viernes, 19 de diciembre de 2008

LA ESTACIÓN DE LAS LLUVIAS

ÁLVARO REJA (La vendedora de ajos)

La vio en el agua, flotando con dificultad. Sus dedos estaban levemente mordisqueados por los peces, pero aún respiraba. Estaba inconsciente, herida por una puñalada. Ogerot la tomó en sus brazos bajo la lluvia y la condujo a su choza. Deseó besarla, pero los hombres de honor no besan a extrañas.

Tomó su medicina contra el insomnio y durmió siete horas. Lo despertó la muchacha, que deliraba entre sueños. La llevó a la ciudad en su viejo automóvil y allí la ingresaron en un cuarto del hospital. Ogerot aguardó varias horas en la habitación de guarda, sin atreverse a preguntar qué pasaba.

De madrugada, una enfermera le dijo que ya se estaba recuperando y que su vida no estaba en peligro. Entonces el hombre volvió a su hogar, contento y a la vez entristecido. Estuvo allí varios días, pensando en ella a todas horas, incluso en sueños. Acudía a pescar, arreglaba la choza, preparaba su comida, conversaba con las flores. Al final, derrotado por la nostalgia, volvió a buscarla, pero ya no estaba en el hospital.

La volvió a ver de forma casual, un año después, en la misma ciudad. La mujer que salvó de las aguas alborotadas vendía verdura en un puesto del mercado. Ogerot le compró cebollas, endivias y remolachas, aunque él mismo las cultivaba en su huerto. Cuando la muchacha se inclinó hacia él para entregarle su compra, sintió, como un año atrás, un deseo indomable de besarla, pero justo entonces recordó que los hombres de bien nunca besan a extrañas.


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