miércoles, 24 de septiembre de 2008

KRK


Krk tiene ya 39 años. Acaba de llegar de unas largas vacaciones. Ha estado muy cerca del fin del mundo y en su cabeza giran aún los husos horarios, las tormentas y los huracanes de la Tierra de Fuego. Ha conocido cinco países y mil personas de diversas razas, cada uno de los cuales es un pequeño pedazo de este planeta. De repente se encuentra en su casa con todo lo que dejó a su partida. Había olvidado por completo durante tres meses quien había sido hasta entonces, en el vaivén y en el aquí para allá. Ahora, se mira en los espejos del pasillo y el cuarto de baño y se va recordando poco a poco.

Cuando Krk ve su casa es como si se viera a sí mismo. Su hogar es un reflejo de aquel que fue y tal vez aún sigue siendo. Su coche viejo es también un espejo de sí mismo, como lo son sus amigos, sus amantes o la ausencia de ellas, su ropa extendida sobre la cama, sus plantas moribundas, el polvo de los cuartos, su cuerpo, su forma de andar o de hablar, la manera en que escucha o se queda en Babia.

Krk hace innumerables propósitos para voltear su vida antigua, que le parece estúpida y aburrida. Está lleno de una energía desordenada, resultado de sus nuevos amigos del otro lado del mundo, de los amores que fueron surgiendo, de los lugares visitados, de todo lo conocido, lo visto y aprendido. Sabe que si no aprovecha este instante, su mundo volverá a ordenarse por sí mismo, y que quedará más o menos como estuvo, que será un desastre acelerado que solo encontrará compensaciones en los programas de televisión, en los pequeños vicios, en las patatas fritas, el chocolate y las comidas innecesarias.

Krk pasa dos días sin apenas salir de casa y después, muy poco a poco, todo vuelve a ser lo mismo que fue. De tanto serlo el recuerdo de las largas vacaciones se va difuminando y la vida en su desordenada prisión le va pareciendo más bonita y más dulce, y hasta la televisión le entretiene.