viernes, 1 de agosto de 2008

LAS MAMBAS


Las mambas se mueven siempre de perfil, como las figuras de los templos del antiguo Egipto. Suelen ser, como ellas, estilizadas y misteriosas, pero a un tiempo se muestran hieráticas y rígidas, sin emociones.

Al igual que las esfinges, las mambas se comunican utilizando acertijos. Son maestras en el uso de palabras equívocas. Hacen ver o prometen, pero nunca permiten que pueda adivinarse el verdadero objetivo de sus actos, oculto tras una red inextricable de frases y gestos de artificio.

Su estrategia tiene a los hombres como objetivo primordial. Buscan subyugarlos, confundirlos, deslumbrarlos y vivir a su costa. No dudan en gastar grandes sumas de dinero en esteticistas y en tiendas de moda, con tal de parecer a sus ojos deseables y hermosas. Han desarrollado esta habilidad durante siglos, en el silencio de los harenes, en los cuartos de costura, en el destierro de los fuegos bajos. Menospreciadas, aprendieron a utilizar artes esquivas, lenguajes emponzoñados para conseguir pequeños beneficios, exiguos espacios de poder.

Las mambas hablan siempre mal de los demás. Les gusta cotillear y extender chismes. Pueden mixtificar un hecho hasta límites insospechados. Pero son a su vez objetos de las murmuraciones, las intrigas, las difamaciones y las falsedades de otras mambas, que escupen a su paso gotas de veneno.

Su instrumento preferido es el sexo. En realidad les interesa bien poco pero saben que es su arma más eficaz, y la aprovechan en toda su extraordinaria potencia. Seducen con su promesa y lo administran en dosis mínimas, casi homeopáticas, que consiguen avivar aún más las hogueras que encienden.

La liberación de la mujer ha supuesto un acontecimiento trágico y desgraciado para las mambas. Ellas no aspiran a la igualdad en derechos y deberes, sino al engaño, la ofuscación y la dominación sutil del hombre. No obstante, algunas han descubierto una veta de oro en las nuevas tendencias, que les permiten sumar otras ventajas a las que ya poseían.

Las mambas casi nunca consiguen sus propósitos. Es cierto que la mayoría se casa con hombres de buena posición y viven en hogares espléndidos, con sirvientes y muebles caros que no tienen una mota de polvo, pero una tristeza profunda las corroe. Con el tiempo se hacen ancianas y se vuelven dulces y tontas, y recorren ensimismadas los asilos para ricos como espectros sin alma.