miércoles, 10 de septiembre de 2008

LA ORQUESTA DE BALALAIKAS


Walter Songoma fue recibido como un héroe en la ciudad de Balkus, muy cerca del Mar Negro. Nada más aparcar su todo-terreno, sucio por el polvo de los caminos, se le acercó un grupo de niños, seguido de cerca por varios curiosos, que le hicieron infinidad de preguntas y le invitaron a comer y descansar en sus casas. La mayoría de los habitantes de Balkus no había salido de allí en toda su vida, ni tan siquiera para visitar las ciudades de los alrededores, y tenían una gran curiosidad por recibir noticias del resto del mundo.

Ese mismo día había llegado desde Moscú una orquesta de balalaikas, contratada para celebrar una festividad local interpretando al aire libre su alegre música. Walter fue invitado a participar en el festejo, que ni uno solo de los vecinos de la localidad parecía dispuesto a perderse.

Antes de la fiesta los vecinos que lo habían acogido decidieron organizar una animada cena en el club social de la localidad, mientras contemplaban en un moderno televisor de plasma un partido de fútbol de una liga imposible de determinar, pues Walter fue incapaz de identificar a ninguno de los contendientes. Los invitados chillaban y discutían vivamente defendiendo a sus ídolos deportivos. Llegaron a juntarse cerca de treinta personas en el bar, entre ellos el propio alcalde de Balkus, que discutía y gritaba más que nadie.

Songoma no era el único visitante de la localidad esa noche de fiesta, pues poco después le presentaron a una muchacha llamada Tatiana, que viajaba sola, en auto-stop, desde algún lugar de Siberia hasta Tbilisi, en Georgia, donde vivía su padre.

La celebración musical empezó con el tema principal de la película “Doctor Zhivago”, que Walter bailó con una chica del lugar. Durante toda la noche se sintió un visitante ilustre, como si fuera el mismo Yuri Zhivago en su recorrido a través de Rusia. El baile fue muy animado, con melodías rápidas y divertidas, que todos bailaban con mayor o menor acierto. Walter se juntó varias veces con Tatiana, que le miraba muy seria, sin sonreír. Cuando llegó la hora de ir a dormir, se dejó llevar por sus anfitriones hasta un cuarto agradable, sintiendo una gran alegría por haber llegado hasta ese lugar maravilloso y teniendo una confianza ciega en la inmensa bondad del género humano.

En la habitación de al lado dormía Tatiana, la muchacha que había recorrido sola miles de kilómetros para reunirse con su padre, separado de ella y de su madre muchos años atrás. Walter sintió deseos de acudir a su puerta y proponerle dormir juntos, pero no se atrevió y, ayudado por el cansancio del baile y la fiesta, se quedó profundamente dormido.