domingo, 21 de junio de 2009

LOS SERES IDÉNTICOS

ZHANG XIAOGANG (Bloodline)


El curioso hallazgo que a continuación se describe no fue el resultado de metódicas investigaciones científicas, sino de una afortunada casualidad, como tantas veces sucede. Daniel Oxum era el modesto empleado de un almacén de calzado que, debido a la feroz competencia de las grandes superficies, había visto disminuir velozmente su actividad y caminaba a paso seguro hacia la quiebra. Llevado por el tedio insoportable de pasar largas horas aguardando a sus escasos clientes, sin apenas nada que hacer, Oxum se había convertido en un gran aficionado a la lectura. Entre todos los géneros conocidos, sus preferidos eran, sin duda, los libros de historia. Así, un día, mientras hojeaba un antiguo volumen de fotografías sobre la Guerra Civil en el frente de Aragón, Daniel encontró una cara que creyó reconocer.

La persona del retrato se parecía extraordinariamente a uno de los raros visitantes del almacén, dueño de modesta zapatería en el extrarradio. Sorprendido, en la primera ocasión que tuvo, Oxum utilizó una excusa banal para preguntarle dónde había nacido y si tenía familia en Aragón. El hombre le contestó con una sonrisa que todos sus antepasados, sus padres y los padres de sus padres, y así hasta donde llegaba su conocimiento, habían nacido en Inoso, una aldea del País Vasco, o en sus alrededores, y que había estado una sola vez en su vida en Zaragoza, por unas pocas horas, durante el viaje de su luna de miel, de camino hacia un pequeño pueblo de la Costa Brava.

Hablaron también de la guerra. Su padre, según recordaba el visitante del almacén, había tomado parte en ella como soldado, pero no en Aragón, sino en los montes de Álava y Vizcaya, al principio en los alrededores de Orduña y en el frente de Villarreal y más tarde en las cercanías de Bilbao, arrastrándose por los oscuros túneles del Cinturón de Hierro, en la cima del monte Ganguren. Después de la derrota fue detenido, y tras ser juzgado sumariamente, como militante de Acción Nacionalista Vasca, pasó varios años en un penal de Castilla.

Cuando el hombre se fue, Daniel Oxum volvió a consultar, con gran interés, la antigua fotografía. El parecido con la persona con la que había estado hablando unos minutos antes era asombroso. Ambos tenían, incluso, un lunar en el mismo lado de la cara, a la derecha de la nariz. Su cuero cabelludo presentaba, en ambos casos, incipientes entradas, tan parecidas como dos calcos. Evidentemente, la edad no se podía corresponder de ninguna de las maneras, y menos aún teniendo en cuenta que la imagen del libro correspondía al momento inmediatamente anterior a la muerte de un campesino falangista, fusilado contra el muro de la iglesia de un pueblo de Teruel donde se había instalado el comunismo libertario.

Pasaron muchos años antes de que Daniel Oxum recordase de nuevo aquella primera experiencia con los seres idénticos, tal como él mismo pasó a denominarlos en varias notas manuscritas que han llegado hasta nosotros. Algunos días después de la muerte de su padre, Daniel dedicó unas horas a hacer limpieza del caserío donde había vivido sus primeros años, al que acudía cada vez con mayor frecuencia, como quien vuelve al útero materno, para ir aproximándose poco a poco al lugar del que procede, al aire, al cosmos, a la nada. Allí, mientras hojeaba viejos papeles, carpetas des-gastadas y carnets descoloridos de principios de siglo, encontró la fotografía de un alegre día de fiesta. Podía tratarse de un bautizo, una boda o cualquier otra celebración religiosa de importancia. Después de la ceremonia, los vecinos acostumbraban a congregarse a la salida de la pequeña iglesia del pueblo, como recordaba haber visto hacer Oxum cientos de veces durante los años de su niñez. De repente, sin embargo, mirando aquella antigua fotografía, Daniel sintió un ahogo repentino, como si hubiera sufrido un súbito ataque de asma, una conmoción del sistema vegetativo o una alucinación inesperada.

Entre todas aquellas personas de principios de siglo, la mayoría desconocidas, que aparecían en las imágenes gastadas de bromuro de plata, vio a su propia hija, que acababa de cumplir doce años, o a una niña que se le parecía de forma extraordinaria. Cuando volvió a su casa, ya de noche, Oxum pasó un buen rato observando a la muchacha, mientras ella cenaba lentamente a su lado o veía la televisión, devolviéndole de tanto en tanto miradas sorprendidas.

Al día siguiente, Daniel fue a preguntar a su madre, ya muy mayor, sobre la fotografía. Pasaron la tarde hablando de aquellos tiempos lejanos, alrededor de 1930, y a Oxum le pareció que estaba descubriendo por primera vez un mundo maravilloso que no había sido capaz de ver hasta entonces. Tenía a su lado a un ser vivo con un bagaje extraordinario de experiencias, con infinidad de recuerdos e historias que contar, con puntos de vista propios y originales, ante los que siempre había estado sordo y ciego. En el transcurso de esa conversación, ella le dijo que la niña de la foto era la hermana menor de su padre, es decir, una tía abuela del propio Daniel, que había muerto hacía quince o veinte años. A pesar del tiempo transcurrido, Oxum recordó haber asistido al funeral, una tarde lluviosa de finales de otoño.


Daniel Oxum pasó largos años buscando nuevos seres idénticos, al principio en su propio lugar de residencia y más adelante en las regiones limítrofes. A medida que iba progresando en su labor investigadora, tomó la decisión de publicar algunos anuncios en la prensa, con el único fin de llegar a conocer todos aquellos casos similares de los que pudiera tenerse noticia. Con el tiempo, Oxum logró registrar algunos hechos muy parecidos a los descritos por él incluso en parajes remotos de América del Sur y en lejanas islas de Oceanía, lugares cuya misma existencia le había sido hasta entonces completamente desconocida. La mayoría de los casos recogidos a lo largo de sus años de investigación aparecen documentados por medio de fotografías o de cintas videográficas. Otras veces, en cambio, son simples recortes de prensa, cartas o notas manuscritas.

Todos los datos mencionados le sirven a Daniel Oxum para extraer algunas conclusiones. Hace notar, por ejemplo, que los seres idénticos aparecen con frecuencia dentro de un mismo grupo familiar, si bien en estos casos es habitual que exista entre ellos un intervalo de tiempo superior a noventa o cien años, como si la propia naturaleza quisiera establecer un límite temporal o una especie de trampa para que estos seres no puedan llegar a reconocerse en sus clónicos. Sin embargo, en la mayoría de los casos estudiados por Oxum no existe ningún parentesco entre las personas idénticas. No ha sido factible investigar, obviamente, la posible repetición, de un modo reiterado, de hombres y mujeres exactos a lo largo de los siglos. Si esto fuera así, personas idénticas a las actuales habrían vivido en épocas muy alejadas en el tiempo, tales como el Renacimiento, la América precolombina o la Edad del Bronce.

Otras veces, de forma sorprendente, estos hechos suceden en lugares muy alejados entre sí, incluso en continentes distintos y afectan a seres que, casi con absoluta seguridad, nunca se encontrarán. Sobre la posibilidad de que dos seres idénticos lleguen a conocerse, no existe ningún dato que nos permita confirmar que esto haya sucedido en alguna ocasión. Sí existe constancia, sin embargo, de varios casos de parejas idénticas a otras que han existido al mismo tiempo o con posterioridad en diferentes lugares del mundo, salvando de una manera sorprendente las características raciales que distinguen a los diferentes pueblos y culturas. Así mismo, se encuentra registrado, con fotografías que así lo atestiguan, el caso, quizá excepcional, de una familia húngara cuyo parecido físico con otra finlandesa formada por el mismo número de miembros es realmente asombroso.

Daniel Oxum esboza una hipótesis, esto es, que todos nosotros somos seres idénticos a otros que habitaron la tierra con anterioridad, y a muchos más que nos sucederán, hasta la destrucción del mundo. Nuestros brazos y nuestros rostros son iguales a los de aquellas personas que construyeron las pirámides, de la misma manera que la libélula que muere aplastada por un golpe de nuestra mano es idéntica a otros millones de libélulas que han volado y que volarán nuevamente a nuestro alrededor, y que los rasgos de nuestra cara enamoran a seres que tal vez se han enamorado ya de nosotros cientos o miles de veces. De acuerdo con esto, quizá podamos afirmar que todos los seres humanos no son sino pequeñas variaciones de sí mismos, y las fronteras del yo una mera superstición.


Hace solo unos meses, alguien que conocía sus extrañas teorías invitó a Daniel Oxum a dar una charla sobre los seres idénticos en la asociación de jubilados de su localidad. Al final de la misma, una anciana practicante de yoga le preguntó si creía en la reencarnación. Nuestro investigador balbuceó algunas palabras de respuesta, para salir del paso, y finalmente dejó la pregunta sin contestar. Jamás se le había pasado una cuestión así por la cabeza. Al salir del local, y tras participar en una alegre tertulia de café junto a los organizadores del evento, acompañada por unas copas de aguardiente de hierbas, se dirigió a unos grandes almacenes, que estaban a punto de cerrar, y compró un libro sobre el tema. Por la noche, ya en su cama, comenzó a leerlo, pero se quedó completamente dormido cuando apenas había pasado la vista sobre un par de hojas. Entonces, por primera vez en su vida, tal vez por la influencia sutil de las bebidas espiritosas, Daniel vislumbró entre la niebla de su cerebro adormecido a un ser idéntico a él, que le hablaba al oído en el lenguaje de los sueños.


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