miércoles, 6 de mayo de 2009

EL TENEBROSO

ÁLVARO REJA (Quijote)

El Tenebroso sigue sus propias leyes. Desprecia las convenciones de la gente corriente, que considera insípidas y sin gracia, se rebela ante los dioses, que le envían tormentas, diluvios y maldiciones, muestra su hostilidad ante los gobernantes del mundo, que cierran a su paso las fronteras y lo persiguen con perros adiestrados.

No tiene cuentas corrientes. Gasta rápidamente o regala el dinero que se detiene en sus manos. Desprecia la amistad de los otros, desprecia el amor como un invento de las novelas, desprecia la inteligencia como una marca de clase dominante, del poder oculto de las sombras.

El Tenebroso vive del intercambio y el trueque, de negocios inverosímiles que jamás contradicen sus principios, si es que los tuvo alguna vez. Cría pequeños animales, repara máquinas y motocicletas, vende panfletos contra el sistema, asesora revoluciones personales, ofrece su amor y sus oídos a cambio de techo y de comida, de pequeños objetos sin precio que para él son de valor incalculable.

No acude a la iglesia, no lee el diario, no ve la televisión, no vota a ningún partido, pues piensa que todos ellos solo buscan eternizar la iniquidad y la pobreza. Pasa su tiempo encerrado en sí mismo o mirando a las flores y a las libélulas, escuchando a los viejos, mirando a los niños como si ellos le señalasen el camino de la turbulencia.

El Tenebroso vive entre tempestades de nieve, entre aguaceros y nubes de niebla. Cuando al fin escampa, algunas noches, se queda atónito observando las estrellas y se adormece con un sueño agitado e intenso, como una criatura de las tinieblas.


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