HUMBERTO VIÑAS (La sin magia de la caricia)
La vida de Shiban cambió por completo al descubrir que era capaz de leer el pensamiento de la gente. “No es algo tan difícil desvelar lo que piensan los demás” -afirmaba-."Solo se necesita dejar de ser uno mismo, disolverse en la nada y despertar después en el otro”.
Mediante el uso de sus extrañas técnicas, Shiban consiguió ir penetrando poco a poco en el interior de algunas personas. Al principio solo lo lograba con las más indefensas, cuyas barreras se desmoronaban sin esfuerzo, permitiéndole intoducirse en sus mentes, grises y apagadas unas veces y en otras ocasiones, por el contrario, un mundo feliz de colores brillantes. Una vez en su interior, el muchacho era capaz de predecir sus gestos, de anticipar sus pasos, de adivinar sus pensamientos.
De ese modo, Shiban consiguió identificar las razones ocultas que movían a las personas, sus pulsiones, sus secretos, lo que sentían o pensaban de verdad mientras estaban en silencio o pronunciaban frases contradictorias. Esto le permitió aproximarse a su propia felicidad, pues logró identificar con precisión, tras palabras o saludos farsantes, a quienes le apreciaban o le detestaban. También obtuvo el amor, al descubrir que una hermosa muchacha le deseaba en secreto.
Un paso aún más trascendental, que le hizo romper a llorar, emocionado, fue penetrar en el ser profundo de los animales y las plantas. Descubrió que no eran tan distintos a nosotros, que presentían con dolor y tristeza su sacrificio, y que merecían, como compañeros de nuestra vida en la Tierra, dueños de una existencia inhóspita y misteriosa, un gran respeto. Desde entonces, como los devotos jainistas de la India, Shiban miraba fijamente al suelo a cada paso que daba, para no lastimar a ningún ser vivo.
Al atardecer, de regreso a su casa, Shiban preparaba la cena y se desvanecía en el sofá, cansado de la extenuante labor del día. Después, salía a su terraza y dejaba vagar su espíritu, disolviéndose en la noche estrellada, en las veloces moléculas del aire caliente, entre las partículas cósmicas que proseguían su viaje interminable.
Mediante el uso de sus extrañas técnicas, Shiban consiguió ir penetrando poco a poco en el interior de algunas personas. Al principio solo lo lograba con las más indefensas, cuyas barreras se desmoronaban sin esfuerzo, permitiéndole intoducirse en sus mentes, grises y apagadas unas veces y en otras ocasiones, por el contrario, un mundo feliz de colores brillantes. Una vez en su interior, el muchacho era capaz de predecir sus gestos, de anticipar sus pasos, de adivinar sus pensamientos.
De ese modo, Shiban consiguió identificar las razones ocultas que movían a las personas, sus pulsiones, sus secretos, lo que sentían o pensaban de verdad mientras estaban en silencio o pronunciaban frases contradictorias. Esto le permitió aproximarse a su propia felicidad, pues logró identificar con precisión, tras palabras o saludos farsantes, a quienes le apreciaban o le detestaban. También obtuvo el amor, al descubrir que una hermosa muchacha le deseaba en secreto.
Un paso aún más trascendental, que le hizo romper a llorar, emocionado, fue penetrar en el ser profundo de los animales y las plantas. Descubrió que no eran tan distintos a nosotros, que presentían con dolor y tristeza su sacrificio, y que merecían, como compañeros de nuestra vida en la Tierra, dueños de una existencia inhóspita y misteriosa, un gran respeto. Desde entonces, como los devotos jainistas de la India, Shiban miraba fijamente al suelo a cada paso que daba, para no lastimar a ningún ser vivo.
Al atardecer, de regreso a su casa, Shiban preparaba la cena y se desvanecía en el sofá, cansado de la extenuante labor del día. Después, salía a su terraza y dejaba vagar su espíritu, disolviéndose en la noche estrellada, en las veloces moléculas del aire caliente, entre las partículas cósmicas que proseguían su viaje interminable.
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