De cuando en cuando, suceden hechos terribles e inesperados que desgarran la vida de personas sin rostro.
La luna dispara dardos que hieren los motores de los aviones, que hacen chocar a los automóviles, que alcanzan a personas indefensas con enfermedades de las que jamás habían oído hablar hasta entonces. Sus dardos solo alcanzan, cada cierto tiempo, a una persona entre un millón, pero nada de eso importa si el elegido eres tú. Los disparos de la luna no distinguen entre niños y adultos, entre hombres y mujeres, entre distintas razas, entre gente de rasgos bellos o repulsivos, voluminosos o maravillosamente esbeltos.
La luna juega a ciegas con nuestro destino. Sabe que todo es casi lo mismo y se divierte interviniendo en nuestra vida, hermosa y cruel a un tiempo. Sabe que la enfermedad y la muerte nos aguardan, sin tregua, al final de todos los caminos y acelera o retrasa su tránsito. Ella, que casi lo sabe todo, arroja sus dardos sin ninguna dirección, sin pensar en ello, a la buena estrella, y decide quien muere hoy, quien enferma de fiebres misteriosas o de vertiginosas neoplasias, o quien desbordado por la desgracia abandona este mundo sin un adiós, sin una carta, sin besos ni lágrimas.
La luna dispara dardos que hieren los motores de los aviones, que hacen chocar a los automóviles, que alcanzan a personas indefensas con enfermedades de las que jamás habían oído hablar hasta entonces. Sus dardos solo alcanzan, cada cierto tiempo, a una persona entre un millón, pero nada de eso importa si el elegido eres tú. Los disparos de la luna no distinguen entre niños y adultos, entre hombres y mujeres, entre distintas razas, entre gente de rasgos bellos o repulsivos, voluminosos o maravillosamente esbeltos.
La luna juega a ciegas con nuestro destino. Sabe que todo es casi lo mismo y se divierte interviniendo en nuestra vida, hermosa y cruel a un tiempo. Sabe que la enfermedad y la muerte nos aguardan, sin tregua, al final de todos los caminos y acelera o retrasa su tránsito. Ella, que casi lo sabe todo, arroja sus dardos sin ninguna dirección, sin pensar en ello, a la buena estrella, y decide quien muere hoy, quien enferma de fiebres misteriosas o de vertiginosas neoplasias, o quien desbordado por la desgracia abandona este mundo sin un adiós, sin una carta, sin besos ni lágrimas.