martes, 12 de mayo de 2009

NÁUFRAGOS

AURELIANO ARTETA (Los náufragos)


Me reúno con un grupo de conocidos y amigos, casi todos por encima de los 40 años y me parece, de pronto, estar en medio de un grupo de náufragos. Sus caras reflejan, en distinta medida, los estragos de una dura travesía por la vida, con caídas y desilusiones, desastres, pérdidas y desgracias. Algunos sobreviven con cierta gallardía, con elegancia, mientras otros muestran en sus cuerpos marchitos las feroces dentelladas de un pasado implacable.

Pienso entonces que tal vez la vida de todos no sea más que una historia de supervivencia, un juego de naufragios. En ese juego, algunos nacen ya abandonados por el destino, los niños con enfermedades o malformaciones, los indios de las aldeas perdidas de Bolivia, los habitantes pobres de Sudán o los suburbios de Calcuta.

Pero a partir de cierta edad todos nosotros, europeos, asiáticos o africanos, ricos o pobres, inteligentes o estúpidos naufragamos sin remedio, nos hundimos en nuestras propias vidas hasta el definitivo cataclismo de la vejez y la muerte, ese desfiladero sombrío que nos lleva hacia un mundo desconocido. El camino a ese mundo es, tal vez, el trance más importante de nuestras vidas. A él llegamos desarmados y sin fuerzas, exhaustos, derrotados y casi siempre solos.

Miro a mi alrededor y veo niños alegres, muchachos esbeltos y presuntuosos, mujeres que acuden a sus trabajos, hombres con corbata o ancianos que caminan lentamente, escapando del sol. Yo, como Alexander Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe, paseo entre ellos como un muchacho extraviado, como un náufrago.


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