Jumjo se lleva mal con toda su familia. Ni siquiera se habla con sus hermanos, a los que considera culpables de una larga lista de delitos a los que, desgraciadamente, no hace referencia el Código Penal. Tal vez por esta razón desprecia la idea de unir su vida a la de nadie, no tiene ningún trato con mujeres y abomina de los niños.
Levemente preocupado por este asunto, que le hace vivir un tanto aislado del mundo, acude a un terapeuta. Éste le sugiere construir su árbol familiar y remontarse a través de sus raíces, ramas y bifurcaciones hasta un tiempo pasado. En un primer momento solo debe incluir en él a aquellos miembros a los que considera una buena influencia en su vida. Luego, Jumjo elabora también el árbol de los proscritos.
Acude varios días a la consulta, cada vez más interesado y dibuja, con exactitud y precisión, nombres y conexiones. Pone al lado de cada miembro de su familia uno o más símbolos, positivos o negativos, interrogaciones, dibujos, puñales, calaveras o sonrisas. Se divierte mucho con el juego y cuando regresa a su casa piensa en nuevas ramas que añadir a su árbol.
Desde entonces suceden cosas maravillosas. El extraño experimento saca a la luz todo lo que estaba oculto, aflorando la raíz de sus disputas. Misteriosamente, la actitud de sus familiares, que nada saben de su terapia, ha cambiado. Mantiene con ellos conversaciones distendidas. Le felicitan en su cumpleaños, le invitan a una fiesta. El alma familiar revive como una hermoso rododendro que hubiera resistido los hielos del invierno.
Jumjo ha dejado la terapia, pero sigue dibujando cada día su árbol, indagando en su alma familiar. Traza abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, consulta archivos, pregunta aquí y allá. Un día, de repente, siente el vivo deseo de continuar este árbol hacia el futuro. Esboza una pequeña rama que emerge hacia la parte superior del papel, buscando el porvenir, y pronuncia en viva voz su deseo al universo, como un mantra.
Levemente preocupado por este asunto, que le hace vivir un tanto aislado del mundo, acude a un terapeuta. Éste le sugiere construir su árbol familiar y remontarse a través de sus raíces, ramas y bifurcaciones hasta un tiempo pasado. En un primer momento solo debe incluir en él a aquellos miembros a los que considera una buena influencia en su vida. Luego, Jumjo elabora también el árbol de los proscritos.
Acude varios días a la consulta, cada vez más interesado y dibuja, con exactitud y precisión, nombres y conexiones. Pone al lado de cada miembro de su familia uno o más símbolos, positivos o negativos, interrogaciones, dibujos, puñales, calaveras o sonrisas. Se divierte mucho con el juego y cuando regresa a su casa piensa en nuevas ramas que añadir a su árbol.
Desde entonces suceden cosas maravillosas. El extraño experimento saca a la luz todo lo que estaba oculto, aflorando la raíz de sus disputas. Misteriosamente, la actitud de sus familiares, que nada saben de su terapia, ha cambiado. Mantiene con ellos conversaciones distendidas. Le felicitan en su cumpleaños, le invitan a una fiesta. El alma familiar revive como una hermoso rododendro que hubiera resistido los hielos del invierno.
Jumjo ha dejado la terapia, pero sigue dibujando cada día su árbol, indagando en su alma familiar. Traza abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, consulta archivos, pregunta aquí y allá. Un día, de repente, siente el vivo deseo de continuar este árbol hacia el futuro. Esboza una pequeña rama que emerge hacia la parte superior del papel, buscando el porvenir, y pronuncia en viva voz su deseo al universo, como un mantra.
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