CHARLIE CHAPLIN
Cada día, a las siete de la mañana, miles de habitantes de las ciudades toman sus automóviles o aguardan un vagón de metro, un tranvía o un autobús que les lleve al lugar donde sus vidas expiran.
Pasan los instantes y los días, pasa la juventud y la edad madura. Cuando llega el tiempo de descansar y retirarse estiran aún, por un poco más de dinero, la repetición de esos ritos gastados.
No sueñan ya con amores perfectos, con nuevos amantes, con viajes y aventuras, con escribir, con pintar, con estudiar o tocar música, con ascender montañas o bucear en sí mismos, con tener amigos en cada rincón del mundo. Su único anhelo es comprar automóviles, televisores, abrigos, zapatos, comida con la que rellenar sus cuerpos de aire.
A las siete de la mañana, vestido igual que todos, mezclado entre ellos, espero el autobús que me lleva al lugar donde día tras día desaparezco.
Pasan los instantes y los días, pasa la juventud y la edad madura. Cuando llega el tiempo de descansar y retirarse estiran aún, por un poco más de dinero, la repetición de esos ritos gastados.
No sueñan ya con amores perfectos, con nuevos amantes, con viajes y aventuras, con escribir, con pintar, con estudiar o tocar música, con ascender montañas o bucear en sí mismos, con tener amigos en cada rincón del mundo. Su único anhelo es comprar automóviles, televisores, abrigos, zapatos, comida con la que rellenar sus cuerpos de aire.
A las siete de la mañana, vestido igual que todos, mezclado entre ellos, espero el autobús que me lleva al lugar donde día tras día desaparezco.
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