martes, 9 de diciembre de 2008

UAKARI

UAKARI ROJO

Uakari sonríe como un mono, enseñando los dientes. Sin embargo, cuando nadie le mira parece concentrado en sus pensamientos nebulosos. Vive con su padre, ya mayor, tiene dos o tres amigos y no ha estado con una muchacha desde hace seis años, pues teme que si lo hace le absorba el cerebro y le voltee la vida.

Uakari vive dentro de sí mismo, en un lugar del que apenas quiere salir. Trabaja como un pequeño autómata, eficiente y abstraído. Es cordial con sus jefes y sus compañeros de trabajo, que le aprecian desde una distancia amable. Cuando llega el fin de semana hace sus compras en el supermercado, con abundancia de chocolates, galletas y helados y después se cierra en su casa. Entonces es casi feliz, aunque a veces mira por los cristales a los transeúntes y quisiera ser como todos, tener mujer y bebés, pasear charlando animadamente entre ruido y gente. Mientras está en casa apenas escucha a su padre que habla sin parar, acostumbrado a estar solo la mayor parte del tiempo.

Uakari va perdiendo el pelo y su cara se vuelve, año tras año, más sonrosada. Su piel también ha adquirido un tono levemente anaranjado. Tiene una tos convulsiva, que algunos de sus conocidos imitan y propagan para reírse de él.

Uakari cuida su alimentación. Es casi vegetariano, pues no le gusta comer nada que haya tenido ojos y sentimientos. Sin embargo, a veces, siente el impulso irrefrenable de devorar todo lo que se pone ante su vista y puede caber en su estómago. Después se siente tan mal que a veces llega a provocarse el vómito. Más tarde le queda una sensación de ácido en el fondo de la boca, y unos extraños deseos de llorar, de que alguien le acoja en sus brazos y le cuide.

Su cuarto es como un bazar oriental. No gana mucho dinero, pero lo gasta en infinidad de objetos, sobre todo discos, libros, revistas y aparatos electrónicos. Ama la pintura y ha decorado las paredes con reproducciones de Malevich, Kokoschka y August Macke, artistas que casi nadie conoce. De vez en cuando las descuelga y las cambia de lugar, y así le parece que duerme en un sitio distinto.

A Uakari no le gusta viajar. Le produce un extraño desasosiego dejar su casa, su entorno, las personas y las cosas que conoce. Rechaza las escasas invitaciones que tiene para ir unos días a Londres, a París o a algún lugar turístico y soleado. Prefiere la soledad, su entorno lánguido y sombrío, el paisaje gris de su mente.
Uakari no aspira a casi nada. No se considera digno de ser amado por nadie, y por tanto, es muy poco probable que vaya a serlo jamás. Ante sí no ve nada, no se puede imaginar cuál será su futuro. Todo parece darle lo mismo o tal vez prefiera no pensar en algo que le abruma. Mientras tanto, pasa las horas mirando a la calle o tumbado en la cama de su habitación, inmóvil como una figura de hielo.

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