Las mambas se mueven siempre de perfil, como las figuras de los templos del antiguo Egipto. Suelen ser, como ellas, estilizadas y misteriosas, pero a un tiempo se muestran hieráticas y rígidas, sin emociones.
Al igual que las esfinges, las mambas se comunican utilizando acertijos. Son maestras en el uso de palabras equívocas. Hacen ver o prometen, pero nunca permiten que pueda adivinarse el verdadero objetivo de sus actos, oculto tras una red inextricable de frases y gestos de artificio.
Su estrategia tiene a los hombres como objetivo primordial. Buscan subyugarlos, confundirlos, deslumbrarlos y vivir a su costa. No dudan en gastar grandes sumas de dinero en esteticistas y en tiendas de moda, con tal de parecer a sus ojos deseables y hermosas. Han desarrollado esta habilidad durante siglos, en el silencio de los harenes, en los cuartos de costura, en el destierro de los fuegos bajos. Menospreciadas, aprendieron a utilizar artes esquivas, lenguajes emponzoñados para conseguir pequeños beneficios, exiguos espacios de poder.
Las mambas hablan siempre mal de los demás. Les gusta cotillear y extender chismes. Pueden mixtificar un hecho hasta límites insospechados. Pero son a su vez objetos de las murmuraciones, las intrigas, las difamaciones y las falsedades de otras mambas, que escupen a su paso gotas de veneno.
Su instrumento preferido es el sexo. En realidad les interesa bien poco pero saben que es su arma más eficaz, y la aprovechan en toda su extraordinaria potencia. Seducen con su promesa y lo administran en dosis mínimas, casi homeopáticas, que consiguen avivar aún más las hogueras que encienden.
La liberación de la mujer ha supuesto un acontecimiento trágico y desgraciado para las mambas. Ellas no aspiran a la igualdad en derechos y deberes, sino al engaño, la ofuscación y la dominación sutil del hombre. No obstante, algunas han descubierto una veta de oro en las nuevas tendencias, que les permiten sumar otras ventajas a las que ya poseían.
Las mambas casi nunca consiguen sus propósitos. Es cierto que la mayoría se casa con hombres de buena posición y viven en hogares espléndidos, con sirvientes y muebles caros que no tienen una mota de polvo, pero una tristeza profunda las corroe. Con el tiempo se hacen ancianas y se vuelven dulces y tontas, y recorren ensimismadas los asilos para ricos como espectros sin alma.
Al igual que las esfinges, las mambas se comunican utilizando acertijos. Son maestras en el uso de palabras equívocas. Hacen ver o prometen, pero nunca permiten que pueda adivinarse el verdadero objetivo de sus actos, oculto tras una red inextricable de frases y gestos de artificio.
Su estrategia tiene a los hombres como objetivo primordial. Buscan subyugarlos, confundirlos, deslumbrarlos y vivir a su costa. No dudan en gastar grandes sumas de dinero en esteticistas y en tiendas de moda, con tal de parecer a sus ojos deseables y hermosas. Han desarrollado esta habilidad durante siglos, en el silencio de los harenes, en los cuartos de costura, en el destierro de los fuegos bajos. Menospreciadas, aprendieron a utilizar artes esquivas, lenguajes emponzoñados para conseguir pequeños beneficios, exiguos espacios de poder.
Las mambas hablan siempre mal de los demás. Les gusta cotillear y extender chismes. Pueden mixtificar un hecho hasta límites insospechados. Pero son a su vez objetos de las murmuraciones, las intrigas, las difamaciones y las falsedades de otras mambas, que escupen a su paso gotas de veneno.
Su instrumento preferido es el sexo. En realidad les interesa bien poco pero saben que es su arma más eficaz, y la aprovechan en toda su extraordinaria potencia. Seducen con su promesa y lo administran en dosis mínimas, casi homeopáticas, que consiguen avivar aún más las hogueras que encienden.
La liberación de la mujer ha supuesto un acontecimiento trágico y desgraciado para las mambas. Ellas no aspiran a la igualdad en derechos y deberes, sino al engaño, la ofuscación y la dominación sutil del hombre. No obstante, algunas han descubierto una veta de oro en las nuevas tendencias, que les permiten sumar otras ventajas a las que ya poseían.
Las mambas casi nunca consiguen sus propósitos. Es cierto que la mayoría se casa con hombres de buena posición y viven en hogares espléndidos, con sirvientes y muebles caros que no tienen una mota de polvo, pero una tristeza profunda las corroe. Con el tiempo se hacen ancianas y se vuelven dulces y tontas, y recorren ensimismadas los asilos para ricos como espectros sin alma.