Alphonse Lancelot ideó una extraña teoría filosófica. Según él no tiene sentido hacer cábalas acerca de aquello que pudiera existir después de la muerte, puesto que ninguno de los que hablan de túneles de luz y seres queridos que nos aguardan, del infierno o de la aniquilación completa del ser ha muerto realmente, ni tan siquiera aquéllos que estuvieron a punto de hacerlo y cuentan sus experiencias como si fueran las de unos resucitados.
La solución a este controvertido asunto la encontró Lancelot, según sus propias palabras, no en el después de la vida, sino en el ‘antes’ “Cada niño recién nacido es el único contacto de que disponemos para indagar en el más allá”, explica Alphonse, “pues sin duda la vida proviene de algún lugar y es lógico pensar que éste lugar sea el mismo al que se dirige. Por tanto, solo mediante un exhaustivo estudio de los niños de corta edad, y aún más, si cabe, de los recién nacidos e incluso de la vida intrauterina y de las primigenias acumulaciones de células vivas, puede el hombre interesado por estas cuestiones, el hombre de pensamiento, en suma, extraer detalles significativos que le permitan descifrar siquiera una mínima parte del misterio de la existencia o no de algún tipo de vida futura”.
Alph, como era conocido entre sus amigos, dedicó toda su vida a investigar esta curiosa teoría, infiltrándose para tomar notas en las salas de partos de los hospitales, antes de tener su propia descendencia, y después dedicándose a observar con gran atención a su único hijo y en general a todos aquellos niños y niñas con los que pudo establecer algún contacto ocasional. Los resultados de sus investigaciones se resumen en "El sueño cataléptico", un libro de nombre un tanto poético, aunque científicamente incomprensible, que nunca se llegó a publicar, ni siquiera después de su muerte, como les ocurre a tantos y tantos pensadores y hombres de ciencia, que nadie sabe si en realidad fueron unos adelantados a su tiempo o simples lunáticos.
Claro que Alphonse no era más que un modesto guarda de seguridad que pasaba las noches en blanco protegiendo edificios vacíos, donde no existían la vida y la muerte y por donde no corrían chiquillos de corta edad alborotándolo todo con su origen divino. Esto nos hace pensar que posiblemente la historia del pensamiento moderno, la antropología, la filosofía e incluso el conocimiento de Dios y sus hechos sobre la Tierra, hubieran sufrido cambios trascendentales si en vez de ser un simple vigilante jurado, Lancelot hubiese encontrado trabajo en un paritorio o en una guardería.
Yo mismo no he leído ese libro y solamente conozco algunas ideas sueltas esbozadas entre alegres vasos de vino y risas alborotadas por unos amigos suyos de taberna con los que entré en contacto por casualidad. Claro que a estas horas Alphonse debe saber mucho más sobre el tema, tanto como para poder escribir un largo capítulo final con comentarios a sus teorías extraídos de su propia experiencia, pues murió hace solo tres días, cuando unos muchachos que intentaban entrar en el local donde trabajaba, casi unos niños, le dispararon con un revólver robado en mitad de la cara.
La solución a este controvertido asunto la encontró Lancelot, según sus propias palabras, no en el después de la vida, sino en el ‘antes’ “Cada niño recién nacido es el único contacto de que disponemos para indagar en el más allá”, explica Alphonse, “pues sin duda la vida proviene de algún lugar y es lógico pensar que éste lugar sea el mismo al que se dirige. Por tanto, solo mediante un exhaustivo estudio de los niños de corta edad, y aún más, si cabe, de los recién nacidos e incluso de la vida intrauterina y de las primigenias acumulaciones de células vivas, puede el hombre interesado por estas cuestiones, el hombre de pensamiento, en suma, extraer detalles significativos que le permitan descifrar siquiera una mínima parte del misterio de la existencia o no de algún tipo de vida futura”.
Alph, como era conocido entre sus amigos, dedicó toda su vida a investigar esta curiosa teoría, infiltrándose para tomar notas en las salas de partos de los hospitales, antes de tener su propia descendencia, y después dedicándose a observar con gran atención a su único hijo y en general a todos aquellos niños y niñas con los que pudo establecer algún contacto ocasional. Los resultados de sus investigaciones se resumen en "El sueño cataléptico", un libro de nombre un tanto poético, aunque científicamente incomprensible, que nunca se llegó a publicar, ni siquiera después de su muerte, como les ocurre a tantos y tantos pensadores y hombres de ciencia, que nadie sabe si en realidad fueron unos adelantados a su tiempo o simples lunáticos.
Claro que Alphonse no era más que un modesto guarda de seguridad que pasaba las noches en blanco protegiendo edificios vacíos, donde no existían la vida y la muerte y por donde no corrían chiquillos de corta edad alborotándolo todo con su origen divino. Esto nos hace pensar que posiblemente la historia del pensamiento moderno, la antropología, la filosofía e incluso el conocimiento de Dios y sus hechos sobre la Tierra, hubieran sufrido cambios trascendentales si en vez de ser un simple vigilante jurado, Lancelot hubiese encontrado trabajo en un paritorio o en una guardería.
Yo mismo no he leído ese libro y solamente conozco algunas ideas sueltas esbozadas entre alegres vasos de vino y risas alborotadas por unos amigos suyos de taberna con los que entré en contacto por casualidad. Claro que a estas horas Alphonse debe saber mucho más sobre el tema, tanto como para poder escribir un largo capítulo final con comentarios a sus teorías extraídos de su propia experiencia, pues murió hace solo tres días, cuando unos muchachos que intentaban entrar en el local donde trabajaba, casi unos niños, le dispararon con un revólver robado en mitad de la cara.