamiento antisocial, así como en una terrorífica angustia.
Estas técnicas se complementan con un estudio detallado del miedo y las debilidades de cada prisionero. Se le hace permanecer de pie o colgado del techo, sin permitir que duerma. Se le desnuda y aisla, se ponen ratas y cucarachas en su celda y se le asusta con perros, se le da comida podrida, incluso animales muertos, se le arroja agua fría a la cara y se cambia constantemente la temperatura de su entorno. En esta situación, no es de extrañar que sean muchos los que confiesen crímenes que, tal vez, nunca cometieron.
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